—¡Ha! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

Alguien de piernas gruesas corrió torpemente a través del claro y desapareció. El fuego seguía apagado y una brisa que venía del río combó los matorrales, que en seguida se aquietaron.

Lok preguntó desesperadamente:

—¿Dónde estás?

Las orejas de Lok le dijeron a Lok:

—¿...?

Tan absorto lo tenía la isla que durante un tiempo no prestó atención a sus propios oídos. Se balanceaba suavemente en la copa del árbol mientras la cascada le gruñía y el claro de la isla seguía desierto. Luego oyó. Se acercaba gente, no del otro lado del agua, sino en el lado en que estaba él. Descendían desde la saliente y los pasos resonaban sin precaución en las piedras. Los oía hablar, y se rió. Los sonidos se le entrelazaron en una imagen tenue y compleja, voluble y tonta, no como la larga curva del grito de un gavilán, sino enmarañada como las malezas en la playa después de una tormenta, revuelta como el agua. El sonido de risa avanzaba entre los árboles hacia el río. La misma risa comenzó a oírse en la isla y a revolotear de un lado a otro a través del agua. Lok descendió resbalando por el tronco y se encontró en el sendero. Corrió hacia el antiguo olor de la gente. El sonido de risa se acercaba a la orilla del río. Lok llegó al lugar donde había estado el tronco tendido sobre el agua. Tuvo que trepar a un árbol, balancearse en una rama y saltar al otro lado para encontrarse de nuevo en la continuación del sendero. Luego, entre el sonido de risa en este lado del río, Liku se puso a gritar. No gritaba a causa de la ira, el temor o el dolor, sino a causa del pánico insensato que podía haber mostrado ante el lento avance de una culebra. Lok echó a correr, con el pelo erizado. Quería llegar cuanto antes a aquella gritería y salió del sendero y avanzó trastabillando. Los gritos lo desgarraban interiormente. No eran como los gritos de Fa cuando llevaba al niño muerto, ni los lamentos de Nil cuando enterraron a Mal; era como el ruido que hace el caballo cuando el gato le clava los dientes curvos en el cuello y le chupa la sangre. Lok gritaba también sin darse cuenta mientras luchaba con los matorrales. Y los sentidos le decían por medio de los gritos que Liku estaba haciendo lo que ningún hombre ni ninguna mujer podían hacer. Cruzaba el río.

Lok seguía luchando con los matorrales cuando los gritos cesaron. Ahora oía otra vez el sonido de la risa y los maullidos del nuevo. Irrumpió a través de los matorrales y salió al claro. El espacio libre alrededor del tronco olía al otro y a Liku y a temor. En el extremo del agua había un remolino de espumas verdes. Lok vislumbró la cabeza roja de Liku y al nuevo en un hombro negro y peludo. Se puso a saltar y a gritar:

—¡Liku! ¡Liku!

Los ramajes verdes se entrelazaron y la gente que estaba en la isla desapareció. Lok corría de un lado a otro a lo largo de la orilla del río bajo el árbol muerto y el nido de hiedras. Estaba tan cerca del agua que los trozos de tierra removida caían chapoteando en la corriente.

—¡Liku! ¡Liku!

Los matorrales se movieron de nuevo. Lok se quedó quieto junto al árbol, miró, y vio enfrente una cabeza y un pecho, algo ocultos. Había cosas de hueso blanco detrás de las hojas y del pelo. El hombre tenía cosas de hueso blanco sobre los ojos y bajo la boca, de modo que la cara era más larga que las caras de la gente. El hombre se puso de costado en el matorral y miró a Lok por encima del hombro. Un palo se alzó, y tenía una protuberancia de hueso en el medio. Lok atisbaba el palo y la protuberancia de hueso y los ojitos en las cosas de hueso sobre la cara. De pronto comprendió que el hombre le tendía el palo, pero ni él ni Lok podían alcanzar el otro lado del río. Lok se hubiera reído, pero tenía aún en la cabeza el eco de los gritos. El palo se acortó por los dos extremos. Luego fue otra vez como antes.

El árbol muerto habló junto al oído de Lok.

—¡Clop!

Las orejas se le crisparon a Lok y se volvió hacia el árbol. En el tronco había brotado una ramita, una ramita que olía al otro, y a ganso, y a las bayas amargas que (decía el estómago de Lok) no se debían comer. La ramita tenía un hueso blanco en la punta. Había ganchos en el hueso y una materia negra y pegajosa pegada a los ganchos. La nariz de Lok examinó esa materia y no le gustó. Olfateó a lo largo del tallo de la rama. Las hojas eran plumas rojas y le recordaron el ganso. Se perdió en un asombro y una excitación generalizados. Gritó a los matorrales verdes del otro lado del agua centelleante y oyó que Liku le contestaba gritando, pero no pudo entender las palabras. Se interrumpieron de pronto, como si alguien le hubiera tapado la boca con la mano. Lok corrió al borde del agua y volvió.

A cada lado de la orilla descubierta había unos matorrales espesos que se metían en el agua, y en la parte más alejada algunas de las hojas se abrían bajo la corriente, y esos matorrales se inclinaban a los lados.

El eco de la voz de Liku hizo que Lok siguiera temblando en el peligroso sendero de matorrales que llevaba a la isla. Normalmente debían haber estado arraigados en tierra seca, y sin embargo los pies de Lok chapoteaban. Siguió hacia adelante tomándose de las ramas con las manos y los pies, mientras gritaba:

—¡Ya voy!

Tendiéndose y arrastrándose a medias y con una constante mueca de temor, Lok avanzaba sobre el río. Veía debajo la humedad misteriosa y atravesada en todas partes por los tallos oscuros y combados. No había lugares firmes. Tenía que desparramar el peso del cuerpo por todos los miembros, y apoyarse en dos lugares a la vez y desplazarse de uno a otro cuando cedían las ramas. El agua se oscurecía debajo. Había escarceos en la superficie detrás de cada rama, malezas enganchadas o que ondulaban longitudinalmente, y destellos del sol distribuidos al azar abajo y arriba. Llegó a los últimos matorrales altos, medio hundidos en el agua, y que colgaban sobre el lecho del río mismo. Durante un momento vio una extensión de agua y la isla. Vislumbró las columnas de espuma junto a la cascada y las rocas del acantilado. Luego, como Lok no se movía ya, las ramas comenzaron a inclinarse. Se inclinaban hacia afuera y hacia abajo, de modo que la cabeza de Lok pendía más abajo que los pies. Se hundía, farfullando, y el agua se elevaba, llevando consigo una cara de Lok. Había un temblor de luz sobre la cara de Lok, pero él podía verle los dientes. Debajo de los dientes se movía hacia atrás y hacia adelante un alga, más larga que un hombre. Pero todo lo demás bajo los dientes y los escarceos era remoto y oscuro. A lo largo del río soplaba una brisa y los matorrales se ladeaban. Las manos y los pies de Lok se asían dolorosamente a sí mismos y tenía nudos en todos los músculos del cuerpo. Dejó de pensar en la gente vieja y en la gente nueva. Sólo tenía la imagen de Lok, cabeza abajo sobre el agua profunda, con una rama para salvarlo.

Lok nunca había estado hasta entonces tan cerca del centro del agua. El agua tenía piel, y bajo la piel unas manchas oscuras se elevaban hacia la superficie, daban vueltas y más vueltas, flotaban describiendo círculos y se hundían hasta perderse de vista. En el fondo había piedras que centelleaban con una luz verde y oscilaban. Las malezas las ocultaban y las descubrían regularmente. La brisa cesó; los matorrales se balancearon lo mismo que las malezas, y la piel brillante del río se acercó a la cara de Lok y se alejó una y otra vez. Las imágenes se le habían ido de la cabeza. Hasta el temor era leve, como el dolor del hambre. Las manos y los pies de Lok tomaban implacablemente un haz de ramas y los dientes hacían muecas en el río.

El alga se acortaba. La punta verde se retiraba, aguas arriba. Había una oscuridad que consumía el otro extremo. La oscuridad, enmarañada ahora, se movió perezosamente. Como las motitas de polvo, daba vueltas pero no al azar. Casi tocaba la raíz del alga, encorvaba la cola, daba vueltas y subía por la cola hacia Lok. Los brazos se le movían un poco y los ojos le brillaban suavemente como las piedras. Giraban con el cuerpo, mirando la superficie, la anchura del agua profunda y el fondo oculto sin indicios de vida. Una madeja de malezas pasó a través de la cara y los ojos no parpadearon. El cuerpo se dio vuelta con el mismo movimiento suave y lento del río hasta que la espalda se elevó a lo largo del alga. La cabeza se volvió con una lentitud como de sueño, subió en el agua y se acercó a la cara de Lok. Lok había sentido siempre por la anciana un temor reverente, aunque era hijo de ella. Vivía demasiado cerca de la gran Oa, tanto con el corazón como con la cabeza, y un hombre no podía mirarla sin temor. Sabía mucho, había vivido mucho tiempo, sentía cosas que ellos sólo podían sospechar; era la mujer. Aunque los envolvía a todos en comprensión y compasión, a veces mostraba una calma extraña que los dejaba humillados y avergonzados. Por eso la querían y respetaban sin tenerle miedo y bajaban la vista ante ella. Pero ahora Lok la veía cara a cara. La anciana ignoraba los daños que llevaba en el cuerpo, tenía la boca abierta, sacaba la lengua y las motitas de polvo le entraban y le salían lentamente como si la boca fuera sólo un agujero en una piedra. Los ojos de la anciana pasaron rápidamente por los matorrales y por la cara de Lok, miraron sin ver, se alejaron y desaparecieron.


 

 

6

Los pies de Lok se desprendieron de los matorrales. Se deslizaron hacia abajo y quedó colgando de los brazos y con el agua hasta la cintura. Levantó las rodillas y se le erizó el pelo. Ya no gritaba. El terror del agua era sólo un fondo. Se dejó caer, y tomándose de los matorrales avanzó forcejeando por el agua, hasta la orilla. Allí se quedó dando la espalda al río y temblando como Mal. Mostraba los dientes y mantenía los brazos levantados y tensos como si siguiera sosteniéndose sobre el agua. Miraba ligeramente hacia arriba y movía la cabeza de un lado a otro. Detrás, volvieron a oírse los sonidos de risa. Poco a poco fueron llamándole la atención, aunque la postura y la mueca con que había atravesado el agua no lo habían abandonado aún. Había muchos sonidos de risa, como si la gente nueva hubiera enloquecido, y se oía uno más fuerte que los otros, la voz de un hombre que gritaba. Las otras voces cesaron y el hombre siguió gritando. Una mujer rió, con una risa aguda y excitada. Luego hubo un silencio.

El sol ponía puntos brillantes en la maleza y la oscura tierra húmeda. De cuando en cuando el viento pasaba río arriba y el follaje nuevo y vivido se inclinaba ligeramente y los puntos brillantes cam biaban de lugar. Una zorra ladró entre las rocas. Un par de palomas torcazas conversaban monótonamente.

Lok bajó con lentitud la cabeza y los brazos. Ya no torcía la cara. Dio un paso hacia adelante y se volvió. Comenzó a descender por la orilla del río, no con rapidez, pero manteniéndose cerca del agua, todo lo posible. Escudriñaba seriamente los matorrales, caminaba y se detenía. No veía bien y la mueca le volvió a la cara. Se detuvo con la mano apoyada en la rama curva de una haya, distraído. Examinó la rama, sosteniéndola con ambas manos. Se puso a moverla hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia adelante, cada vez con más rapidez. El gran abanico de ramas del extremo se columpiaba sobre los matorrales y Lok se lanzaba también hacia atrás y hacia adelante; jadeaba y el sudor del cuerpo le corría por las piernas juntamente con el agua del río. Soltó la rama, sollozando, y se quedó otra vez con los brazos colgando, la cabeza inclinada y los dientes apretados como si le ardieran todos los nervios del cuerpo. Las palomas seguían hablando y los puntos de luz solar se cernían allá arriba.

Se apartó del haya, volvió al sendero, vaciló, se detuvo y luego echó a correr. Llegó en seguida al claro donde estaba el árbol muerto; el sol brillaba en el penacho de plumas rojas. Miró hacia la isla y vio que los matorrales se movían; luego una ramita cruzó girando el río y desapareció detrás en el bosque. Lok tenía la confusa idea de que alguien trataba de hacerle un regalo. Le habría sonreído a través del río al hombre de cara huesuda, pero nadie estaba a la vista y en el espacio abierto se oía aún el eco débil y atormentado de los gritos de Liku. Arrancó la ramita del árbol y corrió otra vez. Llegó a la loma que llevaba a la montaña y la terraza y percibió el olor de los otros y de Liku; siguiendo ese olor y retrocediendo en el tiempo fue hacia la saliente. Avanzaba rápidamente y aunque llevaba la flecha en la mano izquierda casi parecía que corría a gatas. Se puso la ramita de través en la boca, entre los dientes, tendió ambas manos y subió por la ladera corriendo y trepando a medias. Cuando estuvo cerca de la entrada de la terraza pudo ver la isla sobre la roca. Uno de los hombres de cara huesuda estaba a la vista desde el pecho para arriba, y con el resto del cuerpo oculto por los matorrales. La gente nueva nunca se había dejado ver a esa distancia a la luz del día y la cara parecía el parche blanco de la grupa de un ciervo. Había humo detrás del hombre nuevo entre los árboles, pero era azul y transparente. En la cabeza de Lok las imágenes eran muy confusas y demasiado numerosas, y esto era peor que no tener ninguna imagen. Se quitó la ramita de los dientes y gritó sin saber lo que gritaba:

—¡Vengo con Fa!

Corrió a través de la entrada y se encontró en la terraza. Vio que no había nadie allí, y lo sintió como una frialdad que llegaba de la saliente donde había estado el fuego. Se acercó rápidamente al montón de tierra y se quedó mirándolo. Habían esparcido las cenizas y el único de la gente que quedaba allí era Mal debajo de aquel montón. Pero había olores y señales abundantes. Oyó un ruido en lo alto de la saliente, se apartó de un salto del círculo de cenizas y vio a Fa que bajaba por los retallos de la roca. Fa lo vio también y los dos corrieron. Fa temblaba y tomó a Lok fuertemente con ambas manos. Se dijeron balbuceando:

—Los hombres de cara de hueso me han dado esto. He subido por la ladera corriendo. Liku gritaba al otro lado del agua.

—Cuando tú bajabas por la roca y yo subía porque estaba asustada. Los hombres vinieron a la saliente.

Quedaron en silencio, abrazados y temblorosos. Había tantas imágenes confusas revoloteando entre ellos que se sentían cansados. Se miraban a los ojos desamparadamente. Luego Lok comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, inquieto.

—El fuego ha muerto —dijo.

Se acercaron al fuego, sosteniéndose mutuamente. Fa se agachó y hurgó entre los extremos chamuscados de las ramas, dejándose llevar por la fuerza del hábito. Se sentaron cada uno en el lugar apropiado y se quedaron mirando el agua y la línea plateada que se derramaba en el risco. El sol vespertino entraba de soslayo en la saliente, pero no era una luz rojiza y fluctúan te con la que había que luchar. Por fin Fa se movió.

—Aquí está la imagen. Yo estoy mirando hacia abajo. Los hombres vienen y me escondo. Mientras me escondo veo que la anciana va hacia ellos.

—Ella estaba en el agua. Me miraba desde el agua. Yo estaba cabeza abajo.

Otra vez se miraron, desamparados.

—Yo bajo a la terraza cuando los hombres se van. Se llevan a Liku y al nuevo.

El aire resonó alrededor de Lok con los gritos del fantasma.

—Liku gritaba al otro lado del agua. Está en la isla.

—Yo no veo esa imagen.

Tampoco la veía Lok. Tendió los brazos e hizo una mueca recordando los gritos.

—La ramita vino a mí desde la isla.

Fa examinó la rama atentamente desde la punta de hueso hasta las plumas rojas y la muesca de otro extremo. Miró de nuevo la punta, vio la goma parda y torció la boca. Las imágenes de Lok estaban un poco mejor ordenadas.

—Liku está en la isla con la otra gente.

—La gente nueva.

—Arrojaron esta ramita al árbol muerto.

—¿...?

Lok trató de que Fa viera una imagen, pero tenía la cabeza demasiado cansada y renunció.

—¡Vamos!

Siguieron el olor de la sangre hasta la orilla del río. También había sangre en la roca cerca del agua y un poco de leche. Fa se apretó la cabeza con las manos y dio palabras a su imagen:

—Mataron a Nil y la echaron al agua. Y a la anciana.

—Se han llevado a Liku y al nuevo.

Ahora compartían una imagen que era un propósito. Corrieron juntos por la terraza. En el recodo Fa retrocedió, pero cuando Lok trepó alrededor lo siguió y se quedaron en la roca mirando la isla. Vieron que el tenue humo azul seguía esparciéndose a la luz vespertina, pero la sombra estaría muy pronto en las montañas del bosque. Las imágenes se ajustaban en la cabeza de Lok. Se veía volviéndose en el risco para hablar con la anciana: había olido el fuego cuando ella no estaba allí. Pero eso sólo era otra complicación en un día de novedad total y se desentendió de la imagen. Los matorrales se sacudían en la orilla de la isla. Fa tomó a Lok por la muñeca y los dos se encogieron contra la roca. El sacudimiento era prolongado y excitado.

Luego los dos fueron sólo ojos que miraban y absorbían sin pensar en nada. Bajo los matorrales había un tronco que flotaba en el agua y uno de los extremos se mecía en la corriente. Era oscuro y liso y hueco. Uno de los hombres de cara huesuda estaba sentado en el extremo móvil. Las ramas que ocultaban el otro extremo se prolongaban formando una especie de bulto. Y el tronco quedó a la vista, libre de los matorrales flotando, con un hombre en cada extremo. El tronco apuntaba hacia la cascada, un poco cruzado en el río. La corriente comenzaba a llevarlo aguas abajo. Los dos hombres levantaron unos palos que terminaban con grandes hojas pardas y los metieron en el agua. El tronco no se movía del lugar en que estaba; era el río el que se movía debajo de él. Las hojas pardas dejaban en el río una cola de espuma blanca. El tronco se movió, y apareció a los lados una extensión de agua profunda que no se podía cruzar. Vieron cómo los hombres miraban por los agujeros que tenían en las máscaras de hueso y escudriñaban la orilla cerca del árbol muerto y los matorrales.

El hombre que iba delante en el tronco dejó el palo y tomó otro encorvado. Tomó ese palo por el medio como había hecho cuando la ramita voló a través del río hacia Lok. El tronco se acercó a la orilla y el hombre que iba delante saltó y se ocultó en los matorrales. El tronco se quedó donde estaba y el hombre que iba atrás metía la hoja parda en el agua de vez en cuando. La sombra de la cascada llegaba al tronco. Podían ver cómo el pelo le crecía al hombre en la cabeza, sobre el hueso, y era como un nido de corneja en un árbol alto. Cada vez que el hombre tiraba de la hoja el nido se sacudía y temblaba.

Fa temblaba también.

—¿Vendrá a la terraza?

El primer hombre regresó de pronto. El extremo del tronco se perdió de vista en la orilla y cuando apareció de nuevo, el primer hombre estaba otra vez sentado y tenía en la mano otra ramita con plumas rojas en el extremo. El tronco se volvió hacia la cascada y los dos hombres introducían a la vez las hojas en el agua. El tronco entró en el agua profunda.

Lok comenzó a balbucear:

—Liku cruzó el río en el tronco. ¿Dónde crece un tronco como ése? Liku volverá en el tronco y estaremos juntos. —Señaló a los hombres.— Tienen ramitas.

El tronco volvía a la isla. Parecía olfatear los matorrales de la orilla como una rata de agua. El hombre de delante se levantó cuidadosamente. Separó los matorrales y se metió entre ellos con el tronco. El otro extremo del tronco quedó un momento meciéndose en la corriente y luego se introdujo también entre los matorrales y el hombre que iba detrás se agachó y dejó el palo.

De pronto Fa tomó a Lok por el brazo derecho, sacudiéndolo. Lo miró fijamente a la cara.

—¡Devuelve la ramita!

Lok compartía algo del espanto que veía en la cara de Fa. Detrás de Fa había una ladera de sombra que se extendía desde el borde de la cascada hasta el extremo de la isla. Por encima del hombro de la mujer vislumbró un tronco de madera que pendía sobre la cascada y luego desapareció sin hacer ruido. Levantó la ramita y la examinó.

—¡Arrójala! ¡Ahora!

Lok sacudió la cabeza con violencia.

—¡No! ¡No! La gente nueva me la arrojó.

Fa dio dos pasos hacia atrás y hacia adelante en la roca. Lanzó una mirada a la saliente fría y a la isla. Tomó a Lok por los hombros y lo sacudió.

—La gente nueva tiene muchas imágenes. Y yo también tengo muchas imágenes.

Lok rió, indeciso.

—Un hombre para las imágenes. Una mujer para Oa.

Los dedos de Fa se apretaron en la carne de Lok. Tenía una expresión de odio. Le dijo, furiosa:

—¿Qué hará el nuevo sin la leche de Nil? ¿Quién encontrará comida para Liku?

Lok se rascó el pelo bajo la boca abierta. Fa lo soltó y esperó. Lok siguió rascándose y sentía un vacío doloroso en la cabeza. Fa lo sacudió dos veces.

—Lok no tiene imágenes en la cabeza.

Se puso muy solemne y allí estaba la gran Oa, como una nube, alrededor. Lok se sintió disminuido. Tomó la ramita con ambas manos nerviosamente y desvió la mirada. Ahora que el bosque estaba a oscuras podía ver el ojo del fuego de la gente nueva.

Fa habló al costado de la cabeza de Lok: —Harás lo que digo. No digas: «Fa, harás esto». Yo diré: «Lok, harás esto». Tengo muchas imágenes.

Lok se sintió un poco más disminuido y lanzó a Fa una mirada rápida y luego otra al fuego lejano.

—Arroja la ramita.

Lok tendió hacia atrás el brazo derecho y lanzó al aire la ramita con las plumas hacia adelante. Las plumas se detuvieron, el tallo giró, la ramita quedó suspendida un momento a la luz del sol y luego, como un halcón que se lanza sobre su presa, cayó de punta en las sombras y desapareció en el agua.

Lok oyó que Fa emitía un sonido ahogado, como un sollozo seco. Luego la mujer apoyó la cabeza en el pecho de Lok y rió, sollozando y temblando como si hubiera hecho algo difícil pero bueno. Fue entonces Fa sin mucho de Oa y Lok la abrazó para consolarla. El sol estaba en aquel momento en el barranco y el río flameaba, de modo que el borde de la cascada ardía como las puntas de los leños en el fuego. Unos troncos descendían por el río, negros contra el fondo del agua brillante. Eran árboles enteros y las raíces se movían como los animales extraños del mar. Uno de los troncos iba hacia la cascada debajo de ellos, y las raíces y ramas se levantaban, se arrastraban y se hundían. Durante un instante quedó suspendido sobre el borde; el agua ardiente se alzó en un montón de luz y luego el árbol cayó por el aire y desapareció tan suavemente como la ramita.

Lok habló sobre el hombro de Fa:

—La anciana estaba en el agua.

Poco después Fa lo apartó.

—¡Vamos!

Lok la siguió por el recodo a la luz horizontal de la terraza. Los cuerpos tejían una madeja de sombras paralelas, de modo que un brazo levantado parecía levantar también un largo peso de oscuridad. Fueron por costumbre a la saliente. Los nichos estaban allí, como ojos negros, y entre ellos la columna de roca, enrojecida por la luz. La leña y las cenizas no eran más que tierra. Fa se sentó junto al fogón y miró a la isla con el ceño fruncido. Lok esperó mientras Fa se apretaba la cabeza con las manos, pero no veía las imágenes de ella. Recordó la carne guardada en los nichos.

—Comida.

Fa no contestó, y Lok, con cierta timidez, como si pudiera encontrarse otra vez con los ojos de la anciana, se acercó a uno de los nichos. Olió la carne y sacó una cantidad suficiente para los dos. Cuando volvió oyó que las hienas gañían en las rocas, sobre la saliente. Fa tomó la carne sin ver a Lok y se puso a comer atendiendo siempre a sus propias imágenes.

Una vez que hubo empezado a comer, Lok recordó su hambre. Arrancaba del hueso la carne en largas tiras y se la metía en la boca. Había mucha fuerza en la carne.

Fa dijo vagamente:

—Arrojamos piedras a los amarillos.

—¿...?

—La ramita.

Volvieron a comer en silencio mientras las hienas gemían y gañían. Los oídos de Lok le decían que tenían hambre y la nariz le aseguraba que estaban solos. Sacudió el hueso para sacarle el tuétano y luego separó un palo de las cenizas y lo metió en el hueso. De pronto le vino una imagen de Lok.

Lok metía un palo en una grieta para sacar miel. Sintió como si una ola de mar cayera sobre él quitándole la satisfacción de haber comido, y hasta el placer de la compañía de Fa. Estaba sentado allí con el palo todavía en el hueco del hueso y la sensación pasaba a través de él y sobre él. No había nacido en ninguna parte, como el río, y como el río nadie podía negarla. Lok era un tronco en el río, un animal ahogado que las aguas llevan y traen. Alzó la cabeza, como había hecho Nil, y emitió un sonido de aflicción mientras la luz del sol abandonaba el barranco y la oscuridad descendía. Luego se acercó a Fa y ella lo abrazó.

La luna había salido cuando se movieron. Fa se levantó y la miró de soslayo y luego miró a la isla. Bajó al río, bebió y se quedó allí, arrodillada. Lok se unió a ella.

—Fa.

Fa hizo un movimiento con la mano indicando que no la molestara y siguió contemplando el agua. Luego se levantó y corrió por la terraza.

—¡El tronco! ¡El tronco!

Lok corrió tras ella, pero no podía comprender. Fa señalaba un tronco delgado que avanzaba hacia ellos, volteándose. Se arrodilló y alcanzó una larga astilla en el extremo mayor. El tronco se dio vuelta y tiró de Fa. Lok vio que Fa se deslizaba por la roca y se lanzó para sujetarle los pies. La tomó por las rodillas y los dos forcejearon hacia la tierra mientras el otro extremo del tronco giraba en el agua. Fa tenía una mano enrollada en el pelo de Lok y tiraba sin misericordia; las lágrimas afluían a los ojos de Lok y le corrían hasta los labios. El otro extremo del tronco se volvió y quedó flotando junto a la terraza, tirando de ellos suavemente. Fa habló por encima del hombro:

—Tengo una imagen de nosotros cruzando a la isla en el tronco.

A Lok se le erizaron los pelos.

—¡Pero los hombres no pueden pasar sobre la cascada como un tronco!

Fa resopló un rato hasta que recobró el aliento.

—En el otro lado de la terraza podemos apoyar el tronco en la roca —dijo, y respiró fuertemente—. En el sendero la gente cruza el agua, corriendo por un tronco.

Lok estaba asustado.

—¡No podemos pasar sobre la cascada!

Fa volvió a explicarle, con paciencia.

Remolcaron el tronco corriente arriba hasta el extremo de la terraza. Era un trabajo difícil y terrible, pues la terraza no se elevaba toda a la misma altura sobre el agua, y había brechas y salientes a lo largo del borde. Tenían que ir aprendiendo mientras avanzaban, y mientras el agua tiraba de ellos unas veces suavemente y otras con una fuerza súbita, como si le estuvieran robando la comida. El tronco no estaba tan muerto como la leña. A veces se retorcía en las manos de los dos, y las ramas rotas del extremo más delgado se sacudían en la roca como patas. Mucho antes que llegaran al extremo de la terraza, Lok había olvidado por qué remolcaban el tronco. Sólo recordaba el agrandamiento súbito de Fa y la ola de aflicción que lo había ahogado. Trabajando con el tronco y asustado por el río, la aflicción retrocedía hasta un punto en que podía examinarla, y no le gustaba. La aflicción se refería a la gente y a los desconocidos.

—Liku tendrá hambre —dijo.

Fa no dijo nada.

Cuando llevaron el tronco al extremo de la terraza no había otra luz que la luna. La brecha estaba azul y blanca, y unas guarniciones de plata cubrían el río.

—Toma el extremo.

Mientras Lok lo sostenía, Fa empujó el otro extremo río adentro, pero la corriente lo llevó de vuelta. Luego se quedó largo tiempo sentada, en cuclillas, con las manos sobre la cabeza, y Lok esperó en obediente silencio. Bostezó, se chupó los labios y miró el risco escarpado y azul más allá del barranco. No había terraza en aquel lado del río, sino una pendiente abrupta que se introducía profundamente en el agua. Bostezó de nuevo y alzó las manos para quitarse las lágrimas de los ojos. Durante un rato parpadeó a la oscuridad, examinó la luna, y se rascó bajo el labio.

Fa gritó:

—¡El tronco!

Lok miró más allá de los pies, pero el tronco se había ido; miró a un lado y a otro y al aire, echando el cuerpo hacia atrás. Luego el tronco pasó a la deriva junto a Fa, volviéndose lentamente. Fa trepó por la roca y alcanzó las ramas parecidas a piernas. El tronco la arrastró, se detuvo, y el extremo que Lok había olvidado salió del agua. Lok estiró un brazo, pero el tronco ya estaba lejos. Fa murmuraba y gritaba furiosa. Lok se apartó de ella tímidamente mientras se decía: «El tronco, el tronco», sin sentido. La aflicción se había retirado, como la marea, pero volvía.

El otro extremo del tronco golpeó contra la cola de la isla. El agua del río lo empujó de costado y el tronco se movió crujiendo y arrancó la rama de la mano de Fa. La rama se arrastró por la terraza, se encorvó, se sacudió, volvió a encorvarse y cedió con un largo crujido. El tronco quedó atascado, con el extremo más grueso golpeando en la roca, golpeando y golpeando; el agua abrió un canal en el medio y la copa se aplastó contra el lado accidentado de la terraza. El centro del tronco, aunque era casi tan grueso como Lok, se encorvaba bajo la presión del agua, pues tenía muchas veces la longitud de un hombre.

Fa se acercó a Lok y lo miró titubeando a la cara. Lok recordó la ira de Fa cuando el tronco parecía alejarse. Le palmeó el hombro amistosamente.

—Tengo muchas imágenes.

Fa siguió mirándolo en silencio. Luego sonrió y palmeó también a Lok. Se puso las dos manos en los muslos y los golpeó suavemente, riéndose de Lok, y Lok hizo lo mismo y rió también. La luna brillaba tanto entonces que dos sombras azuladas los imitaban en el suelo.

Una hiena gañó junto a la saliente. Lok y Fa fueron por la terraza hacia los animales. Sin decir una palabra las imágenes de los dos eran una sola imagen. Cuando llegaron junto a las hienas los dos tenían piedras en las manos y se habían separado. Comenzaron a arrojar las piedras y a gritar al mismo tiempo y los animales huyeron rocas arriba y luego se detuvieron, grises, y con cuatro ojos como chispas verdes.

Fa sacó el resto de la comida de los nichos, mientras las hienas gruñían detrás, y volvió con Lok corriendo por la terraza. Cuando llegaron adonde estaba el tronco, comían ya mecánicamente. Luego Lok se quitó el hueso de los labios.

—Es para Liku.

El tronco no estaba solo. Otro más pequeño golpeaba y crujía en el agua. Fa se adelantó a la luz de la luna y puso un pie en el extremo que apuntaba hacia la orilla. Luego volvió e hizo una mueca al agua. Se alejó por la terraza, miró río abajo, donde llameaba el borde de la cascada, y corrió hacia adelante. De pronto se detuvo. Un palo largo que daba vueltas en el agua se agregó a los dos troncos. Fa probó de nuevo con una corrida más corta y se detuvo farfullando y mirando el agua deslumbradora. Se puso a dar vueltas alrededor de los troncos, emitiendo unas palabras sin sentido, pero que parecían feroces y desesperadas. Esto también era algo nuevo y asustó a Lok, que se alejó por la terraza. Pero luego recordó sus propias travesuras junto al tronco en el bosque y se obligó a reírse de Fa, aunque detrás estaba el vacío. Fa corrió hacia Lok y le mostró los dientes como si quisiera morderlo, y de la boca le salieron unos sonidos extraños. Lok echó el cuerpo hacia atrás.

Fa guardó silencio, apretada a Lok, temblando; formaban una sola sombra en la roca. Luego murmuró con una voz en la que no estaba Oa:

—Pasa el primero por el tronco.

Lok la empujó a un lado. Ahora que no hacían ruido volvía la angustia. Miró el tronco y descubrió que estaba fuera de él y dentro de él y que fuera era mejor. Se puso en los dientes la carne para Liku. Liku no cabalgaba en él ahora, y Fa temblaba, y el río se movía; no tenía ganas de hacerse el gracioso. Examinó el tronco de un extremo a otro, vio una ancha dentellada en el lado de la salida del agua, donde en otro tiempo había habido una horquilla y se alejó hacia la terraza. Midió la distancia, se inclinó y corrió hacia adelante. El tronco estaba debajo y era resbaladizo. Temblaba como Fa y se movía de costado río arriba, de modo que Lok se inclinó hacia la derecha para no caerse. Apoyó un pie en el otro tronco, que se hundió, y Lok trastabilló. Estiró la pierna izquierda y se levantó y el agua le empujaba con más fuerza que un viento las corvas de las rodillas y estaba fría como las mujeres de hielo. Saltó frenéticamente, tropezó, volvió a saltar y se encontró sobre la roca, con los brazos tendidos hacia arriba y la cara apretada contra la carne para Liku. Los pies se le separaron y treparon roca arriba, hasta que sintió que la horquilla de las piernas se le iba a romper. A saltos dio penosamente la vuelta a la roca y se encontró de nuevo frente a Fa. Se dio cuenta de que un sonido le había salido de la boca, a pesar de la carne, un sonido agudo y sostenido como el de Nil cuando había corrido por el tronco en el bosque. Calló, respirando a sacudidas. Otro tronco se había agregado al montón. Estaba al costado, golpeando, y el agua rompía allí en espumas y salpicaduras. Fa probó ese tronco con los pies y luego se metió cuidadosamente en el agua, a horcajadas, con un pie en cada tronco. Llegó a la roca donde estaba Lok y trepó hasta alcanzarlo. Luego le gritó sobre el ruido del agua:

—Yo no he hecho un ruido.

Lok se enderezó moviéndose como si la roca no se alejara también río arriba. Fa midió el salto y se dejó caer diestramente en la siguiente. Lok la siguió, con la cabeza vacía a causa del ruido y de la novedad. Siguieron saltando y trepando hasta que llegaron a una roca que tenía matorrales en la cima, y entonces Fa se sentó y metió los dedos en la tierra, mientras Lok esperaba pacientemente con las manos llenas de carne. Estaban en la isla, y el borde de la cascada corría y zigzagueaba a los lados como relámpagos en el verano. Había también un ruido nuevo y más alto: la voz de la cascada principal, más allá de la isla, y que apagaba el sonido de las voces, ya debilitadas por el estruendo de la cascada menor.

Poco después Fa se levantó. Avanzó hasta que vio abajo la espinilla de la isla, y Lok se unió a ella. El agua casi borraba las huellas de los pasos, de modo que dejaban detrás sólo un sendero estrecho. Lok se agazapó y miró.

Hiedra y raíces, cicatrices de tierra y protuberancias de roca dentada, el risco se inclinaba de modo que la cima, con el penacho de abedules, miraba directamente hacia abajo, a la isla. Las rocas que habían caído estaban todavía amontonadas contra el risco en el fondo, y esas formas oscuras, siempre húmedas, contrastaban con el brillo de las hojas y el risco. Los árboles seguían viviendo en la cima, aunque peligrosamente, pues la roca había desgarrado la mayor parte de las raíces. Las que quedaban se asían a las grietas del borde, o se retorcían risco abajo, o colgaban en el aire húmedo. El agua corría a cada lado, y las ondas espumosas estremecían la tierra sólida. La luna, casi llena, iluminaba las alturas del risco, y el fuego brillaba en el lugar más lejano de la isla.

Fa y Lok no hicieron comentarios sobre la alturavertiginosa. Se inclinaban buscando un sendero en la superficie del risco. Fa se deslizó sobre el borde y descendió a gatas entre las raíces y la hiedra. Lok la siguió, otra vez con la carne entre los dientes, mirando de soslayo el resplandor del fuego. Sentía un gran deseo de correr hacia él, como si allí hubiera algún remedio para su angustia. No eran ese remedio solamente Liku y el nuevo. Los otros, con sus muchas imágenes, eran como el agua, que al mismo tiempo aterra y desafía e invita a un hombre a acercarse. Comprendía vagamente esa atracción indefinida y se sentía tonto. Se encontraba ahora en el extremo de una raíz quebrada, en una extensión de agua brillante y cavernosa. La raíz oscilaba con el peso de Lok, y la carne que llevaba en los dientes le golpeaba el pecho. Tuvo que saltar de lado a una maraña de raíces y hiedra para poder seguir a Fa.

Fa iba delante por las rocas y el bosque de la isla. Allí había poco que se pudiera llamar un sendero. La otra gente había dejado su olor en los matorrales aplastados, y eso era todo. Fa seguía el olor, a ciegas. Sabía que el fuego tenía que estar en el otro extremo, pero para decir por qué había que detenerse y luchar con imágenes, apretándose la cabeza entre las manos. Muchas aves anidaban en la isla y les molestaba la presencia de la gente, de modo que Fa y Lok comenzaron a moverse con cuidado. Dejaron de prestar una atención directa al nuevo olor y se limitaron a atravesar el bosque con el menor ruido y alboroto posibles. Compartían activamente sus imágenes. En la oscuridad casi total, bajo la enramada, veían con una vista nocturna. Evitaban lo invisible, echaban a un lado la hiedra colgante, apartaban las zarzas y avanzaban. No tardaron en oír a la gente nueva.

También podían ver el fuego; o más bien podían ver el reflejo del fuego y un resplandor. La luz dejaba el resto de la isla en una oscuridad impenetrable y les velaba los ojos, y marcharon más despacio. El fuego era mucho mayor que antes y el trecho iluminado estaba rodeado por una orla de hojas nuevas de color verde pálido, como si detrás hubiera alguna clase de luz solar. La gente hacía un ruido rítmico, parecido a los latidos de un corazón. Fa se levantó delante de Lok y se convirtió en una forma muy negra.

Los árboles eran altos en aquel extremo de la isla, y en el centro se espaciaban los matorrales. Lok siguió a Fa hasta que se encontraron arrodillados y con los pies preparados para huir, detrás de un matorral, en el borde mismo de la luz del fuego. Podían ver sobre el matorral el espacio abierto elegido por la gente. Eran muchas las cosas que había que ver a la vez. Para comenzar, los árboles se habían reorganizado, agachándose y entrelazando las ramas estrechamente y formando cavernas de oscuridad a cada lado del fuego. La gente nueva estaba sentada en la tierra entre Lok y la luz y no había dos cabezas de la misma forma. Se estiraban hacia un lado como un cuerno, o se alzaban en punta como la copa de un pino, o eran grandes y redondas. Más allá del fuego un montón de troncos esperaba a que lo quemasen, y parecía moverse con la luz.

Luego, increíblemente, un ciervo bramó junto a los troncos. El ruido era desagradable y furioso, lleno de dolor y de deseo. Parecía la voz del mayorde todos los ciervos, y el mundo no era bastante grande para él. Fa y Lok se abrazaron y se quedaron mirando fijamente los troncos, sin imágenes en la cabeza. Los nuevos se inclinaron tanto que las formas de los cuerpos cambiaron y las cabezas quedaron ocultas. El ciervo apareció. Se movía a saltos sobre las patas traseras y estiraba las delanteras hacia los lados. Las astas se alzaban entre las hojas de los árboles. El animal miraba hacia arriba y pasó junto a la gente nueva y junto a Fa y Lok balanceándose de un lado a otro. Luego se volvió y vieron que la cola estaba muerta y golpeaba contra las patas pálidas y sin pelo. El animal tenía manos.

En una de las cavernas oyeron maullar de nuevo. Lok comenzó a saltar detrás del matorral.

—¡Liku!

Fa le tapó la boca y lo obligó a estarse quieto.

El ciervo dejó de bailar y oyeron que Liku gritaba:

—¡Aquí estoy, Lok! ¡Aquí estoy!

Hubo un súbito clamoreo de ruido de risas, zambullidas, revoloteos de aves, voces y gritos y una mujer que chillaba. El fuego silbó de pronto y un vapor blanco se elevó en el aire mientras la luz disminuía. La gente nueva corría de un lado a otro. Había en ellos ira y temor.

—¡Liku!

El ciervo oscilaba violentamente a la luz amortiguada. Fa tiraba de Lok y le hablaba en voz baja. La gente se acercaba con palos, corvos y rectos.

—¡Pronto!

Un hombre golpeaba furiosamente el matorral de la derecha. Lok blandió el brazo derecho.

—¡La comida es para Liku!Y la arrojó al claro. La carne cayó a los pies del ciervo. Lok sólo tuvo tiempo para ver que el ciervo se inclinaba hacia ella entre el vapor, y se retiró tropezando, arrastrado por Fa. El clamoreo de la gente nueva se fue convirtiendo en una serie de gritos, preguntas y respuestas y órdenes. Ramas ardientes corrían a través del claro, y el follaje primaveral aparecía de pronto y en seguida desaparecía. Lok bajaba la cabeza y golpeaba la tierra blanda con los pies. Arriba sonó un silbido, como un aliento que se inspira súbitamente. Fa y Lok se desviaron entre los matorrales y se abrieron paso ingeniosamente entre las zarzas y las ramas. A Lok se le había comunicado ya la desesperación de Fa y tenía la respiración agitada. Se lanzaron hacia adelante y las antorchas destelleaban bajo los árboles, detrás. Oían que los nuevos se llamaban unos a otros y hacían un gran ruido en la maleza. Luego una sola voz gritó fuertemente, y el estrépito cesó.

Fa trepaba por las rocas humedecidas.

—¡Pronto! ¡Pronto!

Lok la oía a pesar del estruendo del agua. La siguió obedientemente, asombrado por la velocidad de Fa, pero sin imagen alguna en la cabeza, como no fuera la de aquel ciervo bailando.

Fa se arrojó sobre el borde del risco y se tendió a su sombra. Lok esperaba y ella le preguntó, jadeando:

—¿Dónde están?

Lok miró hacia abajo a la isla, pero ella le interrumpió:

—¿Suben?

A medio camino en el risco una raíz oscilaba lentamente a causa del tirón que Fa le había dado,pero el resto del risco estaba inmóvil y miraba a la luna.

—¡No!

Guardaron silencio durante un rato. Lok oía otra vez el ruido del agua, tan fuerte que no lo dejaba hablar. Se preguntaba inútilmente si habían compartido imágenes o habían hablado con las bocas y luego examinó la pesadez que sentía en la cabeza y en el cuerpo. No cabía duda. Esa sensación se relacionaba con Liku. Bostezó, se frotó las cuencas de los ojos y se pasó la lengua por los labios. Fa se levantó.

—¡Vamos!

Trotaron entre los abedules sobre la isla, saltando de piedra en piedra. Al tronco se habían unido otros, y ahora eran más que los dedos de una mano y se enredaban con todas las cosas que pasaban a la deriva por aquel lado del río. El agua corría entre los troncos y por encima. Era un sendero tan ancho como los del bosque. Lok y Fa llegaron a la terraza fácilmente y se detuvieron sin hablar.

De la saliente llegaba un ruido de patas. Corrieron hacia allá y las hienas huyeron. La luna iluminaba la saliente, de modo que hasta se veían los nichos, y lo único oscuro era el agujero en que estaba enterrado Mal. Se arrodillaron y retiraron la basura, las cenizas y los huesos de la parte del cuerpo que podían ver. Ahora la tierra no se levantaba formando un montón, sino que estaba otra vez al nivel del fuego más alto. En silencio, hicieron rodar una piedra y cubrieron con ella a Mal.

Fa murmuró:

—¿Cómo alimentarán al nuevo sin leche?

Luego Lok y Fa se abrazaron, pecho contra pecho. Las rocas de alrededor eran como cualquier otra roca; la luz del fuego se había ido de ellas. Se apretaron el uno contra el otro, se abrazaron buscando un centro y cayeron, cara contra cara. El fuego de los cuerpos se les encendió y lo buscaron trabajosamente.


 

 

7

 

 

 

 

 

Fa empujó a un lado a Lok. Se levantaron juntos y examinaron la saliente. El aire frío del amanecer se derramaba alrededor. Fa fue a los nichos y volvió con un hueso que casi no tenía carne y algunos restos que las hienas no habían alcanzado. La gente era otra vez roja, de un color rojo cobrizo y amarillento, pues el azul y gris de la noche los había abandonado. Sin decir nada compartieron los restos de la comida con un sentimiento de muda compasión. Luego se limpiaron las manos en los muslos y bajaron al río a beber. En seguida, y sin hablar ni compartir una imagen, se fueron hacia la izquierda a un recodo que llevaba al risco.

Fa se detuvo.

—No quiero ver.

Se volvieron juntos y contemplaron la saliente vacía.

—Cogeré fuego cuando caiga del cielo o despierte entre los brezos.

Lok consideraba la imagen del fuego. Tenía además un vacío en la cabeza y sólo sentía aquella marea, profunda y segura. Echó a andar hacia los troncos y el otro extremo de la terraza. Fa le tomó la muñeca:

—No iremos otra vez a la isla.Lok le hizo frente con las manos en alto.

—Hay que encontrar comida para Liku. Así será fuerte cuando vuelva.

Fa lo miró intensamente y había en la cara de ella cosas que Lok no podía comprender. Dio un paso a un lado, se encogió de hombros y gesticuló. Se detuvo y esperó ansiosamente.

—¡No!

Tomó otra vez la muñeca de Lok y tiró. Lok se resistía, hablando constantemente. No sabía lo que decía. Fa dejó de tirar.

—Te matarán.

Hubo una pausa. Lok miró a Fa y luego a la isla. Se rascó la mejilla izquierda. Fa se acercó más a Lok.

—Tendré hijos que no morirán en la cueva junto al mar. Allí habrá un fuego.

—Liku tendrá hijos cuando sea una mujer.

Fa le soltó la muñeca otra vez.

—Escucha. No hables. La gente nueva se llevó el tronco y Mal murió. Ha estaba en el risco y un hombre nuevo estaba en el risco. Ha murió. La gente nueva vino a la saliente. Nil y la anciana murieron.

La luz era mucho más intensa detrás de Fa. Había una mancha roja en el cielo, que crecía ante Lok. Era la mujer. Lok inclinó la cabeza ante ella, humildemente.

—Me alegraré cuando la gente nueva traiga a Liku de vuelta.

Fa hizo un sonido fuerte y airado, dio un paso hacia el agua y volvió. Tomó a Lok por los hombros.

—¿Cómo pueden dar leche al nuevo? ¿Da leche un ciervo? ¿Y si no traen de vuelta a Liku?

Lok contestó humildemente con la cabeza vacía:

—No veo esa imagen.

Fa lo dejó airada, se alejó y se quedó apoyando una mano en el recodo donde comenzaba el risco. Lok veía cómo se encrespaba y cómo se le sacudían los músculos de la espalda. Se inclinaba hacia adelante, con la mano derecha en la rodilla del mismo lado. Oyó que murmuraba dándole todavía la espalda:

—Tienes menos imágenes que el nuevo.

Lok se apretó los ojos con las palmas de las manos con tanta fuerza que vio unos chispazos de luz como en el río.

—No ha habido una noche.

Eso era cierto. Donde debía haber estado la noche todo era gris. No sólo los oídos y la nariz de Lok habían estado despiertos después de haberse acostado con Fa, sino también el Lok de adentro, observando cómo la sensación crecía, menguaba y volvía a crecer. Dentro de los huesos de la cabeza llevaba la pelusilla de las enredaderas otoñales, y las semillas le habían entrado en la nariz y lo hacían bostezar y estornudar. Separó las manos y miró con los ojos entreabiertos el sitio donde había estado Fa. En aquel momento Fa daba la espalda a la pared rocosa y miraba alrededor, al río. La mano de ella lo llamó.

El tronco había aparecido otra vez. Estaba cerca de la isla y en cada extremo iban sentados los dos caras de hueso. Cavaban en el agua y el tronco cruzaba el río. Cuando estuvo cerca de la orilla y los matorrales, se enderezó en la corriente y los hombres dejaron de cavar. Miraban atentamente el espacio despejado junto al agua donde estaba el árbol muerto. Lok vio que uno de ellos se volvía y hablaba con el otro.

Fa le tocó la mano.

—Buscan algo.

El tronco se dejaba llevar suavemente por la corriente río abajo, y el sol salía. Los lugares más lejanos del río parecían arder en llamas, y durante un tiempo el bosque a los lados estuvo a oscuras. La indefinible atracción de la gente nueva expulsó la pe—lusilla de la cabeza de Lok. Se olvidó de pestañear.

El tronco se hacía más pequeño al alejarse de la cascada. Cuando se torcía, el hombre que iba detrás volvía a cavar en el agua y el tronco se daba vuelta y apuntaba directamente a los ojos de Lok. Durante todo ese tiempo los hombres miraban de soslayo a la orilla.

Fa murmuró:

—Allí hay otro tronco.

Los matorrales de la orilla de la isla se sacudían fuertemente, se dividieron un instante, y ahora que sabía adonde mirar, Lok vio el extremo de otro tronco oculto. Un hombre asomó la cabeza y los hombros entre las hojas verdes y movió un brazo airadamente. Los dos hombres que iban en el otro tronco se pusieron a cavar rápidamente y el tronco fue a parar a donde estaba el hombre que hacía señas frente al árbol muerto. Ya no miraban el árbol muerto sino al hombre y le hacían movimientos afirmativos con la cabeza. El tronco los llevó hasta él y entró en los matorrales.

La curiosidad se apoderó de Lok; echó a correr hacia el nuevo camino que llevaba a la isla con tanta excitación que Fa compartió la imagen. Lo alcanzó y lo sujetó mientras gritaba:—¡No! ¡No!

Lok farfulló y Fa volvió a gritarle:

—¡Digo que no!

Y señaló la saliente.

—¿Qué has dicho? Fa tiene muchas imágenes.

Por fin Lok guardó silencio y se quedó esperando. Fa dijo solemnemente:

—Bajaremos al bosque, a buscar comida. Los vigilaremos a través del río.

Descendieron rápidamente por la ladera alejándose del río y manteniendo las rocas entre ellos y la gente nueva. En las márgenes del bosque había comida: bulbos que apenas mostraban un punto verde, larvas y tallos, hongos y el interior tierno de algunas cortezas. La carne de la gama estaba todavía en ellos y no tenían lo que llamaban hambre. Podían comer donde había comida, pero podían prescindir de ella fácilmente durante un día y el día siguiente si era necesario. Por esta razón no buscaban mucho y al poco tiempo el encantamiento de la gente nueva los llevó otra vez a los matorrales al borde del agua.

Allí se quedaron, con los pies hundidos en el lodo, escuchando a la gente nueva a través del estruendo de la cascada. Una mosca madrugadora zumbó en la nariz de Lok. El aire estaba caliente y el sol brillaba, y Lok volvió a bostezar. Luego oyó que la gente nueva hacía ruidos de pájaro al conversar y algunos otros sonidos inexplicables, de topetazos y crujidos. Fa se deslizó hasta el límite del claro junto al árbol muerto y se tendió en tierra.

No se veía nada al otro lado del agua, pero los topetazos y crujidos continuaban.

—Fa, sube al árbol muerto para ver —dijo Lok.

Fa volvió la cara y lo miró dudosamente. Lok se dio cuenta en seguida de que Fa diría que no, insistiendo en que se alejaran de la gente nueva y pusieran una ancha brecha de tiempo entre ellos y Liku; y esto fue de pronto un conocimiento insoportable. Avanzó rápidamente a hurtadillas caminando a gatas y trepó por la parte oculta del árbol muerto. No tardó en abrirse paso hasta la copa desgreñada, entre las hojas de hiedra polvorientas, negruzcas y de olor acre. Apenas había introducido un último miembro en la copa hueca cuando la cabeza de Fa se abrió paso detrás de él.

La copa del árbol estaba vacía como la vaina de una bellota. Era una madera blanca y blanda que cedía y se moldeaba bajo el peso de los cuerpos y estaba llena de comida. La hiedra se extendía hacia arriba y hacia abajo formando una maraña oscura y era como si hubieran estado sentados en un matorral en tierra. Los otros árboles descollaban sobre ellos pero quedaba un espacio de cielo descubierto hacia el río y los matorrales verdes de la isla. Separando las hojas cautelosamente como si buscara huevos, Lok descubrió que podía hacer un agujero no mayor que los ojos, y aunque los bordes del agujero se movían un poco, podía ver el río y las otras orillas, muy claramente a causa de las hojas de color verde oscuro que rodeaban el agujero, como si mirara protegiéndose los ojos con las manos. A la izquierda Fa miraba también, apoyando los codos en el borde de la copa. Lok volvió a sentirse molesto, como cada vez que vigilaba a la gente nueva. Pero de pronto se olvidaron de todo y se quedaron muy quietos.

El tronco se deslizaba fuera de los matorrales junto a la isla. Los dos hombres cavaban en el agua cuidadosamente y el tronco se daba vuelta. No apuntaba hacia Lok y Fa sino aguas arriba, aunque comenzaba a moverse a través del río hacia ellos. Había muchas cosas nuevas en el hueco del tronco: formas parecidas a piedras y pieles combadas. Había palos de todas clases, desde largas estacas sin hojas y ramas hasta ramajes secos. El tronco se acercó.

Por fin veían a la gente nueva frente a frente y a la luz del sol. Eran incomprensiblemente extraños. El pelo era negro y crecía de las maneras más inesperadas. El cara de hueso que iba adelante en el tronco tenía un cabello que se alzaba como un pino, de modo que la cabeza, ya demasiado larga, se estiraba como si algo la tironeara hacia arriba despiadadamente. El otro cara de hueso tenía el pelo como un matorral y le sobresalía por todos lados como la hiedra en el árbol muerto.

El pelo les crecía espesamente en el cuerpo alrededor de la cintura, en el vientre y en la parte superior de las piernas, de modo que esa parte era más gruesa que el resto. Pero Lok no miró inmediatamente los cuerpos; le llamaba mucho más la atención lo que tenían alrededor de los ojos. Debajo se veía un hueso blanco muy recortado, y donde debían estar las anchas ventanas de la nariz había unas ranuras estrechas y entre estas ranuras el hueso se alargaba en una punta. Debajo había otra ranura sobre la boca y las voces salían por allí revoloteando. Bajo la ranura sobresalía un poco de pelo negro. Los ojos de la cara que atisbaban a través de todo aquel hueso eran negros y vivaces. Tenían cejas sobre los ojos, más delgadas que la boca y las ventanas de la nariz, negras, y que se curvaban hacia afuera y hacia arriba de modo que los hombres parecían amenazadores como avispas. Hileras de dientes y conchas marinas les colgaban alrededor de los cuellos sobre la piel gris y cubierta con pieles de animales. Sobre las cejas el hueso se combaba hacia arriba y hacia atrás para ocultarse bajo el cabello. Cuando el tronco se acercó más, Lok pudo ver que el color no era en realidad de hueso blanco y brillante sino más mate. Se parecía al color de las grandes setas y las espigas que comía la gente y era de una contextura parecida. Las piernas y brazos eran delgados como palos y las coyunturas se parecían a los nudos de una rama.

Ahora que Lok tenía el tronco casi al lado vio que era mucho más ancho que antes, o más bien que los dos troncos se movían juntos. Había más bultos y formas extrañas en este tronco y un hombre estaba tendido entre ellos, de costado. El cuerpo y el hueso eran como los de los otros, pero el pelo le crecía en la cabeza en una masa de puntas que brillaban y parecían tan duras como las puntas de una cascara de castaña. Estaba haciendo algo con una de las ramitas afiladas y tenía al lado el palo curvo.

Los troncos se arrimaron a la orilla. El hombre que iba detrás —Lok se lo imaginaba como Pino—habló en voz baja. El que llamaba Matorral dejó la hoja de madera y alcanzó la hierba de la orilla. Cabeza de Castaña recogió el palo curvo y la ramita y se deslizó a través de los troncos hasta que quedó agazapado en la tierra. Lok y Fa estaban casi directamente sobre él. Podían sentir el olor del hombre, un olor a mar y a carne, espantoso y excitante. Estaba tan cerca que en cualquier momento podía olerlos a ellos, y con un temor súbito Lok retuvo su propio olor, aunque no sabía lo que hacía. Trató de contener el aliento y hasta las hojas de hiedra parecieron más animadas.

Cabeza de Castaña se levantó allá abajo a la luz del sol. Colocó la ramita en cruz sobre el palo curvo. Miró a un lado y a otro alrededor del árbol muerto, examinó el terreno, y volvió a mirar el bosque. Habló de lado a los otros que estaban en el tronco a través de la ranura que tenía sobre la boca, y las palabras salieron como gorjeos y la blancura tembló.

Lok sintió el sobresalto de un hombre que confía en una rama y no la encuentra. Comprendió con una especie de sensación al revés que no había allí una cara como de Mal, o de Fa, o de Lok, escondidas bajo el hueso. El hueso era piel.

Matorral y Pino habían hecho algo con las tiras de cuero que unían los troncos a los matorrales. Se apresuraron a salir del tronco y corrieron hasta perderse de vista. Poco después se oyó el ruido de unos golpes: una piedra contra una madera. Cabeza de Castaña avanzó también y se ocultó.

Ya no se veía nada interesante además de los troncos. Eran muy lisos y brillantes por dentro, y por fuera tenían largas manchas viscosas como las partes blancas de una roca cuando el mar se retira y el sol la seca. Los bordes estaban redondeados y rebajados en los lugares en que los cara de hueso habían apoyado las manos. Las cosas que había dentro de los troncos eran demasiado variadas y numerosas para clasificarlas. Había piedras redondas, palos, cueros, bultos más grandes que Lok, dibujos de un color rojo brillante, huesos que tenían formas de cosas vivas; los extremos mismos de las hojas pardas, en la parte en que las tomaban los hombres, tenían forma de peces; y había también olores y preguntas sin respuesta. Lok miraba sin ver y las imágenes se iban y volvían. Al otro lado del agua, en la isla, no había movimiento alguno.

Fa le tocó la mano y se dio vuelta en el árbol. Lok la imitó cuidadosamente y apartaron las hojas para ver el espacio libre.

Lo conocido se había modificado ya. La maraña de matorrales y agua estancada a la izquierda del claro estaba como antes y lo mismo el pantano impenetrable de la derecha. Pero donde el sendero a través del bosque tocaba el claro los espinos crecían ahora densamente. Había una brecha en esos matorrales y vieron que Pino avanzaba por la brecha con otro espino sobre el hombro. El tallo era blanco y puntiagudo. Detrás de él seguían los golpes en la madera.

A Lok le llegaba el temor de Fa. No nacía de una imagen compartida, sino de una sensación general, un olor acre, un silencio absoluto, una atención angustiada, una vigilancia inmóvil y tensa. En aquel momento, más claramente que nunca hasta entonces, había dos Lok, uno fuera y otro dentro. El Lok interior podía esperar siempre. Pero el exterior, que oía y olía y estaba constantemente despierto, insistía y apretaba como otra piel. El Lok exterior comunicaba el miedo, la sensación de peligro mucho antes que el cerebro comprendiera la imagen. Estaba más asustado que nunca, más que cuando se agazapaba en una roca con Fa y un gato se paseaba de un lado a otro junto a un animal muertomirando hacia arriba y preguntándose si los atacaría o no.

La boca de Fa le dijo al oído:

—Estamos cercados.

Los espinos se desparramaron. En el sitio del sendero que entraba en el claro eran muy espesos; pero ahora había otros, dos filas junto al agua estancada y el pantano. El claro formaba un semicírculo, abierto únicamente en la parte que daba al agua del río. Los tres cara de hueso venían por la última brecha, con más espinos. Con ellos cerraban el camino detrás de Lok y Fa.

Fa le murmuró al oído:

—Saben que estamos aquí. No quieren que nos vayamos.

Sin embargo los caras de hueso no los buscaban. Matorral y Pino volvieron y los troncos se entrechocaron. Cabeza de Castaña comenzó a pasearse lentamente alrededor de la fila de espinos, con la cara vuelta hacia el bosque. Mantenía siempre el palo encorvado con la ramita en cruz. Los espinos le llegaban hasta el pecho y cuando un toro bramó a lo lejos en la llanura se quedó quieto, con la cara levantada y el palo un poco desencorvado. Las palomas volvían a hablar y el sol daba en la copa del árbol muerto y respiraba calurosamente sobre Fa y Lok.

Alguien cavó ruidosamente en el agua y los troncos chocaron de nuevo. Luego hubo golpeteos de madera, ruido de cosas arrastradas y lenguaje de pájaros. Después otros dos hombres salieron de debajo del árbol al espacio abierto. El primer hombre era como los otros. El pelo se le alzaba como un copete sobre la cabeza y luego se le desparramaba oscilando con cada movimiento. El del copete se acercó directamente a los espinos y se quedó mirando el bosque. Tenía también un palo curvo y una ramita.

El segundo hombre era diferente de los otros, más ancho y bajo. Tenía mucho pelo en el cuerpo, y el de la cabeza parecía bruñido, como si lo hubieran frotado con grasa. No tenía pelo alguno en la parte delantera de la cabeza, de modo tal que la piel de hueso, de una fungosa y terrible palidez, le caía directamente sobre las orejas. Lok vio por primera vez las orejas de los hombres nuevos. Eran pequeñas y muy pegadas a los lados de la cabeza.

Copete y Cabeza de Castaña se agazaparon y se pusieron a retirar hojas y brizna de hierba de las huellas que Fa y Lok habían dejado en el suelo. Copete miró hacia arriba y dijo:

—¡Tuami!

Cabeza de Castaña siguió las huellas con la mano extendida. Copete le habló al hombre ancho:

—¡Tuami!

El hombre ancho se volvió hacia ellos desde el montón de piedras y palos que lo había tenido ocupado. Lanzó un rápido ruido de ave, inapropiadamente delicado, y los otros respondieron. Fa dijo al oído de Lok:

—Es su nombre...

Tuami y los otros se inclinaban y movían la cabeza sobre las huellas. Donde la tierra se endurecía cerca del árbol las huellas eran invisibles, y cuando Lok esperaba que los nuevos aplicaran las narices a la tierra, todos se irguieron y levantaron. Tuami se echó a reír. Señalaba la cascada, riendo y gorjeando. Luego dejó de reír, golpeó fuertemente las palmas de las manos una contra otra, dijo una palabra y volvió al montón.

Como si esa palabra única hubiera cambiado el claro los hombres nuevos abandonaron aquella actitud de vigilancia. Aunque Cabeza de Castaña y Copete seguían observando el bosque, se quedaron, uno a cada lado del espacio abierto, contemplando los espinos y los palos desencorvados. Pino no movió ninguno de los bultos durante un rato; se llevó una mano al hombro, tiró de un pedazo de cuero y lo separó de la piel. Eso le dolió a Lok como si fuese una espina bajo la uña de un hombre, pero descubrió que a Pino no le importaba y que en realidad se mostraba alegre, tranquilo y cómodo con su propia piel blanca. Ahora estaba desnudo como Lok, sólo que una piel de venado le cubría la delgada cintura y los lomos.

Lok podía ver ahora otras dos cosas. La gente nueva no se movía como todos los que había conocido. Se balanceaban sobre las piernas, y las cinturas eran tan delgadas que los cuerpos oscilaban hacia atrás y hacia adelante. No miraban a la tierra, sino directamente en frente. Y no sólo estaban hambrientos. Lok conocía el hambre. Los nuevos se morían. La carne se les hundía en los huesos como se había hundido la carne de Mal. Aunque los cuerpos tenían la gracia flexible de una rama joven, se movían lentamente como las figuras de un sueño. Caminaban erguidos y debían estar muertos. Era como si algo que Lok no podía ver los sostuviese, manteniéndoles erguidas las cabezas y empujándolos lenta e irresistiblemente hacia adelante. Lok sabía que si hubiese sido tan delgado como ellos habría muerto ya.

Copete había arrojado la piel al suelo, bajo el árbol muerto, y trataba de levantar un gran fardo. Cabeza de Castaña corrió a ayudarlo, y lo alzaron juntos. Lok vio que se les arrugaban las caras y se reían, y durante un instante sintió más afecto que angustia. Vio cómo compartían el peso y sintió en sus propios miembros el esfuerzo desesperado. Tuami volvió, se quitó la piel, se estiró y se arrodilló en el suelo. Apartó unas hojas, dejando al descubierto la tierra parda. Tenía un palito en la mano derecha y hablaba con los otros hombres. Todos movían mucho la cabeza. Los troncos golpearon y se oyó un ruido de voces en la orilla del agua. Los hombres del claro dejaron de conversar. Copete y Cabeza de Castaña volvieron a moverse alrededor de los espinos.

Luego apareció un nuevo hombre. Era alto y no tan delgado como los otros. El pelo bajo la boca y sobre la cabeza era gris y blanco como el de Mal. Se le rizaba en una melena, y de cada oreja le colgaba un diente de gato. Lok y Fa no podían verle la cara porque les daba la espalda. Mentalmente lo llamaron el anciano. El anciano se quedó mirando a Tuami y hablando con una voz ronca que se zambullía y forcejeaba.

Tuami hizo más marcas. Las marcas se unieron y de pronto Lok y Fa compartieron una imagen de la anciana trazando una línea alrededor del cuerpo de Mal. Fa miró de soslayo a Lok y señaló hacia abajo con un dedo. Los hombres que no vigilaban se reunieron alrededor de Tuami y hablaron entre ellos y con el anciano. No gesticulaban mucho ni bailaban para expresar lo que querían decir como podían haber hecho Lok y Fa, pero los labios del—gados se movían constantemente. El anciano alzó un brazo, se inclinó hacia Tuami y le dijo algo.

Tuami sacudió la cabeza. Los hombres se apartaron un poco y se sentaron en fila; solamente Copete quedó de guardia. Fa y Lok observaron lo que hacía Tuami sobre la fila de cabezas peludas. Tuami pasó al otro lado del terreno y pudieron verle la cara. Tenía líneas verticales entre las cejas y movía la punta de la lengua mientras dibujaba líneas en el suelo. La fila de cabezas comenzó a gorjear otra vez. Un hombre recogió unos palitos y los rompió. Los encerró en la mano y cada uno de los otros tomó un palito.

Tuami se levantó, fue a un fardo y sacó de él una bolsa de cuero. En ella había piedras, madera y figuras y las colocó junto a la marca dibujada en el suelo. Luego se sentó en cuclillas frente a los otros hombres, entre ellos y el terreno marcado. Inmediatamente los hombres comenzaron a hacer un ruido con las bocas. Al mismo tiempo batían palmas y el golpeteo de las manos acompañaba el ruido de las bocas. El ruido crecía y disminuía y se retorcía, pero tenía siempre la misma forma, como los mogotes al pie de la cascada, sobre los que corría el agua constantemente, que eran siempre los mismos y estaban en el mismo lugar. La cascada empezó a ocupar la cabeza de Lok. Como si la hubiese mirado durante demasiado rato, hasta sentir sueño. La tensión de la piel se le había aflojado un poco pues había visto que la gente nueva se quería mutuamente. La pelusilla volvía a metérsele en la cabeza mientras las voces y los golpeteos seguían.

El bramido de un ciervo en celo resonó debajo del árbol.

 La pelusilla salió de la cabeza de Lok. Los hombres se inclinaron de modo que el pelo de las cabezas barrió el suelo. El ciervo de todos los ciervos bailaba en el claro. Llegó rodeando la línea de cabezas, fue bailando al otro lado de las marcas, volvió y se quedó inmóvil. Bramó otra vez. Hubo un silencio en el claro mientras las palomas conversaban entre ellas.

Tuami comenzó a trabajar activamente. Se puso a arrojar cosas a las marcas. Se inclinaba hacia adelante y hacía movimientos solemnes. Pronto hubo color en el terreno descubierto: color de hojas otoñales, bayas rojas, el blanco de la escarcha y el negro mate que deja el fuego en las rocas. El cabello de los hombres todavía estaba en el suelo y nadie decía nada.

Tuami volvió a sentarse.

Lok sintió en la piel tensa un frío invernal. Había otro ciervo en el claro, donde habían estado las marcas, tendido en tierra; corría y no obstante no cambiaba de lugar. Tenía los colores de la época de cría, pero estaba muy gordo y los ojitos negros espiaban a Lok a través de la hiedra. Lok se sentía atrapado y acobardado en la madera blanda, por donde la comida corría haciéndole cosquillas. No quería mirar.

Fa le tocó la muñeca y lo sacudió otra vez. Lok acercó temerosamente la cara a las hojas y miró de nuevo el ciervo tendido, pero los hombres que estaban delante se lo ocultaban. Pino tenía en la mano izquierda un trozo de madera pulida, y una rama, o el pedazo de una rama, sobresalía en el otro extremo. Uno de los dedos de Pino se estiraba a lo largo de esa rama. Tuami estaba frente a él. Sostenía el otro extremo de la madera. Pino habla—ba al ciervo en pie y al ciervo tendido. Lok y Fa oían que suplicaba. Tuami levantó la mano derecha y el ciervo bramó. Tuami golpeó fuertemente y una piedra brillante mordió la madera. Pino se quedó inmóvil unos instantes y luego separó cuidadosamente la mano de la madera pulida apoyando un dedo en la rama. Se volvió y fue a sentarse con los otros. El color de la cara era más de hueso que antes y se movía con mucha lentitud y se tambaleaba. Los otros hombres levantaron las manos y lo ayudaron a sentarse entre ellos. Pino callaba. Cabeza de Castaña tomó un trozo de cuero y le vendó la mano, y los dos ciervos esperaron.

Tuami dio vuelta la madera y el dedo no se despegó en seguida, pero luego cayó haciendo un ruido sordo y fue a parar al hocico rojizo del ciervo. Tuami volvió a sentarse. Dos de los hombres rodeaban con sus brazos a Pino, que se inclinaba de lado. Luego hubo un largo silencio y parecía que la cascada sonaba más cerca.

 

Cabeza de Castaña y Matorral se levantaron y se acercaron al ciervo tendido. Tenían los palos curvos en una mano y las ramitas con plumas rojas en la otra. El ciervo de pie movió la mano de hombre como si los rociara con algo y luego la tendió y tocó a todos en la mejilla con una hoja de helecho. Los otros se inclinaron sobre el ciervo tendido en el suelo estirando los brazos hacia abajo y con los codos derechos levantados. Se oyeron unos golpecitos y dos ramitas fueron a clavarse en el ciervo junto al corazón. Los dos hombres se agacharon y arrancaron las ramitas al ciervo sin que éste se moviera. Luego los hombres sentados batieron palmas y emitieron los sonidos extraños una y otra vez hasta que Lok bostezó y se lamió los labios. Cabeza de Castaña y Matorral seguían en pie con los palos curvos. El ciervo bramó y los hombres se inclinaron hasta que los cabellos tocaron el suelo. El ciervo volvió a bailar. La danza prolongaba el sonido de las voces. Se acercó, pasó bajo el árbol, se perdió de vista y las voces cesaron. Detrás de ellos, entre el árbol muerto y el río, el ciervo bramó una vez más.

Tuami y Copete corrieron adonde estaban los espinos a través del sendero y apartaron uno. Se pusieron a ambos lados de la abertura empujando hacia atrás los espinos y Lok vio que tenían los ojos cerrados. Cabeza de Castaña y Matorral avanzaron a hurtadillas alzando los palos curvos. Pasaron por la abertura, desaparecieron silenciosamente en el bosque, y Tuami y Copete dejaron que los espinos volvieran a su lugar.

El sol se había movido, y el ciervo que Tuami había dibujado en el suelo husmeaba a la sombra del árbol. Pino estaba sentado en el suelo bajo el árbol y temblaba un poco. Los hombres comenzaron a moverse lentamente con la pereza soñolienta del hambre. El anciano salió de debajo del árbol muerto y se puso a hablar con Tuami. El cabello que llevaba pegado a la cabeza reflejaba la luz del sol. Avanzó y se quedó mirando al ciervo. Luego tendió un pie y lo frotó alrededor del cuerpo del animal. El ciervo dejó que lo ocultaran. Unos instantes después no quedaban en la tierra más que manchas de color y una cabeza con un ojito. Tuami se apartó, hablando consigo mismo, fue a un fardo y lo revolvió. Sacó de él un hueso largo, grueso y arrugado en la base como la superficie de un diente y que terminaba en una punta embotada. Se arrodilló y se puso a frotar esa punta con una piedrecita y Lok oía las raspadura. El anciano se acercó, señaló el hueso, rió con una voz rugiente y simuló que se clavaba algo en el pecho. Tuami inclinó la cabeza y siguió raspando. El anciano señaló el río y luego el suelo y habló largamente. Tuami metió el hueso y la piedra en el cuero que tenía en la cintura, se levantó, pasó bajo el árbol y se perdió de vista.

El anciano dejó de hablar y se sentó cuidadosamente en un fardo cerca del centro del claro. La cabeza del ciervo con el ojito estaba a sus pies.

Fa habló al oído de Lok:

—Él se fue antes. Teme al otro ciervo.

Lok tuvo una imagen inmediata y vivida del ciervo que había bailado y bramado. Movió la cabeza indicando que estaba de acuerdo.


 

 

8

 

 

 

 

 

Fa cambió lentamente de posición y se acomodó de nuevo. Lok, mirándola de reojo, vio que se pasaba la lengua roja por los labios. Una pausa los unió, y durante un momento Lok observó dos Fa que se separaban; para unirlas se necesitaba mucha firmeza. En la parte interior de la hiedra había criaturas que volaban y cantaban débilmente o se le posaban en el cuerpo estremeciéndole la piel.

Las sombras entre los rayos y los parches del sol se desprendían y disminuían hasta que la luz quedó en un nivel diferente. Unas frases raras de Mal y de la anciana asomaban junto con imágenes y se mezclaban con las voces de la gente nueva, de modo que Lok apenas distinguía unas de otras. Era difícil que aquel anciano que estaba debajo de ellos hablase con la voz de Mal de la región del verano, donde el sol calentaba como un fuego y los frutos maduraban continuamente. Tampoco la saliente podía fundirse, como ocurría en aquel momento, con los espinos y los bulbos del claro. Aquella sensación tan desagradable se había desparramado como un charco. Lok casi estaba acostumbrado ahora.

Sintió un dolor en la muñeca. Abrió los ojos y miró hacia abajo, irritado. Fa le apretaba la muñecacon los dedos. Entonces Lok oyó claramente el maullido del nuevo. La charla de pájaros y las risas agudas de la otra gente se elevaban ahora como si todos fuesen niños. Fa se volvió en el árbol hacia el agua. Lok tardó en desprenderse de las ensoñaciones y de las imágenes de la otra gente. Luego el nuevo volvió a maullar y Lok se dio vuelta como había hecho Fa y miró el río entre las ramas.

Uno de los dos troncos se movía en la orilla. Tuami iba sentado en la parte trasera, cavando, y en el resto del tronco había mucha gente. Eran mujeres, pues se les veían los pechos desnudos. Más pequeñas que los hombres, llevaban menos cantidad de aquella piel que podía quitarse. Los cabellos eran menos raros y distintos que los de los hombres. Tenían caras arrugadas y flacas. Entre Tuami y los bultos y las mujeres se sentaba una criatura. Llamó tanto la atención de Lok que apenas le quedó tiempo para observar a los demás. Era también una mujer, y llevaba alrededor de la cintura una piel brillante que subía y se le doblaba sobre los brazos, y se le cerraba en una bolsa detrás de la cabeza.

El cabello negro de la mujer brillaba y le rodeaba la blancura ósea de la cara como los pétalos de una flor. Los hombros y los pechos eran blancos, pasmosamente blancos comparados con la piel del nuevo, que forcejeaba sobre ellos. El nuevo trataba de alejarse del agua y de trepar a la bolsa que la mujer tenía en la espalda, y la mujer reía con la cara arrugada y la boca abierta, de modo que Lok podía verle los dientes raros y blancos. Había demasiadas cosas que ver y Lok se convirtió otra vez en ojos que registraban y acaso más tarde recordarían lo que no entendía en aquel momento. La mujer era más gorda que las otras, como el anciano, aunque no tan vieja, y tenía leche en las puntas de los pechos. El nuevo tironeaba del cabello brillante y se izaba mientras ella trataba de hacerlo bajar, con la cabeza inclinada hacia un lado y la cara levantada. La risa sonaba como el canto de los estorninos. El tronco se deslizó bajo el límite de la atalaya, y Lok oyó que los matorrales suspiraban en la orilla del río.

Se volvió hacia Fa. Había una risa silenciosa en la cara de Fa, y Lok vio también que ella tenía agua en los ojos, un agua que en cualquier momento se le derramaría. Fa dejó de reír y la cara se le arrugó como si sintiera el dolor de una espina en el costado. Unió los labios, los separó, y aunque no la dijo, Lok comprendió la palabra:

—Leche...

La risa de Fa desapareció y se oyó un balbuceo y luego los ruidos de las cosas que sacaban del tronco y echaban a la orilla. Lok abrió otro agujero en la hiedra y miró hacia abajo. Fa ya miraba también.

La mujer gorda había calmado al nuevo y le daba el pecho. Estaban junto al agua. Las demás mujeres se movían de un lado a otro tirando de los fardos y abriéndolos con hábiles sacudidas y revoloteos de las manos. Una de ellas, descubrió Lok, no era más que una niña, alta y delgada, con una piel de ciervo alrededor de la cintura. Miraba una bolsa que estaba en el suelo. Otra mujer la abría. Lok vio que la bolsa cambiaba de forma convulsivamente. La boca de la bolsa se abrió, y Liku salió, cayó a gatas y saltó. Lok vio que le colgaba del cuello un largo trozo de piel. La mujer se arrojó sobre Liku y la retuvo. Liku se dio vuelta en el aire y cayó de espaldas. Los estorninos volvieron a cantar. Liku tironeó de la piel dando vueltas y se agazapó bajo el árbol. Lok veía el vientre redondo de Liku y cómo apretaba allí a la pequeña Oa. La mujer que había abierto la bolsa rodeó el árbol con la piel y la ató. Luego se fue. La mujer gorda se acercó a Liku de modo que Lok alcanzaba a ver la coronilla brillante de la cabeza y la delgada línea blanca que dividía el cabello. Habló a Liku, se arrodilló, y volvió a hablarle riendo, llevando siempre al nuevo en el pecho. Liku no decía nada, pero movía a la pequeña Oa desde el vientre hasta el pecho. La mujer se levantó y se fue.

La muchacha se acercó a Liku, muy despacio, y se sentó a la distancia de un cuerpo. Las dos niñas se miraron un rato. Luego Liku se movió, arrancó algo del árbol y se lo llevó a la boca. La muchacha observaba y unas líneas rectas le aparecieron entre las cejas. Sacudió la cabeza. Lok y Fa se miraron y también sacudieron las cabezas ansiosamente. Liku arrancó otra seta del árbol y se la ofreció a la muchacha, que se echó hacia atrás. Luego se inclinó, tendió la mano cautelosamente y se apoderó de la comida. Vaciló, se llevó la seta a la boca y empezó a masticarla. Pasó rápidamente la mirada por los lugares en que las otras mujeres habían desaparecido y tragó. Liku le dio otro pedazo, tan pequeño que sólo podían comerlo los niños. La muchacha lo tragó también. Luego quedaron en silencio y mirándose.

La muchacha señaló a la pequeña Oa e hizo una pregunta, pero Liku no dijo nada y hubo otro silencio. Fa y Lok veían cómo la muchacha examinaba a Liku de la cabeza a los pies, y quizás, aunque no podían verle la cara, Liku hacía lo mismo. Liku separó a la pequeña Oa del pecho y se la puso en equilibrio sobre el hombro. De pronto la muchacha se echó a reír, mostrando los dientes, y luego rió Liku y las dos siguieron riendo al mismo tiempo.

Lok y Fa reían también. En Lok la sensación era ahora afectuosa y alegre. Habría bailado si no hubiese sido por el Lok exterior que insistía en señalarle el peligro.

Fa acercó la cabeza a la de Lok y dijo:

—Cuando oscurezca tomaremos a Liku y huiremos.

La mujer gorda bajó al agua. Desenvolvió las pieles y se sentó y vieron que el nuevo ya no estaba con ella. Las pieles se le deslizaron de los brazos y quedó desnuda hasta la cintura, y el cabello y la piel del cuerpo le brillaron a la luz del sol. Levantó los brazos hasta la parte de atrás de la cabeza, se inclinó y comenzó a trabajar en la forma del cabello. En seguida los pétalos cayeron como culebras negras y le colgaron sobre los hombros y los pechos. Sacudió la cabeza como un caballo y las culebras volaron hacia atrás y otra vez le pudieron ver los pechos. Se sacó de la cabeza unas espinas blancas y delgadas y las juntó en un montoncito a la orilla del agua. Luego buscó en el regazo y sacó un pedazo de hueso dividido como los dedos de una mano. Levantó la mano y se pasó los dedos de hueso por el cabello repetidas veces, hasta que el cabello no fue ya culebras, sino una cascada negra y brillante y la línea blanca pasaba claramente por la coronilla.

Dejó de jugar con el cabello y observó a las dos muchachas hablándoles de vez en cuando. La muchacha delgada ponía ramitas en el suelo y las unía por la parte de arriba. Liku estaba a gatas, mirándola sin decir nada. La mujer gorda volvió a trabajar en su cabello; lo retorció y estiró, lo alisó, pasó por él la mano de hueso, inclinándose y agachándose, y el cabello tomó otra forma: subía y luego se enroscaba.

Lok oyó hablar a Tuami. La mujer gorda se apresuró a recoger la piel y a envolverse en ella hasta los hombros, ocultando el ombligo y las nalgas anchas y blancas. Sólo los pechos le quedaban a la vista, en la cuna de piel. Miró de soslayo bajo el árbol y Lok se dio cuenta de que hablaba con Tuami. Hablaba riéndose mucho.

El anciano habló también en voz alta desde el claro y, como Lok, no sólo miraba a las niñas, sino que prestaba atención además a los sonidos nuevos. Rompían madera, crepitaba un fuego, y la gente golpeaba cosas. No sólo el anciano, sino también los otros daban órdenes con agudas voces de pájaro. Lok bostezó, satisfecho. Pronto habría oscuridad y él podría escapar con Liku a la espalda.

Tuami volvió a colocarse bajo el árbol y habló con el anciano. Pino apareció en la parte trasera de tronco. Había allí leña amontonada a gran altura, y detrás, en el agua, flotaban unos troncos gruesos sacados del claro en la isla. Delante de Pino iba una sombra, pues el sol que volaba en el cielo descendía ahora del punto más alto. La luz se reflejaba en el agua alrededor de los troncos y hacía parpadear a Lok. Pino y la mujer gorda se tocaron las cabezas de pelo y hablaron un rato. Luego el anciano apareció debajo de Lok y comenzó a gesticular y a hablar en voz alta. La mujer gorda rió, levantó el mentón, lo miró de soslayo y los reflejos del agua se esparcieron y temblaron sobre la piel blanquecina. El anciano desapareció otra vez.

Las niñas estaban juntas. La niña delgada se inclinaba sobre una cueva de ramitas y Liku se había sentado en cuclillas junto a ella, estirando la piel de cuero que la sujetaba al árbol muerto. La niña delgada tenía a la pequeña Oa en las manos, la daba vueltas y la examinaba con curiosidad. Le dijo algo a Liku y luego puso cuidadosamente a la pequeña Oa en la cueva, tendida de espaldas. Liku miraba a la niña delgada con ojos de adoración.

La mujer gorda se levantó y se alisó las pieles. Se había colgado alrededor del cuello una cosa brillante que le tocaba los pechos. Lok vio que era una de esas piedras amarillas hermosas y combadas que la gente recogía a veces para jugar un rato. La gorda echó a andar moviendo las caderas y se perdió de vista en el claro. Liku conversaba con la muchacha delgada. Se señalaban la una a la otra.

—¡Liku!

La delgada reía con toda la cara, aplaudía y repetía:

—¡Liku! ¡Liku!

Luego se señaló el pecho y dijo:

—Tanakil.

Liku la miró solemnemente.

—Liku.

La delgada sacudió la cabeza y Liku la imitó.

—Tanakil.

Liku repitió con mucho cuidado:

—Tanakil.La muchacha delgada se levantó de un salto, gritó, aplaudió y rió. Una de las mujeres arrugadas se acercó a ellas y se quedó mirando a Liku. Tanakil le farfulló algo señalando a Liku y moviendo la cabeza y luego se interrumpió y le dijo a Liku:

—Tanakil.

Liku levantó la cara y repitió:

—Tanakil.

Las tres rieron. Tanakil se acercó al árbol muerto, lo examinó, dijo algo, arrancó un pedazo de la seta amarilla que Liku le había dado y se la puso en la boca. La mujer arrugada gritó tanto que Liku se asustó. Luego golpeó a Tanakil ferozmente en el hombro, mientras gritaba. Tanakil se apresuró a llevarse la mano a la boca y se sacó la seta. La mujer se lo arrancó de la mano con tanta fuerza que la seta cayó en el río. Le gritó a Liku, quien se arrimó otra vez al árbol. La mujer se inclinó hacia Liku, pero manteniéndose algo alejada, y siguió gritándole.

—¡Ah! —decía—. ¡Ah!

Se volvió hacia Tanakil, hablando sin cesar, y la empujó con una mano mientras mantenía la otra en la cadera. Empujaba y charlaba, obligando a Tanakil a avanzar hacia el claro. Tanakil se movía de mala gana, mirando hacia atrás. Liku se arrastró hasta la cueva de ramitas, sacó a la pequeña Oa, se la puso en el pecho, y volvió al árbol. La mujer arrugada regresó y la miró. Algunas de las arrugas se le suavizaron en la cara. Durante un tiempo no dijo nada y luego se inclinó, manteniéndose lejos de Liku.

—Tanakil.

Liku no se movió. La mujer tomó una ramita y se la ofreció con cautela. Liku la tomó, dudando, la olió y la dejó caer al suelo. La mujer preguntó:

—¿Tanakil?

Las palomas torcazas respondieron en lugar de Liku y la luz del agua tembló en la cara de la mujer.

—¡Tanakil!

Liku callaba y poco después la mujer se fue.

Fa apartó la mano de la boca de Lok y le dijo:

—No le hables.

Y lo miró con cara ceñuda. A Lok se le aflojó la piel al ver que la mujer ya no estaba cerca de Liku. El Lok exterior le recordó que debía tener cuidado.

Oyeron voces en el espacio abierto. Lok y Fa cambiaron de posición otra vez. Había cosas nuevas. Un fuego brillante ardía en el centro y el humo denso subía directamente al cielo. A cada lado del claro habían construido cuevas y salientes con las ramas que la gente nueva había llevado en los troncos. La mayoría de los fardos había desaparecido, y ahora había mucho espacio libre en los alrededores del fuego. La gente estaba reunida allí y conversaba. Hacían frente al anciano, quien hablaba otra vez. Todos le tendían los brazos, menos Tuami, que estaba de pie en un lado como si perteneciera a una gente distinta. El anciano sacudía la cabeza y gritaba. Los otros se volvieron hacia adentro dándole la espalda y se pusieron a cuchichear entre ellos. Luego se volvieron otra vez hacia el anciano, gritando. El anciano sacudió la cabeza, les dio la espalda y se metió en la cueva de la izquierda. Los otros se reunieron alrededor de Tuami, todavía gritando. Tuami levantó una mano y los otros callaron. Señaló la cabeza de ciervo que seguía en el suelo, más allá de los troncos del fuego yluego el bosque, mientras los otros volvían a gritar. El anciano salió de la cueva y levantó una mano como había hecho Tuami. La gente guardó silencio un momento.

El anciano dijo una palabra, con voz muy alta. Inmediatamente hubo un gran griterío entre la gente, y hasta se movieron con más rapidez. La mujer gorda sacó de la cueva un bulto extraño. Era la piel entera de un animal, pero se bamboleaba como si el animal fuera de agua. Los otros llevaron piezas de madera huecas y las pusieron debajo del animal, que inmediatamente vertió agua en las maderas. Las llenó todas, pues Lok veía los destellos del agua. La mujer gorda parecía feliz con el animal como había sido feliz con el nuevo; todos eran felices, hasta el mismo anciano, que sonreía y reía. La gente llevó las piezas de madera a donde estaba el fuego, sosteniéndolas con cuidado para que el agua no se derramase, aunque había mucha agua en el río. Se arrodillaron o se sentaron lentamente y se llevaron las maderas a las bocas y bebieron. Tuami se arrodilló sonriendo junto a la mujer gorda y el animal le echó agua en la boca. Fa y Lok seguían agachados en el árbol con las caras torcidas. Un bulto subía y bajaba por la garganta de Lok. La comida del árbol le corría por la piel y Lok hacía muecas mientras se la metía distraídamente en la boca. Se lamía los labios, hacía una mueca y volvía a bostezar. Luego miró a Liku.

La muchacha delgada había vuelto. Tenía un olor diferente, acre, pero estaba contenta. Comenzó a hablar con Liku en su agudo lenguaje de pájaro y poco después Liku se apartó un poco del árbol. Tanakil miró de soslayo a la gente reunida alrede—dor del fuego y luego se acercó lentamente a Liku. Puso una mano en la tira de piel sujeta al tronco y comenzó a desatarla. La tira se soltó y Tanakil se la enrolló en la muñeca, haciendo movimientos de zambullida y rotación como la golondrina en su vuelo estival. Dio la vuelta al árbol y la tira de piel la siguió. Habló a Liku, tiró suavemente de ella y las dos niñas se alejaron juntas.

Tanakil hablaba constantemente. Liku se mantenía junto a ella y escuchaba con las dos orejas; Lok y Fa veían las orejas crispadas. Lok tuvo que abrir otro agujero para ver adonde iban. Tanakil llevó a Liku a que mirara un fardo.

Soñoliento, Lok cambió su punto de mira para ver el claro. El anciano caminaba de un lado a otro impaciente y tironeaba con una mano del pelo gris que tenía debajo de la boca. Los otros que no estaban de guardia o se ocupaban del fuego se habían tendido en tierra como si estuvieran muertos. La mujer gorda había entrado otra vez en la cueva.

El anciano decidió algo. Lok vio que apartaba la mano de la cara. Dio unas fuertes palmadas y comenzó a hablar. Los hombres tendidos junto al fuego se levantaron de mala gana. El anciano señaló el río, instándolos a algo. Hubo un silencio de los hombres, y luego una gran sacudida de cabezas y una perorata súbita. El anciano habló otra vez enojado. Fue hacia el agua, se detuvo, habló sobre el hombro y señaló los troncos huecos. Los hombres soñolientos avanzaron lentamente por las matas espesas y la tierra frondosa. Hablaban en voz baja entre dientes y con los otros. El anciano les gritó como la mujer había gritado a Tanakil. Los hombres llegaron a la orilla del río y se quedaron mirando los troncos sin moverse ni hablar. El olor acre de la bebida vertida por el animal bamboleante le llegaba a Lok y era como el olor de la putrefacción otoñal. Tuami cruzó el claro y se puso detrás de ellos.

El anciano pronunció un discurso. Tuami se alejó moviendo la cabeza y unos instantes después Lok oyó un ruido de tajaduras. Los otros dos hombres desprendieron las tiras de cuero de los matorrales, saltaron al agua, empujaron el extremo trasero del primer tronco hasta introducirlo en el río y llevaron el otro a la orilla. Se colocaron a cada lado del extremo y lo levantaron. Luego los dos se inclinaron sobre el tronco, jadeando. El anciano volvió a gritar alzando las manos al aire. Luego señaló y los hombres volvieron a trabajar. Tuami llegó con un trozo de rama bien desbastada. Los hombres se pusieron a arrancar la tierra blanda de la orilla. Lok se dio vuelta en su nido para mirar a Liku. Vio que Tanakil le mostraba cosas maravillosas de todas clases, entre ellas una sarta de conchas marinas que colgaba de un hilo y una Oa tan natural que al principio Lok creyó que dormía o que quizás estaba muerta. Llevaba la tira de piel en la mano pero estaba floja, pues Liku se mantenía junto a la niña mayor y la miraba como miraba a Lok cuando la columpiaba o le hacia payasadas. Las líneas rectas de la luz del sol caían oblicuamente al claro desde lo alto del barranco. El anciano gritó y las mujeres salieron de las cuevas arrastrándose y bostezando. Gritó otra vez y ellas pasaron bamboleándose bajo el árbol hablando unas con otras como habían hecho los hombres. Pronto no quedaron a la vista más que el centinela y las dos niñas.Una nueva clase de griterío comenzó entre el árbol y el río. Lok se volvió para ver qué sucedía.

—¡A—ho! ¡A—ho! ¡A—ho!

La gente nueva, hombres y mujeres, se inclinaba hacia atrás. El tronco los miraba, con el hocico apoyado en el palo que había llevado Tuami. Lok sabía que aquel extremo era un hocico porque el tronco tenía ojos a cada lado. No los había visto antes porque estaban debajo de la materia blanca, ahora ennegrecida. La gente estaba unida al tronco por tiras de piel. El anciano ordenaba y ellos se inclinaban hacia atrás, jadeando, y con los pies arrancaban terrones del suelo blando. Se movían a sacudidas y el tronco los miraba todo el tiempo. Lok les veía las arrugas de las caras y el sudor cuando pasaban bajo el árbol. El anciano los siguió y el griterío continuó.

Tanakil y Liku volvieron al árbol. Liku llevaba la muñeca de Tanakil en una mano y a la pequeña Oa en la otra. Los gritos cesaron y toda la gente reapareció caminando con dificultad y lúgubremente, y se alineó a la orilla del río. Tuami y Pino se metieron en el agua junto al segundo tronco. Tanakil avanzó para ver, pero Liku tiró de ella para retenerla. Tanakil le explicó, pero Liku no quería acercarse al agua. Tanakil comenzó a tirar de la piel y Liku se prendía a la tierra con manos y pies. De pronto Tanakil se puso a gritarle como la mujer de cara arrugada. Tomó un palo, le habló con una voz penetrante y aguda y volvió a tirar de Liku. Liku siguió resistiéndose y Tanakil le golpeó la espalda con el palo. Liku gritó y Tanakil siguió tironeando y pegando.

—¡A—ho! ¡A—ho! ¡A—ho!

El segundo tronco tenía el hocico en la orilla, pero esta vez no trepó a la tierra. Se deslizó hacia atrás y la gente se apartó. El anciano señaló curiosamente el río, y luego la cascada, y luego el bosque, bramando todo el tiempo. La gente le contestaba gritando también. Tanakil dejó de golpear a Liku y se quedó mirando a los grandes. El anciano iba de un lado a otro empujando a los otros con el pie. Tuami estaba a un lado, observándolo como un poste y sin decir nada. Poco a poco la gente se fue levantando y tomó otra vez las tiras de piel. Tanakil se cansó de mirar, y se arrodilló junto a Liku. Recogía piedrecillas, las arrojaba al aire y trataba de atraparlas en la estrecha palma de la mano. Liku se volvió a mirarla. El tronco trepó a la orilla, se sacudió y quedó fríamente en tierra. La gente se retiró.

Lok miraba a Liku, y le alegró ver el vientre redondo y la tranquilidad de la niña ahora que Tanakil ya no utilizaba el palo. Recordó al nuevo en el pecho de la mujer gorda y sonrió de soslayo a Fa.

 Fa le hizo una mueca torciendo la cara. No parecía estar tan contenta. La sensación que Lok tenía adentro había disminuido y desaparecido, como la escarcha cuando el sol la sorprende en una roca lisa. La gente que poseía cosas tan maravillosas ya no le parecía una amenaza inmediata como anteriormente. Hasta el Lok exterior estaba tranquilo y menos atento a los sonidos y los olores. Bostezó largamente y se apretó las cuencas de los ojos con las palmas de las manos. La pelusilla se le iba de la cabeza como cuando en pleno verano el viento la arranca de los arbustos de la llanura y el aire se llena de vilanos a la deriva. Oyó que Fa cuchicheaba fuera de él:

—Recuerda que los llevaremos cuando oscurezca.

A Lok le vino la imagen de la mujer gorda y dando leche.

—¿Cómo le daremos comida? —preguntó.

—Yo comeré a medias para él y quizá venga la leche.

Lok pensó en eso y Fa habló una vez más:

—Dentro de poco la gente nueva dormirá.

La gente nueva no dormía todavía. Hacía más ruido que nunca. Los dos troncos estaban en el claro, atravesados sobre ramas gruesas y redondas. La gente se agrupaba alrededor del segundo tronco y le gritaba al anciano. El anciano señalaba enérgicamente el sendero que llevaba al bosque y hacía ruidos de pájaro. Los otros sacudían la cabeza, se libraban de las tiras de piel y se metían en las cuevas. El anciano levantaba los puños al cielo, donde el aire era de un azul más oscuro, y se golpeaba la cabeza, pero la gente se acercaba como en sueños al fuego y las cuevas. Cuando se quedó completamente solo junto a los troncos de madera, el anciano guardó silencio. Comenzaba a oscurecer bajo los árboles y la luz del sol se retiraba de la tierra.

El anciano fue muy lentamente al río. Luego se detuvo y Lok y Fa no le vieron ningún gesto, pero se apresuró a volver a su cueva y desapareció. Lok oyó hablar a la mujer gorda y el anciano salió. Otra vez caminó hacia el río lentamente, pisando las mismas huellas, y en esta ocasión no se detuvo junto a los troncos y siguió adelante. Pasó debajo del árbol y se quedó entre el árbol y el río mirando a las niñas Tanakil enseñaba a Liku a atrapar las piedras,olvidada del palo. Cuando vio al anciano se levantó, se puso las manos a la espalda y frotó un pie sobre el otro. Liku hizo también eso lo mejor que pudo. El anciano guardó silencio un rato y luego movió la cabeza hacia el claro y habló severamente. Tanakil tomó el extremo de la tira de piel y pasó bajo el árbol seguida por Liku. Volviéndose cuidadosamente en el árbol, Lok vio que entraban en una cueva. Cuando miró otra vez hacia el río el anciano orinaba en la orilla. La luz del sol había abandonado el río y estaba presa en las copas de los árboles del otro lado. Había un gran resplandor rojo sobre la cascada y la barranca, y el agua resonaba fuertemente. El anciano volvió al árbol, se detuvo debajo, y miró atentamente los espinos donde estaba la guardia. Luego fue al otro lado del árbol y volvió a mirar alrededor. Después se recostó en el árbol de frente al agua. Metió la mano dentro de la piel que le cubría el pecho y sacó un trozo de carne. Lok lo olió, lo vio y lo reconoció. El anciano comía la carne destinada a Liku. Recostado en el árbol, con la cabeza baja y los codos salientes, oían cómo desgarraba, tiraba y masticaba. Parecía ocupado en la carne como un escarabajo en una madera seca.

Alguien se acercaba. Lok lo oyó, pero no el anciano, preso en el ruido de sus propias mandíbulas. El hombre dio la vuelta al árbol, vio al anciano, se detuvo y gritó furioso. Era Pino. Corrió de vuelta al claro, se paró junto al fuego y se puso a gritar. Los hombres y las mujeres salieron de las cuevas oscuras. La oscuridad se extendía sobre la tierra y Pino pateó el fuego para que se elevaran las chispas y las llamas. Hubo una inundación de luz de fuego que luchó con la oscuridad bajo el cielo sereno y brillante. El anciano gritaba junto a los troncos; Pino gritaba también y lo señalaba y la mujer gorda salió de una cueva con el nuevo en el hombro. De pronto la gente echó a correr. El anciano se metió de un salto en uno de los troncos, recogió una hoja de madera y la blandió. La mujer gorda se puso a gritar a la gente y el ruido era tan grande que las aves sacudían las alas en los árboles. La voz del anciano se oscureció también. La gente se tranquilizó un poco. Tuami, que no había hablado y estaba junto a la mujer gorda, dijo algo ahora y los otros repitieron lo que él decía. Las voces volvían a ser más fuertes. El anciano señalaba la cabeza de ciervo que estaba junto al fuego, pero el ruido que hacía la gente repitiendo una palabra sonaba como si se acercasen. La mujer gorda se metió en su cueva y Lok vio que todos fijaban los ojos en la entrada. La mujer salió, no con el nuevo, sino con el animal bamboleante. La gente gritó y aplaudió. Corrieron en busca de las maderas huecas y el animal que tenía la mujer gorda en el hombro vertió agua otra vez. La gente bebió y Lok vio cómo se les movían los huesos de las gargantas a la luz del fuego. El anciano les hacía señas para que volvieran a las cuevas, pero nadie iba. Volvían a donde estaba la mujer gorda y ella les daba más agua para beber. Ahora no reía, sino que paseaba la mirada del anciano a la gente y de la gente a Tuami. Tuami estaba junto a ella, sonriendo. La mujer gorda trataba de meter otra vez al animal en la cueva, pero Pino y una mujer no la dejaban. El anciano corrió entonces hacia adelante y el grupo que formaban los otros forcejeó al mismo tiempo. Tuami contemplaba el forcejeo como si la gente fuese algo que élhubiese dibujado en el aire con un palo. La gente daba vueltas y vueltas y la mujer gorda gritaba. El animal bamboleante se le deslizó del hombro y desapareció. Algunos de los hombres se le echaron encima. Lok oyó un sonido acuoso y luego el montón de gente disminuyó un poco. Se diseminaron y el animal apareció tendido en el suelo, chato como el ciervo que había hecho Tuami, pero con mucho más aspecto de muerto.

El anciano se hizo muy alto.

Lok bostezó. No lograba unir aquellas visiones. Los ojos se le cerraban y abrían de pronto. El anciano tenía los dos brazos en alto. Hacía frente a la gente y gritaba asustándolos. Habían retrocedido un poco. La mujer gorda entró a hurtadillas en una cueva. Tuami había desaparecido. La voz del anciano se elevó, y murió. El anciano bajó los brazos. Había en el claro silencio y temor y un olor acre de animal muerto.

Durante un rato la gente no dijo nada y permaneció un poco agazapada, inclinada como para huir. De pronto una de las mujeres avanzó, le gritó al anciano, se frotó el vientre, le mostró los pechos, y lo escupió. La gente comenzó a moverse otra vez. Hubo un movimiento de cabezas y un griterío. El anciano gritaba también y señalaba la cabeza de ciervo. Siguió un silencio. Los ojos de la gente se volvieron hacia el ciervo, y el ojito del ciervo aún vigilaba a Lok.

Se oyó un ruido en el bosque fuera del claro. La gente lo oyó poco a poco. Alguien gritaba. Los espinos se movieron y abrieron. Cabeza de Castaña apareció renqueando y sostenido por Matorral. La sangre le brillaba en toda la pierna izquierda.Cuando vio el fuego se dejó caer en tierra y una mujer corrió hacia él. Matorral avanzó hacia la gente.

A Lok se le cerraban los párpados, pero volvió a abrirlos de pronto. Durante un momento como de sueño se vio a sí mismo en una imagen contándole todo aquello a Liku. Liku tampoco entendía.

La mujer gorda salió de la cueva llevando al nuevo en el pecho. Matorral hizo una pregunta y la respuesta fue un griterío. La mujer que había mostrado los pechos vacíos señaló al anciano, el árbol muerto y a la gente. Cabeza de Castaña escupió a la cabeza del ciervo y la gente volvió a gritar y avanzó. El anciano levantó los brazos y comenzó a decir las mismas palabras amenazadoras, pero la gente se burlaba y reía. Cabeza de Castaña estaba junto a la cabeza del ciervo. Los ojos le brillaban a la luz del fuego como dos piedras. Sacó una ramita de la cintura sosteniendo el palo curvo en la otra mano, y mirando al viejo.

El anciano dio un paso de costado y habló rápidamente. Se acercó a la mujer gorda, tendió las manos y trató de quitarle el nuevo. Ella se apresuró a inclinarse y le mordió la mano como habría hecho cualquier mujer, y el anciano comenzó a bailar y a gritar. Cabeza de Castaña puso la ramita a través del palo curvo y tiró hacia atrás las plumas rojas. El anciano dejó de bailar y se acercó con las manos tendidas y las palmas haciendo frente a la ramita. Se detuvo casi al alcance de Cabeza de Castaña y enroscó todos los dedos de la mano derecha menos el largo. Éste se movió de lado hasta que quedó señalando una cueva. Toda la gente guardaba silencio. La mujer gorda reía con una voz aguda y estabaotra vez inmóvil. Tuami observaba la espalda del anciano. El anciano miró alrededor del claro, atisbo hacia donde se amontonaba la oscuridad bajo los árboles y volvió a mirar a la gente. Nadie decía nada.

Lok bostezó y se reclinó en el hueco de la copa del árbol, donde estaba a cubierto de las miradas de la gente. El campamento no era más que una fluctuación de la luz reflejada en los árboles. Miró a Fa, invitándola a dormir a su lado. Lok le veía la cara y los ojos que espiaban a través de la hiedra y no parpadeaban. Tan absorta estaba Fa en su vigilancia que cuando Lok le tocó la pierna con la mano no dejó de mirar. Lok vio entonces que Fa abría la boca y que la respiración se le aceleraba. Fa apretó la madera podrida del árbol muerto. La madera se cascó y desmenuzó convirtiéndose en una pulpa húmeda. A pesar de sentirse tan cansando eso interesó a Lok y lo asustó un poco. Tuvo la imagen de un nuevo que subía al árbol, y echándose hacia atrás comenzó a apartar las hojas. Fa lo miró de soslayo y la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible. Tiró de la muñeca de Lok y lo obligó a echarse. Luego lo tomó por los hombros y ocultó la cara en el pecho de él. Lok la abrazó, y el Lok exterior sintió un placer cálido. Pero Fa no quería jugar. Se arrodilló otra vez y puso la cabeza contra el pecho de Lok mientras Lok sentía en la mejilla los latidos apresurados del corazón de ella. Trató de ver qué la asustaba tanto, pero Fa lo sujetó y Lok sólo pudo ver el ángulo del mentón de Fa y los ojos abiertos, abiertos constantemente, y vigilantes.

La pelusilla volvió a la cabeza de Lok y el cuerpode Fa estaba caliente. Lok cedió, pues sabía que Fa lo despertaría cuando la gente durmiera y pudieran huir con las niñas. Se acurrucó en los brazos de Fa, y dejó que la pelusilla que flotaba ahora en la oscuridad se transformase en todo un mundo de sueño agotado.


 

 

9

 

 

 

Se despertó para luchar con brazos que lo empujaban hacia abajo, brazos que le sujetaban la espalda y una mano que le tapaba la cara. Hablaba y farfullaba casi dispuesto a morder los dedos, impulsado por aquellos nuevos temores que conocía ahora. Fa lo miraba de cerca, sujetándolo. Lok se agitaba contra las hojas y la blanda madera pulverizada.

—¡Quieto!

Fa había hablado más alto que nunca en el árbol, y más alto aun que de costumbre, como si la gente no estuviese ya alrededor. Lok dejó de forcejear y se despertó del todo. Vio que la luz saltaba sobre las hojas negras moteándolas aquí y allá al mismo tiempo. Había muchas estrellas sobre el árbol, y a la luz del fuego parecían pequeñas y mortecinas. El sudor le corría por la cara a Fa y tenía el cuerpo húmedo. Mientras observaba a Fa, Lok oía también a la gente nueva, que alborotaba como una manada de lobos. Gritaban, reían, cantaban y charlaban con aquel lenguaje de pájaros, y las llamas del fuego saltaban locamente junto con ellos. Lok se dio vuelta y miró metiendo los dedos en las hojas.

La luz del fuego llenaba el claro. Habían llevado a tierra los troncos que flotaban en el río detrás dePino, poniéndolos de pie sobre el fuego, apoyados unos en otros. No había nada caliente o confortable en aquel fuego; era como la cascada, como un gato. Lok veía parte del tronco que había matado a Mal apoyado en el montón, y las setas duras y parecidas a orejas eran rojas ahora. Las llamas salían a chorros de lo alto de la hoguera como si las exprimieran desde abajo, y eran rojizas, amarillas y blancas, y lanzaban unas chispas que subían perdiéndose de vista. Las puntas de las llamas estaban al nivel de Lok y el humo azul de alrededor era casi invisible. La luz se extendía desde la fuente de llamas de la pira por todo el claro, y no era una luz caliente sino violenta, de color rojo blanco y enceguecedora. Esa luz palpitaba como un corazón, de modo que hasta los árboles de hojas ensortijadas que rodeaban el claro parecían saltar hacia los lados como los agujeros entre las hojas de la hiedra.

La gente era como el fuego, amarilla y blanca, pues se habían quitado las pieles y no tenían más que una faja alrededor de la cintura y las nalgas. Saltaban de lado al mismo tiempo que los árboles y tenían el cabello caído o revuelto, de modo que Lok no podía distinguir fácilmente las diferencias entre los hombres. La mujer gorda se recostaba en uno de los troncos huecos, con las manos apoyadas a los lados, y estaba desnuda hasta la cintura, y su cuerpo era también amarillo y blanco. Tenía la cabeza baja, el cuello curvado y la boca abierta y reía, y el cabello suelto le colgaba en el hueco del tronco. Tuami estaba en cuclillas, con la cara junto a la muñeca izquierda de la mujer, y se movía, no sólo a saltos hacia atrás y hacia adelante con la luz del fuego, sino también hacia arriba, y deslizaba la boca por el cuerpo de ella, y los dedos subían jugando como si estuviese comiendo aquella carne y trepando hacia el hombro desnudo. El anciano estaba tendido en el otro tronco hueco, y los pies le asomaban a cada lado. Tenía en la mano una piedra redonda que se llevaba de vez en cuando a la boca, y en los intermedios cantaba. Los otros hombres y mujeres estaban diseminados en el claro. Tenían más piedras redondas y Lok vio que bebían también. El olor era más dulce y fuerte que el de la otra agua, y se parecía a la cascada y el fuego. Era agua de abejas, olía a miel y a cera y a putrefacción, atraía y repelía, asustaba y excitaba como la gente misma. Había cerca del fuego otras piedras con agujeros en la parte superior y el olor parecía venir de ellas principalmente. Lok vio que cuando la gente acababa de beber acudía a esas piedras, las levantaba y tomaba más bebida. Tanakil estaba acostada delante de una de las cuevas, de espaldas e inmóvil como si estuviera muerta. Un hombre y una mujer luchaban, se besaban y gritaban, y otro hombre se arrastraba alrededor del fuego como una mariposa con un ala quemada. Daba vueltas y más vueltas arrastrándose y los otros no le prestaban atención y seguían haciendo ruido.

Tuami había llegado al cuello de la mujer gorda. La empujaba y ella reía, sacudía la cabeza y le apretaba el hombro con la mano. El anciano cantaba, la gente luchaba y el hombre se arrastraba alrededor del fuego. Tuami abrazaba a la mujer gorda y entretanto el claro saltaba hacia atrás y hacia adelante y de lado.

Había abundante luz para que Lok viese a Fa. El sacudimiento le cansaba los ojos, por lo que volvió la cabeza y miró a Fa en cambio. Fa también brincaba, pero sólo con la luz. Parecía como si no hubiese pestañeado ni hubiera desviado los ojos desde que Lok se había dormido. En la cabeza de Lok las imágenes venían y se iban como la luz del fuego. No significaban nada y comenzaron a girar de tal modo que le parecía que se le iba a romper la cabeza. Encontraba palabras para la lengua, pero la lengua apenas sabía cómo utilizarlas.

—¿Qué pasa?

Fa no se movió. Una especie de semiconocimiento terrible por lo mismo que carecía de forma, se filtró en Lok como si compartiera una imagen con ella, pero no tenía ojos dentro de la cabeza y no podía verlo. El conocimiento era algo parecido a la sensación de peligro extremo que el Lok exterior había compartido con Fa anteriormente, pero esto de ahora pertenecía al Lok interior y no le encontraba cabida. Se introducía en él desalojando la sensación agradable de después del sueño, las imágenes y su rotación; destruyendo las pequeñas ideas y opiniones, la sensación de hambre y la urgencia de la sed. Lok se sentía poseído por ese conocimiento y no sabía qué era.

Fa movió la cabeza de lado lentamente. Los ojos, con sus fuegos gemelos, lo miraron como los ojos de la anciana que ascendían a través del agua. Hubo un movimiento alrededor de la boca de Fa —no una mueca o una preparación para hablar— y los labios se le agitaron como los de la gente nueva, y luego se quedaron otra vez abiertos e inmóviles.

—Oa no los sacó de su vientre.

Al principio ninguna imagen acompañó a estas palabras, pero penetraron en la sensación de Lok yla reforzaron. Luego Lok volvió a atisbar entre las hojas buscando el significado de las palabras y se encontró mirando directamente a la boca de la mujer gorda. La mujer iba hacia el árbol, apoyada en Tuami, y se tambaleaba y chillaba de risa de modo que Lok podía verle los dientes. No eran anchos y útiles para comer y masticar, sino muy pequeños, y había dos más largos que los otros. Eran dientes que recordaban los del lobo.

El fuego se apagó con un rugido y un torrente de chispas. El anciano ya no bebía, sino que yacía inmóvil en el tronco hueco, y los otros estaban sentados o acostados y el ruido de los cantos moría como el fuego. Tuami y la mujer gorda pasaron bajo el árbol y desaparecieron. Lok se dio vuelta para observarlos. La mujer gorda quiso ir al agua, pero Tuami la tomó por el brazo y la hizo girar. Se quedaron así mirándose, la mujer gorda pálida en un lado a causa de la luna y rojiza en el otro a causa del fuego. Se reía de Tuami y le sacaba la lengua mientras él hablaba rápidamente. De pronto Tuami la tomó con las dos manos y la apretó contra el pecho, y ambos lucharon, jadeando y sin hablar. Tuami le alcanzó luego un mechón del cabello y tiró hacia abajo, obligándola a levantar la cara, contraída por el dolor. Ella clavó las uñas de la mano derecha en la espalda de Tuami y tiró hacia abajo al mismo tiempo que Tuami le tiraba del pelo. Tuami pegó su cara contra la de ella y giró de modo que una de sus rodillas quedó detrás de la mujer. Luego levantó la mano hasta apoyarla en la parte de atrás de la cabeza de ella. La mano clavada en la espalda de Tuami se aflojó, buscó a tientas, se tendió alrededor de él y de pronto los dos se encontraron unidos, forcejeando al mismo tiempo, flanco contra flanco y boca contra boca. La mujer gorda comenzó a deslizarse y Tuami a inclinarse sobre ella. Hincó torpemente una rodilla en tierra y los brazos de la mujer le rodearon el cuello. La mujer quedó tendida de espaldas a la luz de la luna, con los ojos cerrados, el cuerpo flojo y el pechojadeante. Tuami se arrodilló, le soltó a tientas la piel que tenía alrededor de la cintura, gruñó y se arrojó sobre ella. Lok pudo ver otra vez los dientes de lobo. La mujer gorda movía la cara de un lado a otro y la tenía contraída como cuando luchaba con Tuami.

Lok se volvió hacia Fa. Estaba todavía arrodillada, mirando en el claro el montón de madera rojiza, y la piel sudorosa le brillaba débilmente. Lok tuvo una imagen súbita y brillante y vio como él y Fa se apoderaban de las niñas y huían a través del claro. Acercó la cabeza a la boca de Fa y le preguntó en voz baja:

—¿Nos apoderamos de las niñas ahora?

Fa se apartó de Lok para poder verlo claramente a la luz empañada de aquel momento. Se estremeció de pronto como si la claridad de la luna que caía sobre el árbol fuese una luz invernal.

—¡Espera!

Las dos personas que estaban bajo el árbol hacían ruidos furiosos como si se pelearan. En particular la mujer gorda gritaba ahora como una lechuza y Lok oía que Tuami jadeaba como un hombre que lucha con un animal y no cree que vencerá. Los miró y vio que Tuami no sólo estaba acostado con la mujer gorda, sino que además la comía, pues del lóbulo de la oreja de ella manaba una sangre negra.

Lok se sintió excitado. Tendió una mano y la puso sobre Fa, pero ella sólo tuvo que volver hacia él unos ojos de piedra para que inmediatamente quedase envuelta en aquella misma sensación incomprensible, aquella sensación peor que la de Oa y que Lok reconocía pero no podía entender. Se apresuró a retirar la mano del cuerpo de Fa y abrió de nuevo las hojas para mirar el fuego y el claro. La mayoría de la gente había entrado en las cuevas. Del anciano sólo se veían los pies, apoyados en los lados del tronco hueco. El hombre que se había arrastrado alrededor del fuego estaba tendido de bruces entre las piedras redondas que contenían el agua de abejas, y el cazador que hacía la guardia seguía en pie junto a la cerca de espinos apoyado en un palo. Mientras Lok lo observaba ese hombre comenzó a dejarse caer hasta que quedó tendido e inmóvil cerca de los espinos, y la luz de la luna se le reflejó débilmente en la piel desnuda. Tanakil había desaparecido y las mujeres arrugadas también; el claro era poco más que un espacio alrededor de un montón de madera rojiza.

Lok se volvió y miró a Tuami y la mujer gorda, quienes habían llegado a la culminación de la lucha y en aquel momento estaban inmóviles, y los cuerpos brillantes de sudor olían a carne y a miel de las piedras. Lok miró a Fa, que seguía silenciosa y terrible y contemplaba una imagen que no estaba en la oscuridad de la hiedra. Lok bajó la vista y automáticamente se puso a palpar la madera podrida en busca de comida. Pero de pronto descubrió su sed, y una vez descubierta ya no podía ignorarla. Impaciente, volvió a mirar a Tuami y la mujer gorda, pues de todos los acontecimientos pasmosos einexplicables que se habían producido en el claro ellos eran el más comprensible y al mismo tiempo el más interesante.

La batalla feroz y como de lobos había terminado. Al parecer no sólo se habían acostado juntos; habían luchado entre ellos y se habían devorado mutuamente, pues había sangre en la cara de la mujer y en la espalda del hombre. Ahora, terminada la pelea y restablecida entre ellos la paz, o lo que fuera, jugaban juntos. El juego era complicado y absorbente. No había animal en la montaña o la llanura, ni criatura en los matorrales y el bosque bastante flexible y hábil y con la sutileza y la imaginación necesarias para inventar juegos como aquéllos, ni con el ocio y la vigilia imprescindibles para jugarlos. Perseguían el placer como los lobos persiguen a los caballos; parecían seguir las huellas de la presa invisible, escuchar con la cabeza inclinada y el rostro concentrado y retirarse a la luz pálida de los primeros pasos de un acercamiento secreto. Jugaban con el placer cuando lo alcanzaban como juega una zorra con un pájaro gordo, aplazando la muerte de la presa para gozar doblemente del placer de comérsela. Guardaban silencio aparte de los gruñidos y jadeos y un gorgoteo ocasional de risa oculta de la mujer gorda.

Una lechuza blanca pasó sobre el árbol y un momento después Lok oyó la nota del ave, que siempre sonaba más allá de donde estaba. El espectáculo de Tuami y la mujer gorda no era tan excitante como había sido cuando luchaban, y Lok no podía ahora olvidar su sed. No se atrevía a hablarle a Fa, no sólo a causa del extraño alejamiento de ella, sino también porque Tuami y la mujer gorda hacían tan poco ruido en aquel momento que hablar volvía a ser peligroso. Lok se sentía cada vez más impaciente por apoderarse de las niñas y huir.

El fuego tenía un color rojo muy débil y la luz apenas llegaba a los ramajes de alrededor del claro, de modo que esa pared se oscurecía cada vez más contra el cielo brillante. El terreno del claro estaba tan sumido en las tinieblas que Lok tenía que emplear su vista nocturna. El fuego, aislado, parecía flotar. Tuami y la mujer gorda salieron de debajo del árbol tambaleándose y no se alejaron juntos, sino que fueron cada uno por su lado a través de las sombras, hacia cuevas separadas. La cascada retumbaba, y ahora se oían las voces del bosque con sus crepitaciones y pasos invisibles. Otra lechuza blanca voló a través del claro y se alejó por el otro lado del río.

Lok se volvió hacia Fa y le dijo en voz baja:

—¿Ahora?

Fa se le acercó. Había en su voz el mismo tono apremiante e imperioso que cuando lo había obligado a obedecerla en la terraza:

—Yo tomaré al nuevo y saltaré sobre los espinos. Cuando me haya ido, sigúeme.

Lok pensó, pero no le vino imagen alguna.

—Liku...

Las manos de Fa se apretaron contra el cuerpo de Lok.

—¡Fa ordena!

Lok se movió rápidamente, de modo que las hojas ásperas de la hiedra rozaron unas con otras.

—Pero Liku...

—Yo tengo muchas imágenes en la cabeza.

Las manos de Fa soltaron a Lok. Lok estaba acostado en la copa del árbol y todas las imágenes del día comenzaron a girar una vez más. Oyó que el aliento de Fa pasaba junto a él y se hundía en la hiedra, que susurró de nuevo. Miró de prisa el claro, pero nadie se movía allí. Sólo veía los pies del anciano que sobresalían del tronco hueco y los agujeros muy negros de las cuevas de ramas. El fuego flotaba con un débil color rojo y un corazón más brillante donde las llamas azules recorrían la madera. Tuami asomó en la cueva, se acercó al fuego y lo miró. Fa había salido ya a medias de la hiedra y se apoyaba en las ramas gruesas del árbol, en la parte del río. Tuami tomó una rama y atizó las cenizas calientes hasta que echaron chispas y lanzaron al aire una columna de humo y de puntos parpadeantes. La mujer arrugada salió también de su cueva, le quitó la rama y durante unos instantes los dos se quedaron balanceándose y conversando. Luego Tuami se fue, y un momento después Lok oyó el ruido que hacía al acostarse entre hojas secas. Esperó, y la mujer se puso a excavar la tierra alrededor del fuego hasta convertirlo en un montecillo negro con una boca resplandeciente en lo alto. La mujer llevó césped al fuego y lo arrojó en esa boca, y la hierba se encendió y crepitó mientras una ola de luz se extendía por el claro. La mujer arrugada temblaba en el extremo de una larga sombra y la luz vaciló y se apagó. Lok oyó y sintió a la vez que ella iba a tientas hacia la cueva, se agachaba y entraba.

Recuperó su vista nocturna. El claro volvía a estar muy tranquilo y oyó que la piel de Fa raspaba la vieja corteza del árbol al deslizarse hacia el suelo. Se dio cuenta de lo inmediato del peligro. El conocimiento de que estaban a punto de engañar a aquella gente extraña, y todas sus obras inescrutables y la terrible imagen de Fa que se arrastraba hacia ellos le apretaban la garganta de tal modo que no podía respirar y el corazón le sacudía el cuerpo. Buscaba apoyo en la madera podrida y se ocultaba detrás de la hiedra con los ojos cerrados, buscando sin darse cuenta las horas en que el árbol muerto era relativamente seguro. El olor de Fa se elevó hasta él desde el lado del árbol que daba al fuego y compartió con ella la imagen de una cueva con un oso apostado a la entrada. El olor dejó de elevarse, la imagen desapareció y comprendió que Fa se había convertido en ojos, oídos y nariz que se arrastraban silenciosamente hacia la cueva.

El corazón y la respiración se le calmaron un poco y pudo mirar otra vez al claro. La luna asomó por el borde de una nube espesa y arrojó una luz gris azulada sobre el bosque. Pudo ver a Fa, tendida junto a la luz, agarrada a la tierra y a no más del doble de su longitud del montón negro del fuego. A la nube sucedió otra y el claro se llenó de oscuridad. Por encima de los espinos que cerraban la entrada al sendero oyó que el centinela se ahogaba y trataba de levantarse. Luego oyó que vomitaba y a continuación un largo gemido. Las sensaciones se mezclaban en Lok. Pensaba a medias que la gente nueva podía decidir de pronto estar como estaban ellos, levantarse, hablar y mostrarse cautos o infinitamente hábiles y confiados. A esto se unía una imagen de Fa, que no se atrevía a correr a lo largo del tronco junto a la terraza; y el deseo ardiente y apremiante de estar con ella era también parte de esa imagen. Se movió en la copa de hiedra, separólas hojas que daban al río y buscó a tientas las ramas del tronco. Descendió en seguida del árbol, antes que las sensaciones tuvieran tiempo de cambiar y lo transformaran en un Lok obediente, y se quedó entre la larga hierba al pie del árbol muerto. Pero recordó de pronto a Liku, se arrastró más allá del árbol y trató de ver en qué cueva estaba la niña. Fa avanzaba hacia la derecha del fuego. Lok se movió a la izquierda, se puso a gatas y fue hacia la cueva de más allá de los troncos y del montón de bultos desordenados. Los troncos huecos seguían donde la gente los había dejado, como si también ellos hubiesen bebido la bebida melosa, y los pies del anciano todavía sobresalían del más próximo. Lok se agachó junto a ese tronco y olió cautelosamente el pie del anciano. No tenía dedos, o más bien —pues ahora lo veía de tan cerca— estaba cubierto con cuero como la cintura de toda aquella gente y olía fuertemente a vaca y a sudor. Lok alzó la vista y miró sobre el borde del tronco. El anciano estaba completamente tendido, con la boca abierta, y lanzaba ronquidos por la nariz delgada y puntiaguda. A Lok se le erizó el pelo en el cuerpo y se agachó como si el anciano hubiese abierto los ojos. Se ocultó en la tierra revuelta y la hierba junto al tronco, y ahora que la nariz se le había ajustado al anciano se desentendió de él, pues le llegaban otros muchos fragmentos de información. Los troncos por ejemplo, se relacionaban con el mar. El blanco de los costados era blanco de mar, áspero y evocador de playas y de la incesante progresión de las olas. Había el olor de la resina del pino, de una clase de limo peculiarmente espeso y fuerte que la nariz de Lok podía identificar como distinto,pero que no tenía nombre. Había los olores de muchos hombres, mujeres y niños y, al fin, de una manera más vaga pero no menos poderosa, un olor compuesto de muchos, el olor único de la vejez extrema.

Lok sentía una picazón en el pelo; le temblaba la carne. Se serenó y se arrastró a lo largo del tronco hasta llegar a donde estaban las piedras redondas, a poca distancia del fuego caliente pero sin luz. Las piedras conservaban aún aquel olor, y era tan fuerte que podía vérselo como un resplandor o una nube alrededor de los agujeros en la parte alta. El olor era como la gente nueva, repelía y atraía, acobardaba y tentaba; era como la mujer gorda y al mismo tiempo como el terror del ciervo y del anciano. Lok recordaba tanto al ciervo que se agachó otra vez, pero no sabía adonde había ido el ciervo, ni de dónde venía, excepto que se acercaba al claro desde detrás del árbol. Se dio vuelta, miró hacia arriba y vio la hiedra y el árbol muerto, grande, desgreñado, y que colgaba de las nubes como un oso de las cavernas. Se arrastró rápidamente a la choza de la izquierda. El centinela apostado junto a los espinos volvió a gemir.

Lok olió el camino a lo largo de las ramas inclinadas en la parte trasera de la cueva y encontró un hombre y otro hombre y otro hombre. No había olor de Liku, excepto una especie de olor generalizado, tan débil que era apenas la vaga conciencia de algo que podía relacionarse con la niña. Siempre que se tendía en tierra tenía esa sensación, pero no alcanzaba a seguirle el rastro. Se sintió audaz. Abandonó aquella búsqueda azarosa y fue al lado abierto de la cueva. En primer lugar la gente había puesto dos palos, verticalmente, tendiendo otro entre ellos. Luego habían apoyado innumerables ramas contra el palo largo y habían formado así una saliente frondosa. Había tres de esas construcciones: una a la izquierda, otra a la derecha y la tercera entre el fuego y los espinos donde estaba el centinela. Los extremos cortados de las ramas habían sido introducidos por la fuerza en la tierra y formaban una línea curva. Lok se arrastró hasta el final de la línea y asomó la cabeza cautelosamente. El ruido de la respiración y los ronquidos que llegaban de adentro era irregular y fuerte. Alguien dormía a menos de la distancia de un brazo. Ese alguien gruñó, eructó, se dio vuelta y una mano cayó de modo que la palma abierta rozó la cara de Lok. Lok se echó hacia atrás, temblando, y luego se inclinó hacia adelante y olió la mano. Era una mano pálida, ligeramente brillante, impotente e inocente como la mano de Mal. Pero era más estrecha y larga y de una blancura fungosa.

Había un espacio estrecho entre el brazo y el lugar donde los extremos de las ramas se introducían oblicuamente en la tierra. La imagen de Liku, tan enloquecedoramente presente y tan oculta, lo impulsó hacia adelante. No entendía el mensaje de aquella sensación, pero sabía que debía hacer algo. Comenzó a arrastrar el cuerpo hacia adelante, lentamente, por el espacio estrecho, como una culebra que se desliza en un agujero. Sintió un aliento en la cara y se detuvo. Había una cara a menos de una mano de distancia. Sentía el cosquilleo del pelo fantástico y veía el casco de hueso, largo e inútil, que prolongaba la cabeza sobre las cejas. Podía ver el brillo mate de un ojo en una ranura que noestaba bien cerrada y los dientes de lobo irregulares, y sentía el aliento agridulce en la mejilla. El Lok interior compartía una imagen de terror con Fa, pero el Lok exterior era valiente y tranquilo como el cielo.

Lok pasó el brazo sobre el hombre dormido y palpó un espacio y luego hojas y tierra en el otro lado. Apoyó firmemente la palma de la mano en el espacio y se preparó para pasar sobre el dormido describiendo un arco. Mientras, el hombre habló. Las palabras le salían del fondo de la garganta como si no tuviera lengua y le estorbaran la respiración. El pecho le subió y le bajó rápidamente. Lok retiró el brazo apoyado en el otro lado y se agazapó de nuevo. El hombre se puso a golpear las hojas a su alrededor; el puño apretado arrancó una lluvia de luces de los ojos de Lok. Lok retrocedió y el hombre se arqueó de modo que el vientre le quedó más alto que la cabeza. Durante todo el tiempo las palabras sin lengua pugnaban por salir y los brazos golpeaban alrededor las ramas inclinadas. La cabeza del hombre se volvió de pronto y Lok vio que tenía los ojos completamente abiertos pero no miraban a nada; giraban con la cabeza lo mismo que los ojos de la anciana en el agua. Miraban de través, y el temor le contrajo la piel a Lok. El hombre levantaba cada vez más el cuerpo, y las palabras se habían convertido en una serie de graznidos más y más fuertes. En una de las otras chozas se oyó un ruido, la charla aguda de las mujeres y luego un grito de terror. El hombre que estaba junto a Lok cayó de lado, se levantó tambaleando y se abrió paso golpeando las ramas, que rodaron formando un montón. El hombre avanzó trastabillando y sus graznidos se convirtieron en un grito al que alguien respondió. Otros hombres forcejeaban en la cueva, derribando las ramas y gritando. Junto a los espinos el centinela daba vueltas tropezando y luchando con las sombras. Una figura se alzó de entre los destrozos junto a Lok, vio vagamente al primer hombre y lo golpeó con un palo. Inmediatamente la oscuridad del espacio libre se llenó de gente que luchaba y gritaba. Alguien retiró del fuego los terrones de césped y primeramente un débil resplandor y luego un estallido de llamas iluminaron el claro y el círculo de árboles. El anciano estaba allí, blandiendo el palo gris alrededor de la cabeza y la cara. También estaba allí Fa, corriendo y con las manos vacías. Vio al anciano y se desvió. La figura que estaba junto a Lok alzó un palo y Lok se detuvo en el aire. Se encontró rodando entre una maraña de miembros, dientes y garras. Consiguió desprenderse y la maraña siguió luchando y gruñendo. Vio que Fa pasaba por encima de los espinos y desaparecía detrás, y que el anciano, una imagen demente de pelo y ojos brillantes, descargaba un palo con un bulto en la punta sobre el montón de hombres. En el momento en que Lok saltaba también sobre los espinos observó que el centinela se esforzaba por pasar entre ellos. Cayó al otro lado sobre las manos y corrió hasta que los matorrales lo detuvieron. Vio que el centinela pasaba rápidamente con el palo curvo y la ramita preparados, se agazapó bajo la rama doblada de una haya y desapareció en el bosque.

El fuego ardía brillantemente en el claro. El anciano se hallaba junto al fuego, y los otros hombres se levantaban. El anciano gritó y señaló y uno de los hombres se acercó tambaleando a los espinos y corrió detrás del centinela. Las mujeres se habían reunido alrededor del anciano y la niña Tanakil estaba entre ellas con las manos en los ojos. El centinela y el otro hombre volvieron corriendo, le gritaron al anciano y entraron en el claro a través de los espinos. Lok alcanzó a ver que las mujeres arrojaban ramas en el fuego; eran las ramas de una cueva. La mujer gorda se retorcía las manos y gemía y tenía al nuevo en el hombro. Tuami hablaba animadamente con el anciano y señalaba el bosque y luego el lugar en que estaba la cabeza del ciervo. El fuego crecía; montones de hojas se incendiaban con un chasquido explosivo y los árboles del claro se veían tan nítidamente como de día. La gente se amontonó alrededor del fuego, dándole la espalda y haciendo frente a la oscuridad del bosque. Iban rápidamente a las cuevas y volvían corriendo con ramas que arrojaban al fuego, y la luz aumentaba. Luego trajeron pieles enteras de animales y se envolvieron los cuerpos. La mujer gorda había dejado de gemir y alimentaba al nuevo. Lok veía que las mujeres lo acariciaban temerosas, le hablaban, le ofrecían las conchas que llevaban al cuello y miraban constantemente el cerco oscuro de los árboles. Tuami y el anciano seguían hablando con animación y con muchos movimientos de cabeza. Lok se sentía seguro en la oscuridad, pero comprendía que aquella gente sacaba de la luz una fuerza impenetrable.

—¿Dónde está Liku?

Vio que la gente se inmovilizaba y encogía. Sólo Tanakil comenzó a gritar hasta que la mujer arrugada la tomó por el brazo y la sacudió.—¡Denme a Liku!

Cabeza de Castaña escuchaba de soslayo a la luz del fuego, buscando la voz con el oído, y tenía levantado el palo curvo.

—¿Dónde está Fa?

El palo se encogió y enderezó de pronto. Un momento después algo cruzó por el aire como el ala de un pájaro; luego se oyó un golpe seco, un rebote de madera y un chasquido. Una mujer corrió a la cueva por la que se había arrastrado Lok, sacó todo un haz de ramas y las arrojó al fuego. Las oscuras siluetas de la gente miraban al bosque inescrutable.

Lok se alejó confiando en su nariz. Se tendió en el sendero y encontró el olor de Fa y de los dos hombres que la habían seguido. Avanzó, con la nariz aplicada a la tierra, siguiendo el olor que lo llevaría de nuevo a Fa. Tenía muchas ganas de oírla hablar otra vez y de tocarla con el cuerpo. Se movía más rápidamente a través de la oscuridad que precedía a la aurora, y la nariz le decía, paso a paso, todo lo sucedido. Allí estaban las huellas de la huida de Fa, muy separadas, y los dedos de los pies habían desplazado una media luna de tierra en el camino. Descubrió que podía ver más claramente ahora, ya lejos del fuego, pues la aurora asomaba detrás de los árboles. Una vez más se acordó de Liku. Volvió, trepó al tronco hendido de una haya y miró el claro a través de las ramas. El centinela que había corrido detrás de Fa bailaba delante de la gente. Se arrastraba como una culebra, iba a lo que quedaba de las cuevas, se levantaba y volvía al fuego echando la zarpa como un lobo, y la gente se apartaba. El hombre señalaba, imitaba una cosa que corría y se agazapaba y movía los brazos como las alas de un pájaro. Se detuvo junto a los espinos, trazó una línea en el aire sobre ellos, una línea que subía y subía hacia los árboles y terminaba en un gesto de ignorancia. Tuami habló rápidamente con el anciano. Lok vio que se arrodillaba junto al fuego, despejaba un espacio y se ponía a dibujar con un palo. No había señales de Liku, y la mujer gorda estaba sentada en un tronco hueco con el nuevo en el hombro.

Lok se dejó caer en tierra, encontró otra vez las huellas de Fa y las siguió corriendo. En los pasos de Fa había terror y a Lok se le erizó el pelo. Llegó a un lugar donde los perseguidores se habían detenido y vio que uno de ellos se había puesto de lado y que los pies sin dedos habían dejado marcas profundas en la tierra. Vio también la distancia entre los pasos donde Fa había saltado al aire y luego la sangre, derramada espesamente y que describía una curva irregular, desde el bosque al pantano. La siguió entre una maraña de zarzas por donde habían pasado los perseguidores. Fue más allá sin tener en cuenta las espinas que le desgarraban la piel. Vio los lugares en que los pies de Fa, como los suyos, se habían hundido terriblemente en el lodo dejando un agujero abierto, lleno ahora de agua estancada. La superficie del pantano se extendía bruñida y aterradora. Las burbujas habían dejado de elevarse desde el fondo, y el lodo pardo, que había formado espirales en la superficie del agua, se había hundido otra vez. Hasta la espuma y la maleza y los racimos de huevas de rana estaban ahora inmóviles en el agua muerta, bajo las ramas sucias. Los pasos y la sangre llegaban hasta allí; allí estaban el olor y el terror de Fa, y después nada.


 

 

10

 

 

 

 

La luz pardusca crecía y se plateaba y el agua negra brillaba en el pantano. Un ave graznó entre las islas de juncos y zarzas. A lo lejos el ciervo de todos los ciervos bramaba y bramaba de nuevo. El lodo apretaba los tobillos de Lok, y Lok mantenía el equilibrio extendiendo los brazos. Tenía un asombro en la cabeza y debajo del asombro un hambre pesada y molesta que incluía extrañamente el corazón. Automáticamente husmeaba el aire buscando la comida y volvía los ojos entre el lodo y las marañas de zarzas. Se sacudió, sacó los pies del barro y volvió tambaleando a la tierra firme. El aire estaba caliente, y unas minúsculas cosas voladoras cantaban débilmente como la nota que se siente en los oídos después de un golpe en la cabeza. Lok se sacudió otra vez, pero la nota aguda y débil continuaba y un sentimiento de tristeza le pesaba en el corazón.

Donde comenzaban los árboles había bulbos con puntas verdes que apenas brotaban de la tierra. Los recogió con los pies, los alzó hasta la mano y se los metió en la boca. El Lok exterior no parecía quererlos, pero el Lok interior se obligaba a masticar, y la garganta se le elevaba y hundía. Recordó que tenía sed y corrió al pantano, pero el lodo había cambiado; ahora le atemorizaba más que antescuando seguía el olor de Fa. Los pies no querían entrar en el pantano.

Lok se inclinó lentamente. Las rodillas tocaron al fin el suelo, las manos se tendieron hacia abajo y se apoyó en ellas adhiriéndose a la tierra. Se retorció contra las hojas y las ramas muertas, levantó la cabeza, la volvió y miró alrededor: unos ojos asombrados sobre una boca abierta y tensa. El sonido de la aflicción le salió de la boca; era un sonido prolongado, desagradable, doloroso, un sonido de hombre. La nota aguda de las cosas voladoras continuaba y la cascada zumbaba al pie de la montaña. A lo lejos el ciervo bramaba otra vez.

El cielo estaba rosado y había un verde nuevo en las copas de los árboles. Los pimpollos que no habían sido más que puntos de vida se habían abierto como dedos impidiendo el paso de la luz, y sólo eran visibles las ramas mayores. La tierra misma parecía vibrar como si trabajase obligando a la savia a subir por los troncos. A medida que los sonidos de la aflicción desaparecían poco a poco, Lok iba fijando la atención en aquellas vibraciones y eso lo consolaba. Se agachó y fue recogiendo bulbos con los dedos, masticándolos, y la garganta le subió y le bajó de nuevo. Recordó otra vez su sed y buscó un terreno firme junto al agua. Se colgó cabeza abajo de una rama que se inclinaba sobre el agua y mientras se sostenía con una mano succionaba en la oscura superficie de ónice.

Oyó pasos en el bosque. Volvió a la tierra firme y vio que dos hombres de la gente nueva se deslizaban más allá de los troncos con los palos curvos en las manos. Llegaban ruidos del resto de la gente, ruidos de troncos que pasaban unos sobre otros yde árboles cortados. Recordó a Liku y corrió hacia el claro hasta que pudo atisbar sobre los matorrales y ver lo que hacía la gente.

—¡A—ho! ¡A—ho! ¡A—ho!

De pronto tuvo una imagen de los troncos huecos: subían a la orilla y descansaban al fin en el claro. Avanzó a gatas y se agazapó. Ya no había más troncos en el río, y ya no saldrían más de allí. Tuvo otra imagen de los troncos volviendo al río y esta imagen se relacionaba claramente, de algún modo, con la primera y los ruidos que venían del claro. Comprendió entonces que una imagen salía de la otra. Eso era todo un acontecimiento en el cerebro de Lok y se sintió orgulloso y triste y parecido a Mal. Les dijo en voz baja a los zarzales dónde había cadenas de pimpollos nuevos:

—Ahora soy Mal.

Inmediatamente le pareció que tenía una cabeza nueva, como si hubiera en ella un haz de imágenes que podía elegir a voluntad. Esas imágenes eran claras como la luz del día. Mostraban el único hilo de vida que lo unía a Liku y al nuevo; mostraba a la gente nueva —por la que tanto el Lok exterior como el interior suspiraban con un afecto aterrado—como seres que lo matarían si pudieran.

Tuvo una imagen de Liku que miraba tiernamente a Tanakil, y creyó ver a Ha, aterrorizado y ansioso, yendo al encuentro de una muerte súbita. Se tomó de los matorrales mientras las corrientes de sentimientos se arremolinaban en él y gritó:

—¡Liku! ¡Liku!

Los ruidos de corte de árboles cesaron y se convirtieron en un largo crujido. Delante, la cabeza y los hombros de Tuami se movieron rápidamentehacia un lado y luego todo un árbol se inclinó quebrándose en una masa de frondas. Cuando el árbol se derrumbó Lok pudo ver otra vez el claro, pues habían retirado los espinos y los troncos huecos pasaban por el sendero abierto. La gente tiraba de los troncos y los hacía avanzar poco a poco. Tuami gritaba y Matorral forcejeaba sacándose el palo curvo del hombro. Lok se alejó corriendo hasta que la gente se hizo pequeña al comienzo del sendero.

Los troncos no volvían al río, y marchaban hacia la montaña. Lok trató de ver otra imagen que saliera de aquélla, pero no pudo; y luego su cabeza volvió a ser la cabeza de Lok, vaciándose.

Tuami cortaba el árbol, pero no el tronco mismo, sino el extremo delgado del que salían las ramas; Lok podía oír la diferencia en la nota. También oía al anciano:

—¡A—ho! ¡A—ho! ¡A—ho!

El tronco avanzaba por el sendero. Rodaba sobre otros troncos que se hundían en la tierra blanda, de modo que la gente jadeaba y gritaba de cansancio y de miedo. El anciano, aunque no tocaba los troncos, trabajaba más duramente que todos. Corría de un lado a otro, ordenaba, exhortaba, imitaba los esfuerzos de los demás y jadeaba con ellos; y su aguda voz de pájaro revoloteaba constantemente. Las mujeres y Tanakil estaban alineadas a los lados del tronco hueco, y hasta la mujer gorda trabajaba en la parte de atrás. Sólo había una persona en el tronco: era el nuevo, acurrucado en el fondo, apoyado en un costado, y contemplando toda aquella conmoción ruidosa.

Tuami volvió del lado del sendero arrastrandouna parte del tronco del árbol. Cuando llegó a la tierra blanda lo llevó rodando hacia el tronco hueco. Las mujeres reunidas alrededor de los ojos del tronco hueco tiraban hacia arriba y hacia adelante, haciéndolo rodar fácilmente por el terreno blando sobre el otro tronco. Los ojos se hundían y Matorral y Tuami se adelantaron con un rodillo más pequeño para que el tronco no tocase la tierra. Había un movimiento incesante, como un remolino de abejas alrededor de una grieta en la roca, y una desesperación ordenada. El tronco avanzaba por el sendero hacia Lok con el nuevo balanceándose, subiendo y bajando y maullando de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo con la mirada clavada en la persona más cercana o más enérgica. En cuanto a Liku, no se la veía en ninguna parte, pero Lok, con un destello del pensamiento de Mal, recordó que había otro tronco y muchos bultos.

Así como el nuevo no hacía más que mirar, así también Lok observaba a los otros como un hombre que ve llegar la marea y no piensa en moverse hasta que la espuma le toca los pies. Sólo cuando estuvieron tan cerca que pudo ver cómo la hierba se aplastaba delante del rodillo recordó que aquella gente era peligrosa y se alejó por el bosque. Se detuvo cuando los otros se perdieron de vista, pero todavía se los podía oír. Las mujeres gritaban empujando el tronco y el anciano enronquecía. Lok tenía tantas sensaciones en su cuerpo que estaba aturdido. Lo asustaba la gente nueva y al mismo tiempo la compadecía como se compadece a una mujer enferma. Comenzó a vagar bajo los árboles, recogiendo toda la comida que podía encontrar, pero sin preocuparse si no la encontraba. Las imágenes se le fueron de la cabeza nuevamente y se convirtió en nada más que un pozo de sensaciones que no podían ser examinadas ni negadas. Pensaba al principio que tenía hambre y se metía en la boca todo lo que podía encontrar. De pronto se encontró devorando ramas jóvenes, amargas e inútiles. Se llenaba la boca y tragaba y luego se ponía a gatas y vomitaba todas las ramas.

El ruido de la gente disminuyó un poco y sólo se oía la voz del anciano cuando daba una orden o expresaba su furia. Donde el bosque se convertía en pantano y el cielo se abría sobre los matorrales, los sauces dispersos y el agua, no había señales de la gente nueva. Las palomas torcazas conversaban; nada había cambiado, ni siquiera la rama donde la niña pelirroja se había columpiado y había reído. Todas las cosas se beneficiaban y prosperaban en aquel lugar cálido y tranquilo. Lok se levantó y fue por la orilla de los pantanos a la laguna en la que Fa había desaparecido. Ser Mal era un orgullo y una carga. La nueva cabeza sabía que ciertas cosas habían desaparecido terminando como una ola del mar. Tenía que abrazarse a la angustia dolorosamente, lo sabía, como un hombre tiene que apoyarse a veces en los espinos, y trataba de comprender a la gente nueva, a la que se debían todos los cambios.

Lok descubrió el «cómo». Se había pasado toda la vida comparando y sin darse cuenta. Los hongos de un árbol eran orejas; la palabra era la misma, pero había una diferencia pues ciertas circunstancias no se podían aplicar a las cosas sensibles que tenía a los lados de la cabeza. Ahora, en una convulsión del entendimiento, Lok se encontró utilizando la semejanza como una herramienta, con lamisma seguridad con que había utilizado una piedra para cortar los palos o la carne. La semejanza podía tomar a los perseguidores de cara blanca con una mano, podía ponerlos en un mundo en que eran algo concebible y no una irrupción casual y sin relación con nada.

Se imaginó a los perseguidores que salían con los palos curvos y los utilizaban con habilidad y mala intención.

—La gente es como un lobo hambriento en el hueco de un árbol.

Recordó a la mujer gorda defendiendo al nuevo del anciano, recordó su risa, recordó a los hombres que trabajaban con una misma carga y se sonreían.

—La gente es como la miel que gotea de una grieta en la roca.

Recordó a Tanakil jugando; los dedos hábiles, la risa y el palo.

—La gente es como la miel en las piedras redondas, la nueva miel que huele a cosas muertas y a fuego.

Habían vaciado la saliente con poco más que un giro de las cabezas.

—Son como el río y la cascada, son gente de la cascada; nada se les resiste.

Recordó la paciencia de los nuevos y al hombre ancho llamado Tuami que sacaba un ciervo de la tierra colorada.

—Son como Oa.

 

En la cabeza de Lok hubo una confusión, una oscuridad, y volvió a ser el Lok que vagaba sin rumbo junto a los pantanos y el hambriento que no encontraba satisfacción en la comida. La gente corríahacia el claro donde estaba el segundo tronco, y aunque no hablaban Lok oía el golpeteo y el crujido de los pasos. Tuvo una imagen que como un destello de luz solar en el invierno se fue antes que tuviera tiempo de verla adecuadamente. Se detuvo, con la cabeza alta, husmeando. Las orejas se hicieron cargo de la tarea de vivir, descartaron el ruido de la gente y se concentraron en las cercetas que arrastraban tan furiosamente los pechos suaves por el agua. Iban hacia Lok oblicuamente, pero lo vieron y giraron todas juntas hacia la derecha. Una rata de agua las siguió, con el hocico en alto y el cuerpo sacudiéndose dentro de la ola. Lok oyó un chapoteo, un latigazo y un susurro entre los matorrales de zarzas diseminados en los pantanos. Echó a correr, pero volvió en seguida. Se agazapó en el barro y desenredó las zarzas que le ocultaban la vista. El chapoteo había cesado y las ondas lamían los matorrales y llenaban las huellas. Buscó en el aire con la nariz, luchó con los matorrales y pasó al otro lado. Dio tres pasos en el agua y se hundió en el lodo de través. El chapoteo se reanudó, y Lok, riendo y charlando, dio unos pasos de borracho. El pelo del Lok exterior se erizaba al contacto de la materia fría que le rodeaba los muslos y el tirón del lodo invisible que le succionaba los pies. El abatimiento y el hambre creciente se convirtieron en una nube que le llenaba el cuerpo, una nube que el sol encendía con llamas. Ya no era abatimiento sino sólo una alegría que lo hacía charlar y reír como la gente de la miel, y evitar que el agua le entrara en los ojos. Ya compartían una imagen.

—¡Aquí estoy! ¡Ya voy!

—¡Lok! ¡Lok!Fa, con los brazos en alto, los puños y los dientes apretados, se inclinaba y avanzaba trabajosamente por el agua. Todavía estaban cubiertos hasta los muslos cuando se abrazaron y fueron torpemente hacia la orilla. Antes que pudieran verse de nuevo los pies, Lok reía y charlaba.

—Es malo estar solo. Es muy malo estar solo.

Fa renqueaba.

—Estoy lastimada. El hombre me alcanzó con una piedra en la punta de un palo.

Lok tocó el dorso del muslo de Fa. La herida ya no sangraba, pero había allí sangre negra, como una lengua.

—Es malo estar solo...

—Corrí a meterme en el agua cuando el hombre me lastimó.

—El agua es terrible.

—El agua es mejor que la gente nueva.

Fa sacó el brazo del hombro de Lok y se sentaron en cuclillas bajo una haya. La gente volvía del claro con el segundo tronco hueco. Sollozaban y jadeaban avanzando. Los dos cazadores que se habían alejado anteriormente gritaban desde las rocas de la montaña.

Fa estiró la pierna herida y dijo:

—He comido huevos y junquillos y jalea de rana.

Lok descubrió que tenía las manos tendidas y tocando a Fa. Fa le sonrió torvamente. Lok recordó la relación instantánea que había aclarado las imágenes desconectadas.

—Ahora soy Mal. Es difícil ser Mal.

—Es difícil ser la mujer.

—La gente nueva es como un lobo y la miel, la miel podrida y el río.—Son como un fuego en el bosque.

De pronto Lok tuvo una imagen y venía desde tan adentro de la cabeza que él no sabía que estaba allí. Durante un momento la imagen pareció estar fuera de él de modo que el mundo cambió. Lok mismo tenía el tamaño de antes, pero todo lo demás había crecido de pronto. Los árboles eran como montañas. Lok no estaba en la tierra, sino montado en una espalda, prendido a un pelo rojizo con las manos y los pies. La cabeza que tenía delante, aunque no podía verla, era la cabeza de Mal, y una Fa mayor huía ante ellos. Arriba los árboles lanzaban llamas y el hálito del fuego los atacaba. Había precipitación, y el mismo estrechamiento de la piel: había miedo.

—Ahora es cuando el fuego voló y devoró los árboles.

Los ruidos de la gente y los troncos se alejaron. Unos hombres corrieron por el sendero hasta el claro. Hubo un momento de lenguaje de pájaros y luego silencio. Los pasos volvieron a resonar a lo largo del sendero y desaparecieron. Fa y Lok se levantaron y fueron hacia el sendero. No hablaban, pero se acercaban cautelosamente dando un rodeo, reconociendo así que a la gente no se la podía dejar en paz. Podían ser terribles como el fuego o el río, pero atraían como la miel o la carne. El sendero era diferente, como todo lo demás que la gente había tocado. La tierra estaba excavada y esparcida y los rodillos habían aplastado y alisado un camino bastante ancho para que Lok, Fa y otro pasaran por allí de frente.—Empujaban los troncos huecos sobre árboles que rodaban. El nuevo estaba en un tronco. Y Liku estaría en el otro.

Fa lo miró a la cara con tristeza. Señaló en la tierra alisada una mancha que había sido una babosa.

—Han pasado sobre nosotros como un tronco hueco —dijo—. Son como un invierno.

La sensación volvió al cuerpo de Lok, pero con Fa delante era un abatimiento que se podía soportar.

—Ahora sólo quedan Fa y Lok y el nuevo y Liku.

Durante un rato Fa lo miró en silencio. Tendió una mano y Lok la tocó. Fa abrió la boca para hablar, pero no le salió ningún sonido. Sacudió el cuerpo y luego se echó a temblar. Lok vio que Fa trataba de dominarse, como si saliera de la comodidad de una cueva en una mañana de nieve. Fa tendió al fin la mano.

—¡Vamos!

El fuego ardía todavía en rescoldo en un círculo de ceniza. Los refugios estaban destruidos, pero los soportes se mantenían en pie. El terreno del claro estaba revuelto como si hubiera pasado toda una manada. Lok se arrastró hasta el borde del claro. Fa vaciló, y dio una vuelta alrededor. En el centro del claro estaban las pinturas y los regalos.

Cuando Fa los vio avanzó detrás de Lok y los dos se acercaron en espiral, con los oídos atentos. Las pinturas aparecían confusas junto al fuego donde la cabeza del ciervo seguía observando a Lok inescrutablemente. Ahora había un ciervo nuevo, de color primaveral y gordo, pero otra figura lo cruzaba. Esta figura era roja, con brazos y piernas enormes extendidos, y la cara lo miraba fijamente, pues los ojos eran guijarros blancos. El pelo se alzaba alrededor de la cabeza como si la figura estuviera cometiendo alguna crueldad frenética, y a través de la figura, sujetándola al ciervo había una estaca clavada profundamente con la punta rota y cubierta de piel. Fa y Lok se apartaron aterrados, pues nunca habían visto nada parecido. Luego se volvieron tímidamente hacia los regalos.

El anca entera de un ciervo, cruda pero relativamente sin sangre, colgaba de la punta de la estaca, y junto a la cabeza había una piedra abierta que contenía la bebida de miel. El olor de la miel se elevaba como el humo y la llama de un fuego. Fa tendió la mano y tocó la carne. La carne osciló y Fa se apresuró a retirar la mano. Lok describió otro círculo alrededor de la figura, evitando pisar los miembros estirados mientras tendía la mano lentamente. Un momento después desgarraban el regalo, separaban los músculos y se metían la carne cruda en la boca. No dejaron de comer hasta que la piel se les puso tensa y un hueso blanco y brillante colgó de la estaca junto a una tira de cuero.

Por fin Lok retrocedió y se limpió las manos en los muslos. Todavía sin decir nada se volvieron mirándose y se agazaparon junto a la olla. A lo lejos, en la ladera que llevaba a la terraza, oían al anciano que gritaba:

—¡A—ho! ¡A—ho! ¡A—ho!

El vaho que salía de la boca abierta de la olla era denso. Una mosca meditaba en el borde y luego, cuando sintió el aliento de Lok, sacudió las alas, voló un instante y se posó de nuevo en la olla.

Fa puso una mano en la muñeca de Lok.—No la toques.

Pero Lok tenía la boca cerca de la olla, y respiraba ansiosamente.

—Miel —dijo con voz fuerte y quebrada.

De pronto se agachó, metió la boca en la olla y chupó. La miel podrida le quemó la boca y la lengua. Saltó hacia atrás y Fa huyó de la olla, corriendo alrededor de las cenizas del fuego. Se quedó mirando a Lok temerosamente mientras él escupía y se arrastraba otra vez al acecho de la olla, que lo esperaba humeando. Se agachó con cautela y sorbió. Se lamió los labios y volvió a chupar. Se sentó y rió en la cara de Fa.

—Bebe.

Indecisa, Fa se inclinó hasta la boca de la olla y metió la lengua en aquella materia picante y dulce. De pronto Lok se arrodilló charlando y empujó a Fa a un lado. Fa cayó sentada, perpleja, lamiéndose los labios y escupiendo. Lok metió la boca en la olla y chupó tres veces, pero a la tercera chupada no alcanzó a la superficie de la miel, de modo que aspiró aire y se atragantó. Rodó por el suelo tratando de recuperar el aliento. Fa quiso chupar, pero no pudo llegar a la miel con la lengua y le habló airadamente a Lok. Calló un momento y luego levantó la olla y se la llevó a la boca como hacía la gente nueva. Lok la vio con la gran piedra sobre la cara y rió y trató de decirle lo cómica que estaba. Recordó la miel a tiempo, dio un salto e intentó quitarle la piedra. Pero estaba pegada a la cara de Fa, y cuando Lok tiraba de la cara venía con la piedra. Se quedaron tironeando y gritándose mutuamente. Lok oyó que la voz le salía alta, fuerte y salvaje. Soltó la piedra para examinar la voz nueva y Fa se alejótambaleándose con la olla. Lok descubrió que los árboles se movían muy suavemente hacia los lados y hacia arriba. Tenía una imagen magnífica que ponía todo en orden y trató de describírsela a Fa, que no lo escuchaba. Luego no tuvo más que la imagen de haber tenido una imagen y eso lo irritó furiosamente. Trató de encontrar la imagen con la voz y la oyó, separada del Lok interior y riendo y graznando como un pato. Pero había una palabra que era el comienzo de la imagen, aunque la imagen se había perdido. Se aferró a la palabra. Dejó de reír y le dijo muy solemnemente a Fa, quien seguía con la piedra en la cara:

—¡Tronco! ¡Tronco!

Luego recordó la miel e indignado le quitó la piedra a Fa. La cara roja de Fa salió de la olla y empezó a reír y a charlar. Lok tomó la olla como la había tomado la gente nueva y la miel le corrió por el pecho. Retorció el cuerpo hasta que la cara le quedó bajo la olla y consiguió que la miel le entrara en la boca. Fa chillaba de risa. Se dejó caer, rodó y quedó tendida de espaldas y sacudiendo las piernas en el aire. Lok y el fuego de miel respondieron a esa invitación, torpemente. Luego los dos recordaron la olla y volvieron a tironear y a disputar una vez más. Fa consiguió beber un poco, pero la miel se había puesto de mal humor y no quería salir. Lok le arrebató la olla, luchó con ella, la golpeó con el puño y gritó; pero ya no había miel. Arrojó la olla al suelo, furioso, y la rompió en dos pedazos. Lok y Fa se lanzaron sobre esos pedazos; se sentaron en cuclillas y lamieron los pedazos dándolos vuelta para descubrir adonde había ido la miel. La cascada rugía en el claro dentro de la cabeza de Lok. Los árboles se movían más rápidamente. Se levantó de un salto y descubrió que el terreno era tan peligroso como un tronco. Golpeó un árbol al pasar para que no se moviera y se encontró tendido de espaldas, mirando el cielo que giraba. Se dio vuelta y consiguió levantarse, tambaleándose como el nuevo. Fa se arrastraba alrededor de las cenizas del fuego como una mariposa con un ala quemada. Hablaba consigo misma acerca de las hienas. De pronto Lok descubrió en él la fuerza de la gente nueva. Era uno de ellos y no había nada que no pudiera hacer. En el claro quedaban muchas ramas y troncos sin quemar. Lok corrió trastabillando hasta un tronco y le ordenó que se moviera:

 —¡A—ho!¡A—ho!¡A—ho!

 

El tronco se movía como los árboles, pero no con bastante rapidez. Lok siguió gritando, pero el tronco no quería moverse más rápidamente. Tomó una rama y golpeó el tronco una y otra vez como Tanakil había golpeado a Liku. Tenía una imagen de la gente a cada lado del tronco: todos forcejeaban con las bocas abiertas. Les gritó como les gritaba el anciano.

Fa pasó junto a él arrastrándose. Se movía lenta, deliberadamente, como el tronco y los árboles. Lok descargó el palo en las nalgas de Fa y lanzó un alarido, y la punta de la rama se rompió y se alejó volando entre los árboles. Fa gritó y se levantó sacudiéndose y el siguiente golpe de Lok no dio en el blanco. Fa giró y se encontraron frente a frente, gritando mientras los árboles oscilaban. Lok vio que el pecho derecho de ella se movía y que alzaba el brazo con la mano abierta, una mano que podía convertirse de pronto en algo importante. En seguida un rayo le golpeó un lado de la cara iluminando el mundo, y la tierra se levantó y le asestó un golpe en el otro lado de la cara. Lok se apoyó contra aquella tierra vertical mientras el otro lado de la cara se le abría y se le cerraba emitiendo llamas. Fa estaba acostada, alejándose y acercándose. Luego tiraba de Lok hacia arriba y abajo, y volvía a encontrar la tierra sólida bajo los pies y se apoyaba firmemente. Los dos lloraban y reían, y la cascada rugía en el claro mientras la copa desgreñada del árbol muerto se elevaba hacia el cielo, aunque parecía cada vez más grande. Lok estaba asustado de manera distinta, y sabía que le convenía acercarse a Fa. Puso a un lado el asombro y la somnolencia que tenía en la cabeza, buscó a Fa con los ojos y le vio la cara, que seguía alejándose como el árbol muerto. Los otros árboles oscilaban aún, pero regularmente, como si ése fuera el movimiento natural de los árboles.

Le dijo a Fa a través de las tinieblas:

—Yo soy uno de los nuevos.

Lok dio unos saltos en el aire. Luego cruzó el claro, lentamente, balanceándose como la gente nueva. Le vino la imagen de que Fa debía cortarle el dedo. Dio pesadamente la vuelta al claro buscándola para decírselo. La encontró detrás del árbol que se alzaba cerca de la orilla del río. Fa estaba vomitando. Le habló de la anciana del agua, pero Fa no le hizo caso, y Lok volvió a donde estaba la olla rota y lamió los restos de miel podrida. La figura dibujada en la tierra se convirtió en el anciano y Lok le dijo que ahora la gente nueva contaba con uno más. Luego se sintió tan cansado que la tierrase ablandó y las imágenes le giraron en la cabeza. Le explicó al hombre que Lok tenía que volver a la saliente, pero eso le recordó, a pesar de las vueltas que le daba la cabeza, que ya no había saliente. Comenzó a llorar, ruidosa y fácilmente, y el llanto era muy agradable. Descubrió que cuando miraba los árboles los troncos se separaban y que sólo podía reunidos de nuevo mediante un tremendo esfuerzo que no estaba dispuesto a hacer. De pronto ya no hubo más que la luz del sol y la voz de las palomas sobre el estruendo de la cascada. Se tendió de espaldas, con los ojos abiertos, contemplando los extraños dibujos de las ramas dobladas. Se le cerraron los ojos y cayó como por un risco de sueño.


 

11

 

 

 

 

 

Fa lo sacudía:

—Ellos se van.

Unas manos que no eran las manos de Fa le rodeaban la cabeza. Lok sentía un dolor caliente. Gimió y se apartó rodando, pero las manos siguieron apretándolo hasta que el dolor le entró en la cabeza.

—La gente nueva se va. Llevan los troncos huecos por la ladera a la terraza.

Lok abrió los ojos y gritó de dolor, pues le pareció que miraba directamente el sol. El agua le fluía de los ojos y le quemaba los párpados. Fa volvió a sacudirlo. Lok buscó a tientas la tierra con las manos y los pies y se incorporó a medias. Se le contrajo el estómago y de pronto sintió náuseas. El estómago tenía ahora vida propia; era un nudo duro y rechazaba aquella sustancia mala y que olía a miel. Fa lo tomó por el hombro y le dijo:

—Mi estómago también estuvo enfermo.

Lok se dio vuelta otra vez y al fin se sentó en cuclillas sin abrir los ojos. Sentía que la luz del sol le quemaba un lado de la cara.

—Ellos se van. Tenemos que traer de vuelta al nuevo.

Lok abrió los ojos y miró cautelosamente entrelos párpados pegados para ver qué le había sucedido al mundo. La tierra y los árboles eran sólo color, y oscilaban tanto que Lok volvió a cerrar los ojos.

—Estoy enfermo.

Durante un rato Fa no habló. Lok descubrió que las manos que lo apretaban estaban adentro de la cabeza; sentía latir la sangre en el cerebro. Abrió otra vez los ojos, parpadeó y el mundo se calmó un poco. Los colores flameantes seguían allí, pero no oscilaban. Delante la tierra era parda y roja, los árboles plateados y verdes y en las ramas había chorros de fuego verde. Se quedó en cuclillas, parpadeando y palpándose la cara blanda mientras Fa seguía hablando:

—Yo estaba enferma y tú no despertabas. Fui a ver a la gente nueva. Los troncos huecos han subido por la ladera. La gente nueva está asustada. Se quedan quietos o se mueven como la gente que está asustada. Jadean y sudan y vigilan el bosque que dejaron atrás. Pero no hay peligro en el bosque. Los asusta el aire, donde no hay nada. Tenemos que quitarles al nuevo.

Lok apoyó las manos en la tierra a cada lado. El cielo estaba brillante y el mundo era una llamarada de colores, pero seguía siendo el mundo conocido.

—Tenemos que quitarles a Liku.

Fa se levantó y corrió alrededor del claro. Volvió y miró a Lok, quien se levantó con cuidado.

—Fa dice: ¡Harás esto!

Lok esperó. Mal se le había ido de la cabeza.

—Tengo una imagen. Lok sube por el sendero junto al risco donde la gente no puede verlo. Fa da un rodeo y sube a la montaña más arriba de la gente. Ellos la siguen. Los hombres la siguen. Entonces Lok le quita el nuevo a la mujer gorda y corre.

Fa tomó a Lok por los brazos y lo miró a la cara, suplicando.

—Habrá fuego otra vez. Yyo tendré hijos.

Una imagen asomó en la cabeza de Lok.

—Haré eso —dijo con energía—, y cuando la vea a Liku la llevaré también.

En la cara de Fa, y no por primera vez, había cosas que Lok no entendía.

 

Se separaron al pie del barranco, donde los matorrales los ocultaban todavía a la gente nueva. Lok fue hacia la derecha y Fa se alejó por el lindero del bosque bordeando la ladera. Cuando Lok miraba hacia atrás la veía, roja como una ardilla, corriendo, casi siempre a gatas, al abrigo de los árboles. Comenzó a trepar, atento a las voces. Salió del sendero sobre el agua, y la cascada rugía allá adelante. Caía más agua que nunca. Al pie la cuenca del río resonaba más profundamente y el humo se extendía hasta muy lejos sobre la isla. Las capas del agua se abrían en madejas blancas, se deshilachaban en una sustancia cremosa que apenas se distinguía de la espuma y de la niebla. Más allá de la isla había árboles altos, y el follaje primaveral se deslizaba por el borde de la cascada. Desaparecían entre la espuma y volvían a aparecer, rotos e inclinados sobre el agua del río, sacudiéndose como si una mano gigantesca tirara de ellos desde abajo. Pero en este lado de la isla no había árboles, sino sólo una continua abundancia de agua brillante y leche cremosa que caía ruidosamente, humeando.

Luego, a través de todo el ruido del agua, Lok oyó las voces de la gente nueva. Estaban a la derecha, detrás de la roca donde colgaban las mujeres de hielo. Se detuvo y oyó que se gritaban.

Allí, en aquel escenario tan familiar junto a aquellas rocas donde estaba inserta aun la historia de su propia gente, la angustia de Lok volvió con una fuerza nueva. La miel no había matado esa angustia; la había adormecido un tiempo y ahora cobraba nuevas fuerzas. El vacío lo hizo gemir y sintió una honda compasión por Fa en el otro lado de la ladera. También estaba Liku en alguna parte, entre la gente nueva, y su necesidad de una de ellas o de ambas se hizo apremiante. Comenzó a trepar por la grieta en que había visto a la mujer de hielo y los ruidos de la gente nueva se hicieron más fuertes. Poco después estaba tendido en el borde del risco, mirando por encima de un corto trecho de tierra, hierba dispersa y arbustos achaparrados.

Una vez más la gente nueva actuaba para él. Habían hecho con los troncos cosas que no tenían sentido, metiéndolos como cuñas en las rocas, y tendiendo otros de través. Las cicatrices que se veían en la tierra de la ladera llevaban directamente a la terraza, y Lok comprendió que el otro tronco hueco había llegado a la saliente. En aquel momento la gente trabajaba en un tronco hueco que apuntaba ladera arriba, del que salían unas tiras de cuero grueso y retorcido, y que sostenía en equilibrio sobre otro tronco colocado de través. El extremo más próximo del tronco hueco se inclinaba con el peso de un canto rodado que deseaba rodar ladera abajo. Lok vio que el anciano tiraba del cuero retorcido, y el canto rodado quedaba en libertad. Golpeó el tronco transversal haciéndolo caer por laladera, y el tronco hueco se deslizó en la otra dirección, hacia la terraza. El canto rodado hizo todo ese trabajo y cayó dando saltos al bosque. Tuami había puesto una piedra detrás del tronco hueco y la gente gritaba. No había más cantos rodados entre el tronco y la terraza, y la gente hacía ahora el trabajo del canto rodado. Tomaban el tronco y lo levantaban. El anciano estaba junto a ellos y una culebra muerta le colgaba de la mano derecha. Comenzó a gritar «¡A—ho!» y la gente forcejeó arrugando la cara. El anciano alzaba la culebra y les golpeaba los lomos. El tronco avanzaba.

Al cabo de un rato Lok vio a la otra gente. La mujer gorda no empujaba. Se mantenía aparte, junto con Tanakil, entre Lok y el tronco y tenía al nuevo. Lok comprendió entonces lo que quería decir Fa cuando hablaba del temor de la gente nueva, pues la mujer gorda miraba constantemente a su alrededor y estaba más pálida que en el claro. Como si se le hubieran abierto los ojos Lok podía ver ahora que aquella gente bregaba de ese modo impulsada por el temor. Consentían que la culebra muerta les golpease la espalda porque así podían sacar más fuerza de los cuerpos, ya tan delgados. Había un apremio histérico en los esfuerzos de Tuami y en la voz chillona del anciano. Se retiraban ladera arriba como si los gatos de dientes malignos los persiguieran, como si el río mismo corriera cuesta arriba. Pero el río seguía en su cauce, y en la ladera no había nadie más que la gente nueva.

—Tienen miedo del aire.

Pino gritó y resbaló, e inmediatamente Tuami puso otra vez la piedra contra la parte trasera del tronco. La gente se reunió alrededor de Pino, charlando, y el anciano blandió la culebra. Tuami señaló a lo alto de la ladera, se agachó y una piedra golpeó sonoramente el tronco hueco. La charla se convirtió en griterío. Tuami, inclinándose, sostenía el tronco con una sola tira de cuero y lo ponía de costado. Ató el cuero a una roca y luego los hombres se alinearon enfrentando la montaña. Se veía a Fa, pequeña figura roja que bailaba en la roca, sobre ellos. Fa sacudió el brazo y otra piedra atravesó la línea zumbando. Los hombres curvaban los palos y dejaban que se enderezasen bruscamente. Lok vio que las ramitas volaban ladera arriba, vacilaban antes de alcanzar a Fa, giraban y volvían. Otra piedra dio en la roca junto al tronco y la mujer gorda corrió al risco en que estaba Lok. Se detuvo y volvió, pero Tanakil siguió adelante, directamente hasta el borde. Vio a Lok y gritó, pero Lok la alcanzó antes que la mujer gorda tuviera tiempo de volver. Le sujetó los brazos delgados y le preguntó ansiosamente:

—¿Dónde está Liku? Dime, ¿dónde está Liku?

Al oír el nombre de Liku, Tanakil forcejeó y gritó como si hubiera caído en un agua profunda. La mujer gorda gritaba también y el nuevo se le había encaramado en el hombro. El anciano corría por el borde del risco. Cabeza de Castaña venía de donde estaba el tronco. Corría directamente hacia Lok y mostraba los dientes. Los gritos y los dientes aterraron a Lok. Soltó a Tanakil y la niña retrocedió tambaleándose. El pie de Tanakil golpeó la rodilla de Cabeza de Castaña en el momento en que el hombre se lanzaba sobre Lok. Saltó por el aire más allá de Lok, gruñendo débilmente, y cayó por el risco. Siguió la suave curva de la cuesta, de modo que parecía deslizarse por ella sobre el pecho, nunca a más de una mano de distancia de la roca, pero sin tocarla. Desapareció y ni siquiera dejó un grito detrás. El anciano lanzó a Lok un palo que tenía una piedra afilada en la punta, pero Lok lo eludió. Luego echó a correr entre la mujer gorda, boquiabierta, y Tanakil tendida de espaldas. Los hombres que arrojaban ramitas a Fa se habían dado vuelta y observaban a Lok. Lok corrió por la ladera hasta que llegó a la tira de cuero que sostenía el tronco. La soltó y el tronco comenzó a deslizarse hacia atrás. La gente dejó de observar a Lok y se volvió hacia el tronco, y Lok miró atrás mientras corría. El tronco ganó velocidad sobre dos rodillos, dejó la ladera, y saltó por el aire. La parte de atrás chocó con la punta de una roca y el tronco se abrió en dos mitades todo a lo largo. Las dos mitades siguieron adelante dando vueltas y vueltas hasta que se destrozaron en el bosque. Lok saltó a una hondonada y la gente se perdió de vista.

Fa brincaba a la entrada de la hondonada y Lok corrió hacia ella. Los hombres avanzaban entre las rocas con los palos curvos, pero Lok llegó antes. Estaban a punto de seguir trepando cuando los hombres se detuvieron; el anciano les gritaba. Aunque no conocía las palabras, Lok alcanzaba a entender los ademanes del anciano. Los hombres se alejaron corriendo risco abajo.

Fa mostraba también los dientes.

Se acercó a Lok sacudiendo los brazos y tenía en la mano una piedra afilada.

—¿Por qué no les quitaste al nuevo?

Lok tendió las manos, defendiéndose.—Pregunté por Liku. Pregunté a Tanakil.

 Fa bajó los brazos lentamente.

 —¡Vamos!

 

El sol descendía hacia el barranco en un remolino dorado y rojo. La gente nueva corría de un lado a otro en la terraza mientras ellos, Fa adelante, iban hacia el risco, sobre la saliente. La gente nueva había llevado otro tronco hueco al extremo de la terraza río arriba, y en aquel momento intentaba hacerlo pasar entre unos troncos agolpados, en el mismo sitio en que Fa y Lok habían cruzado a la isla. Los hombres tiraban de esos troncos y trataban de desviarlos más allá de la roca, donde podían alejarse a la deriva sobre la cascada. Fa iba de un lado a otro en la ladera.

—Se llevarán al nuevo.

Echó a correr ladera abajo mientras el sol se hundía en la barranca. El cielo estaba rojo sobre las montañas y las mujeres de hielo ardían. Lok gritó de pronto y Fa se detuvo y miró el agua. Un árbol iba hacia los troncos, pero no era un árbol pequeño ni un fragmento desgajado, sino un árbol entero de algún bosque del horizonte. Flotaba a lo largo de aquel lado del barranco, llevando una colonia de ramitas y ramas florecientes; las raíces se extendían sobre el agua y traían bastante tierra como para hacer un fogón para toda la gente del mundo. El anciano gritó y bailó. Las mujeres alzaron los ojos de los bultos que metían en el tronco hueco y los hombres bajaron a la orilla. Las raíces golpearon los troncos rotos que saltaron al aire o se levantaron lentamente. Se enredaron en las raíces y se quedaron colgando. El árbol dejó de moverse,giró hacia un lado y quedó junto al risco, más allá de la terraza. Entre el tronco hueco y el agua desembarazada de obstáculos había una maraña de maderas, como una larga hilera de espinos. Los troncos atascados eran ahora una barrera infranqueable.

El anciano dejó de gritar. Corrió a uno de los bultos y comenzó a abrirlo. Llamó a Tuami, quien a acudió llevando de la mano a Tanakil. Pasaron por la terraza.

—¡Pronto!

Fa bajó corriendo por la ladera de la montaña hacia la entrada de la terraza y la saliente. Mientras corría le gritó a Lok:

—Llevaremos a Tanakil. Luego ellos nos devolverán al nuevo.

La roca era ahora diferente. Los colores que empapaban el mundo cuando Lok despertó del sueño de la miel eran más vivos, más intensos. Le parecía que saltaba y trepaba a través de una marea de aire rojo y las sombras de las rocas eran malvas. Se dejó caer ladera abajo.

Se detuvieron juntos a la entrada de la terraza y se agazaparon. El río era carmesí con destellos dorados. Las montañas del otro lado del río se habían puesto tan oscuras que Lok tuvo que fijarse bien antes de descubrir que eran de un azul intenso. Los troncos atascados y el árbol y las figuras que trabajaban alrededor eran negras. Pero en la terraza y en la saliente había aún una brillante luz roja. El ciervo bailaba otra vez en la loma de tierra que llevaba a la saliente y miraba el espacio en que Mal había muerto, delante del nicho de la derecha. Parecía negro ahora, contra el fondo del fuego; el sol seponía lanzando rayos deslumbrantes. Tuami trabajaba en la saliente coloreando una figura, entre los dos nichos junto a la columna. Tanakil estaba allí, una figura pequeña, delgada y negra, agazapada en el sitio donde había estado el fuego.

En el otro lado de la terraza se oyó un rítmico clop clop. Dos de los hombres cortaban el tronco que Lok había movido. El sol se enterró en una nube, el rojo ascendió a lo alto del cielo y las montañas se ennegrecieron.

El ciervo bramó. Tuami salió corriendo de la saliente y fue a donde trabajaban los hombres y Tanakil comenzó a gritar. Las nubes se amontonaban sobre el sol y hubo menos presión en el color rojo; ahora parecía flotar en el barranco como un agua más tenue. El ciervo marchaba a saltos hacia los troncos atascados y los hombres trabajaban en el tronco como escarabajos en un pájaro muerto.

Lok corrió hacia adelante y el grito de Tanakil resonó como los gritos de Liku al cruzar el agua. Lok se asustó. Se detuvo a la entrada de la saliente, farfullando:

—¿Dónde está Liku? ¿Qué han hecho con Liku?

Tanakil se enderezó y arqueó el cuerpo y puso los ojos en blanco. Dejó de gritar y se tendió de espaldas, y tenía sangre entre los dientes. Fa y Lok se agazaparon ante la niña.

La saliente había cambiado como todo lo demás. Tuami había hecho una figura para el anciano, y esa figura estaba allí junto a la columna y los miraba fijamente. Podían ver con qué rapidez y ferocidad había trabajado, pues la figura era más confusa que las del claro. Parecía un hombre. Tenía los brazos y las piernas encogidos como si saltara hacia adelante y era rojo como había sido antes el agua. El pelo le sobresalía por todos los lados de la cabeza, lo mismo que al anciano cuando estaba furioso o asustado. En la cara embadurnada con arcilla había dos guijarros que miraban ciegamente. El anciano se había quitado los dientes que llevaba al cuello y los había puesto en la cara junto con los dos dientes de gato que llevaba en las orejas. En una grieta del pecho habían clavado un palo, con una tira de cuero, y en el extremo de la tira estaba atada Tanakil.

Fa comenzó a hacer ruidos. No eran palabras ni gritos. Tomó el palo y quiso levantarlo, pero no salía. Lok empujó a un lado a Fa y tiró también del palo. La luz roja se levantaba del agua y la saliente se llenó de sombra; la fiera los miraba fijamente con los ojos y los dientes.

—¡Tira!

Lok descargó todo su peso y sintió que el palo se inclinaba. Alzó los pies, los plantó en el vientre rojo de la figura y forcejeó hasta que le dolieron los músculos. La montaña pareció moverse y la figura se deslizó como abrazando a Lok. De pronto el palo saltó de la grieta y Lok rodó por el suelo.

—Llévala rápidamente.

Lok se levantó tambaleando, se apoderó de Tanakil y corrió detrás de Fa por la terraza. La gente que estaba junto al tronco hueco gritó de pronto; y se oyó un estrépito. El árbol comenzó a moverse hacia adelante y los troncos avanzaron pesadamente como las piernas de un gigante. La mujer arrugada luchaba con Tuami en la roca junto al tronco hueco; se desprendió y corrió hacia Lok. En todas partes había movimiento, gritos y una actividad demonía—ca. El anciano atravesó los troncos revueltos y arrojó algo a Fa. Los hombres sostenían el tronco hueco contra la terraza, y la copa del árbol, con todo aquel peso de ramas y hojas húmedas, se arrastraba junto a ellos. La mujer gorda se había tendido en el tronco; la mujer arrugada estaba adentro con Tanakil, y el anciano brincaba en la parte de atrás. Las ramas se rompían y arrastraban a lo largo de la roca chillando angustiosamente. Fa estaba sentada junto al agua sujetándose la cabeza. Las ramas del árbol la engancharon y se la llevaron por el agua mientras el tronco hueco se liberaba de la roca alejándose. El árbol se metió en la corriente con Fa entre las ramas. Lok comenzó a farfullar otra vez. Corrió de un lado a otro por la terraza. El árbol se resistía. Avanzó hasta la orilla de la cascada, giró y quedó cruzado en el borde. El agua pasaba sobre el tronco, empujándolo, y las raíces se inclinaban hacia el torrente. El árbol quedó colgando durante un rato con la cabeza mirando río arriba. Luego las raíces se fueron hundiendo lentamente; la cabeza se levantó y el árbol se deslizó en silencio hacia adelante y cayó en la cascada.

 

La criatura roja estaba en el borde de la terraza, inmóvil. El tronco hueco era un punto negro en el agua, alejándose hacia el lugar donde el sol se había puesto. En el barranco el aire era claro, azul y tranquilo. No se oía más ruido que el de la cascada, pues no soplaba el viento y el cielo estaba despejado. La criatura roja se volvió a la derecha y trotó lentamente hacia el extremo más lejano de la terraza. Detrás caía el agua que venía de los hielos en las montañas. Había largas cicatrices en la tierra y en la roca, donde las ramas de un árbol habían pasado arrastrándose junto al agua. La criatura roja volvió trotando a una cavidad negra en la ladera del risco. Miró a la otra figura, en aquel momento negra, que le hacía muecas desde el fondo de la cavidad. Luego se alejó y corrió por el estrecho paso que unía la terraza con la ladera. Se detuvo, y examinó las cicatrices, los rodillos abandonados y las cuerdas rotas. Se volvió otra vez, rodeó un grupo de rocas y se encontró en un sendero casi imperceptible que corría a lo largo de la escarpa rocosa. Avanzó por el sendero, agazapada, oscilando y tocando el suelo con los largos brazos, en los que se apoyaba casi tan firmemente como en las piernas. Atisbo allá abajo las aguas atronadoras, pero nada había que ver fuera de las columnas de bruma centelleante donde el agua había ahuecado la piedra. Comenzó a moverse más rápidamente con un raro medio galope que le sacudía la cabeza hacia arriba y hacia abajo, adelantando los antebrazos como las patas de un caballo. Se detuvo al final del sendero y miró abajo las largas algas que se movían hacia atrás y hacia adelante al impulso del agua. Levantó una mano y se rascó bajo la boca sin mentón. Había un árbol muy lejos en el río centelleante, un árbol con follaje que flotaba empujado por la corriente hacia el mar. La criatura roja, ahora gris y azul en el crepúsculo, galopó ladera abajo y se metió en el bosque. Siguió un sendero ancho y trillado y llegó a un claro junto al río bajo un árbol muerto. Avanzó por la orilla del agua, trepó al árbol y espió a través de la hiedra el árbol que flotaba en el río. Luego descendió y corrió a lo largo de un sendero que pasaba a través de los matorrales de la orilla del río,hasta llegar a una rama que interrumpía el sendero. Allí se detuvo y luego corrió de un lado a otro por la orilla del río. Tiró de la rama oscilante de una haya hacia atrás y hacia adelante hasta que se le entrecortó la respiración. Volvió al claro y se puso a dar vueltas alrededor y entre los espinos amontonados allí. No hacía ningún ruido. Las estrellas aparecían y el cielo ya no era verde, sino azul oscuro. Una lechuza blanca voló a través del claro hacia su nido entre los árboles de la isla, en el otro lado del río. La criatura se detuvo y examinó unas manchas junto a los restos de un fuego.

La luz del sol se había ido, y ni siquiera iluminaba el cielo desde debajo del horizonte, y la luna ocupó el sitio del sol. Las sombras comenzaron a crecer y a extenderse desde cada árbol enmarañándose detrás de los matorrales. La criatura roja olfateó alrededor de las cenizas. Marchaba a gatas y casi rozando la tierra con la nariz. Una rata de agua que volvía al río vislumbró las cuatro patas y corrió a refugiarse en un matorral, donde quedó esperando. La criatura se detuvo entre las cenizas del fuego y elbosque. Cerró los ojos y aspiró rápidamente. Luego siguió gateando, buscando siempre con el hocico. La garra derecha recogió en la tierra revuelta un hueso pequeño y blanco.

Se enderezó un poco y se quedó mirando, no el hueso sino un punto algo más adelante. Era una criatura extraña, pequeña y arqueada. Tenía las piernas y los muslos combados y todo un matorral de rizos en la parte exterior de las piernas y los brazos. La espalda era alta y un pelo rizado le cubría los hombros. Los pies y las manos eran anchos y planos y el dedo gordo de los pies se proyectabahacia adentro en una garra. Las manos cuadradas colgaban hasta las rodillas. La cabeza se inclinaba ligeramente hacia adelante sobre el cuello robusto que parecía llevar directamente a la hilera de rizos bajo el labio. La boca era ancha y blanda y sobre los rizos del labio superior las ventanas de la nariz se ensanchaban como alas. No tenía puente en la nariz y la sombra de la frente proyectada por la luz de la luna se extendía sobre el labio. Sobre las mejillas unas densas sombras cavernosas ocultaban los ojos. La frente era una línea recta y velluda, y sobre esa frente no había nada.

La luz de la luna pasaba sobre la criatura, que no se movía. Las cuencas de los ojos no miraban el hueso, sino un punto invisible del lado del río. Luego la pierna derecha comenzó a moverse. La atención de la criatura pareció concentrarse en la pierna, y el pie buscó en la tierra como una mano. El dedo gordo horadó y los otros dedos se plegaron alrededor de un objeto casi enterrado en el suelo revuelto. El pie se levantó, la pierna se dobló y pasó el objeto a la mano. La cabeza descendió y la mirada se desvió del punto invisible y se fijó en lo que estaba en la mano. Era una raíz, vieja y podrida, desgastada en las puntas, pero que mostraba los contornos exagerados de un cuerpo femenino.

La criatura volvió a mirar el agua. La línea de la frente brillaba a la luz de la luna sobre las grandes cavernas de los ojos. La luz se derramaba por los pómulos y los labios y había un rayito de luz como una cana en cada rizo. Pero las cavernas estaban oscuras, como si la cabeza entera fuese sólo un cráneo.

La rata de agua observó la inmovilidad de la criatura y ya no tuvo miedo. Salió corriendo del matorral, cruzó el claro, y olvidándose de la figura silenciosa buscó activamente un poco de comida.

Ahora había luz en cada caverna; eran unas luces débiles como la luz de las estrellas en los cristales de un risco de granito. Las luces aumentaron, se avivaron y se posaron centelleando en el borde inferior de cada caverna. De pronto, silenciosamente, se transformaron en finas medias lunas, se apagaron, y unas rayas brillaron en las mejillas. Las luces reaparecieron, presas entre los rizos plateados de la barba. Descendieron, goteando de rizo en rizo, y se unieron en el extremo de la barba, en una gota temblorosa y brillante. La gota se despegó y cayó con un destello plateado golpeando una hoja seca. La rata de agua escapó y se zambulló en el río.

La luz de la luna movía cautelosamente las sombras azules. La criatura sacó el pie derecho del lodo y lo adelantó tambaleándose. Describió un semicírculo hasta que llegó a la abertura entre los espinos donde comenzaba el sendero ancho. Echó a andar a lo largo de ese sendero, y era azul y gris a la luz de la luna. Avanzaba con dificultad, lentamente, moviendo la cabeza hacia arriba y abajo, renqueando. Cuando llegó a la ladera que subía a lo alto de la cascada marchaba a gatas.

Ya en la terraza se movió con más rapidez. Corrió al extremo más lejano, donde el agua caía desde el hielo a la cascada. Giró y trepó a gatas hasta la cavidad donde estaba la otra figura. Trabajó en una piedra colocada sobre un montón de tierra, pero no pudo moverla. Al fin renunció y gateó alrededor de la cavidad junto a los restos de un fuego. Se acercó a las cenizas y se tendió de costado. Levantó las piernas y puso las rodillas junto al pecho. Entrelazó lasmanos bajo la mejilla y se quedó inmóvil. La raíz retorcida y delicada estaba en el suelo, junto a la cara velluda. La criatura no hacía ruido, pero parecía apretarse contra la tierra, conteniendo de este modo los movimientos del pulso y la respiración.

Había ojos parecidos a fuegos verdes sobre la cavidad, y unos perros grises se deslizaban y se movían furtivamente entre las sombras. Los perros descendieron a la terraza. Husmearon la tierra, pero no se atrevieron a acercarse. Poco a poco la procesión de estrellas se fue ocultando detrás de la montaña y la oscuridad disminuyó. Había una luz gris en la terraza, y la brisa leve del alba soplaba a través del barranco, entre los montes. Las cenizas se removieron, se elevaron, revolotearon, y se esparcieron sobre el cuerpo inmóvil de la criatura. Las hienas vigilaban con la lengua fuera, jadeando.

 

El cielo sobre el mar fue primero rosado y luego de oro. La luz y el color volvieron revelando los dos cuerpos rojos; uno de ellos miraba al otro desde la roca, y parecían haber salido de la tierra arenosa, parda y roja. El agua del hielo crecía y caía en el barranco en una larga cascada curva. Las hienas alzaron los cuartos traseros, se separaron y se acercaron a la cavidad. Las cimas heladas de las montañas centelleaban, saludando al sol. De pronto se oyó un gran estruendo y las hienas volvieron temblando al risco. Fue un estruendo que acalló los ruidos del agua, rodó por las montañas, saltó de risco en risco y se extendió en una maraña de vibraciones sobre los bosques soleados y hacia el mar.


 

 

12

 

 

 

Tuami estaba sentado en la popa de la piragua, con la pala del timón bajo el brazo izquierdo. Había mucha luz y los parches de sal ya no parecían agujeros en lávela de piel. Pensaba amargamente en la vela cuadrada que habían dejado empaquetada en aquella última hora de desesperación entre las montañas, pues con esa vela y la brisa que soplaba a través del barranco no hubiese tenido que esforzarse tanto en aquellas horas. No hubiese tenido que pasar toda la noche preguntándose si la corriente vencería al viento y los llevaría de vuelta a la cascada mientras la gente o los que aún quedaban dormían profundamente. Pero habían seguido adelante y las paredes de roca se fueron apartando hasta que el lago se hizo tan ancho que Tuami no tuvo que mirar las estrellas para saber cómo se movían, y se sentó. El esfuerzo le había enrojecido los ojos, y las montañas se alzaban sobre el agua plana. Se movió un poco, pues el pantoque redondo era duro y la almohadilla de cuero que muchos timoneles habían amoldado convirtiéndola en un asiento cómodo se había perdido mientras subían por la ladera desde el bosque. Sentía la presión que se transmitía a su antebrazo a lo largo del remo y sabía que si pasaba la mano por el costado de la embarcación el agua lo golpearía en la palma y le subiría hasta la muñeca. Las dos líneas negras que se extendían en las amuras no formaban un ángulo agudo; se desviaban en ángulos casi rectos con la línea de la piragua. Si el viento cambiaba o vacilaba, esas líneas se deslizarían hacia adelante y desaparecerían y la presión disminuiría en el remo y comenzarían a navegar de popa hacia las montañas.

Cerró los ojos, cansado, y se pasó una mano por la frente. El viento podía cesar y se verían obligados a remar con la poca fuerza que les quedaba para llegar así a una orilla antes que la corriente los llevase de vuelta. Sacudió la mano y miró la vela: vibraba suavemente y las escotas dobles que iban desde la popa hasta las cabillas se movían juntas, se movían separándose, se movían hacia arriba y hacia abajo. Miró la larga extensión de agua gris visible en aquel momento y vio un monstruo que pasaba deslizándose a menos de un cable de distancia, a estribor; la raíz le sobresalía de la superficie como el colmillo de un mamut. Se deslizaba hacia la cascada y los demonios del bosque. La piragua, inmóvil, esperaba a que cesase el viento. Tuami trataba de reflexionar, trataba de considerar la corriente, el viento y la piragua, pero no podía llegar a ninguna conclusión, y le dolía la cabeza.

Se sacudió irritado y las líneas paralelas se apartaron de los costados de la piragua. Un viento favorable, y agua abundante alrededor, ¿qué más podía desear un hombre? Aquellas nubes que se endurecían a los dos lados eran colinas con árboles. Lo que se veía bajo la vela parecía ser terreno llano, donde quizá los hombres podían cazar al aire libre,sin tropezar entre árboles negros y piedras duras. ¿Qué más podía desear un hombre?

Pero todo era confuso. Se miró el dorso de la mano izquierda y trató de pensar. Había esperado la luz para volver a la cordura y a la condición humana que parecían haberlos abandonado, pero la aurora brillaba desde hacía tiempo y aún se sentían como en el barranco: perseguidos por fantasmas, hechizados, abrumados por una extraña aflicción irracional, como él mismo, o vacíos, postrados, profundamente dormidos. Parecía que el traslado de las embarcaciones —o de la embarcación más bien, pues habían perdido la otra— desde el bosque hasta lo alto de la cascada los había llevado a un nuevo nivel, no sólo de tierra, sino también de experiencia y de emoción. El mundo en cuyo centro se movía tan lentamente la piragua estaba oscuro entre la luz; era desaliñado, desesperante, sucio.

Movió el remo en el agua y las escotas se sacudieron. La vela hizo una observación soñolienta y luego volvió a llenarse atentamente. Quizá si estibaran bien la embarcación, si colocasen las cosas de modo adecuado... En parte para apreciar el trabajo de las mujeres, y en parte para alejar sus propios pensamientos, Tuami examinó el interior de la piragua.

Los fardos estaban donde los habían arrojado las mujeres. Los dos de babor formaban una tienda para Vivani, aunque, testaruda como siempre, ella prefería un refugio de hojas y ramas. Debajo había un haz de flechas, y se estaban estropeando pues Bata dormía sobre ellas boca abajo. Luego encontrarían las astas combadas o rajadas y las puntas de pedernal rotas. La parte de estribor era un revoltijo de pieles de poca utilidad para todos, pero las mujeres las habían arrojado allí en vez de atender a la vela. Una de las ollas se había roto y la otra estaba volcada con el tapón de arcilla todavía en su sitio. Habría poco que beber fuera del agua. Vivani se había tendido en las pieles inútiles. ¿Había puesto allí las pieles para estar cómoda, sin preocuparse por la preciosa vela? No sería raro. Vivani se cubría con una piel magnífica, la piel del oso cavernario que había costado dos vidas: el precio que su primer hombre había pagado por ella. ¿Qué importancia tenía una vela, pensaba Tuami amargamente, cuando Vivani quería estar cómoda? ¡Qué tonto era Marlan! Había huido con Vivani. El corazón, el ingenio, la risa y el increíble cuerpo blanco de Vivani lo habían enceguecido. ¡Y qué tontos eran todos! Habían ido con Marlan, obligados por su magia, o arrastrados por alguna compulsión inexpresable. Tuami miraba a Marlan con odio y pensaba en la daga de marfil que había estado afilando tan lentamente. Marlan estaba acostado, de frente a la popa, con las piernas extendidas en el fondo y la cabeza apoyada en el mástil. Tenía la boca abierta, y el cabello y la barba parecían un matorral gris. Tuami veía a la luz creciente cómo Marlan había perdido la fuerza. Antes tenía arrugas alrededor de la boca, profundos canales desde las ventanas de la nariz hacia abajo; pero ahora la cara se le había adelgazado también. Había un agotamiento completo en aquella inclinación de la cabeza y en la mandíbula caída y oblicua. Dentro de no mucho tiempo, pensó Tuami, cuando estemos a salvo y fuera de la región de los diablos, me atreveré a utilizar la punta de marfil.Aun así, observar la cara de Marlan y pensar en matarlo intimidaba de veras. Tuami desvió la vista, echó una mirada al montón de cuerpos tendidos en la proa y luego se miró los pies. Tanakil estaba allí cerca, acostada de espaldas. No se le había agotado la vida como a Marlan, sino que más bien poseía vida en abundancia, una vida nueva y ajena. No se movía mucho y cada vez que respiraba sacudía un fragmento de sangre seca que le colgaba del labio inferior. Los ojos de Tanakil no estaban dormidos ni despiertos. Ahora que podía verlos claramente, Tuami descubrió que había noche en ellos, pues estaban hundidos y oscuros, con una opacidad sin inteligencia. Aunque se inclinó hacia adelante, los ojos de Tanakil no lo miraron y continuaron vueltos interiormente hacia la noche. Twal, acostada también allí, extendía un brazo, protegiendo a la niña. Tenía el cuerpo de una mujer vieja, aunque era más joven que él y madre de Tanakil.

Tuami volvió a pasarse la mano por la frente. Si pudiera dejar esta pala y trabajar en mi daga, o si tuviera carbón de leña y una piedra lisa... Paseó los ojos por la embarcación buscando algo que pudiera distraerlo. Soy como un charco; una marea me ha llenado, la arena se arremolina, las aguas se oscurecen y unas cosas extrañas me salen de las grietas de la mente, arrastrándose.

La piel que estaba a los pies de Vivani se movió y se levantó; Tuami creyó que ella despertaba. Pero una piernecita roja, cubierta con rizos y no más larga que una mano se extendió en el aire, palpó alrededor, probó la superficie de la olla y la rechazó; tocó la piel, se movió otra vez y frotó un mechónde pelo entre el pulgar y el índice. Satisfecha, tiró de la piel de oso, apretó firmemente los dedos alrededor de uno o dos rizos, y se quedó inmóvil. Tuami se estremeció como si tuviera un ataque epiléptico; la pala se sacudió también y las líneas paralelas se separaron de la piragua. La pierna roja era una entre otras seis que salían de una grieta.

—¿Qué podíamos haber hecho? —gritó.

El mástil y la vela se enderezaron. Vio que Mar—lan tenía los ojos abiertos y lo miraba.

Marlan habló desde muy adentro del cuerpo:

—A los demonios no les gusta el agua.

Eso era cierto y consolador. El agua brillante se extendía hasta muy lejos. Tuami miró a Marlan con una expresión de súplica, ya fuera del charco. Olvidó la daga casi afilada del todo.

—Sin el agua habríamos muerto.

Marlan cambió de posición; la madera dura le fatigaba los huesos. Luego miró a Tuami y movió la cabeza gravemente.

La vela era ahora de un color rojo oscuro. Tuami miró hacia atrás, a la barranca entre las montañas, y vio que había allí una luz dorada y que el sol se ponía. Como si obedeciera a alguna señal la gente comenzó a moverse, incorporándose y mirando por encima del agua las montañas verdes. Twal se inclinó sobre Tanakil, la besó y le murmuró algo al oído. Los labios de Tanakil se abrieron. La voz de la niña era áspera y llegaba de muy lejos en la noche:

—¡Liku!

Tuami oyó que Marlan le decía en voz baja desde el mástil:

—Es el nombre del demonio. Sólo ella puede pronunciarlo.Vivani estaba ya realmente despierta. Oyeron un bostezo fuerte y exuberante y la piel de oso se sacudió. Vivani se incorporó, se echó hacia atrás el cabello suelto y miró primeramente a Marlan y luego a Tuami. Tuami se sintió colmado inmediatamente de lujuria y de odio. Si ella hubiera sido lo que era, si Marlan, si su hombre, si ella hubiera salvado al hijo en la tormenta del agua salada...

—Me duelen los pechos —dijo Vivani.

Si ella no hubiera deseado al niño como un juguete, si yo no hubiera salvado a la otra como una broma...

Comenzó a hablar en voz alta y rápidamente:

—Hay llanuras más allá de esas colinas, Marlan, pues son menos altas; y allí habrá rebaños para cazar. Vayamos hacia la costa. Tenemos agua... ¡pero por supuesto tenemos agua! ¿Trajeron las mujeres la comida? ¿Trajiste la comida, Twal?

Twal levantó la cara, retorcida por la aflicción y el odio.

—¿Qué tengo que ver con la comida? Tú y él entregaron a mi hija a los demonios y ellos me devolvieron otra niña que no ve ni habla.

La arena se arremolinaba en el cerebro de Tuami. Pensaba con miedo: ellos me devolvieron un Tuami cambiado. ¿Qué debo hacer? Sólo Marlan es el mismo, más pequeño y más débil, pero el mismo. Buscó con la mirada al único que no había cambiado como algo a lo que podía aferrarse. El sol ardía en la vela roja y Marlan estaba rojo. Tenía los brazos y las piernas contraídos, el cabello y la barba estirados, unos dientes que eran dientes de lobo y los ojos como piedras ciegas. La boca se le abría y cerraba.

—Te digo que no pueden seguirnos. No pueden pasar por el agua.

Lentamente la niebla fue desapareciendo y al fin fue una vela que brillaba al sol. Vakiti se arrastró alrededor del mástil, evitando cuidadosamente que el cabello magnífico, del que estaba tan orgulloso, rozase las escotas. Se deslizó alrededor de Marlan, mostrándole, en la medida que se lo permitía la estrecha embarcación, respeto y pesar por habérsele acercado tanto. Pasó junto a Vivani y fue a donde estaba Tuami haciendo una mueca de arrepentimiento.

—Lo siento, patrón —dijo—. Ahora vete a dormir.

Se puso la pala del timón bajo el brazo izquierdo y se sentó en el lugar de Tuami. Aliviado, Tuami pasó por encima de Tanakil y se arrodilló junto a la olla llena, suspirando. Vivani se peinaba con los brazos levantados y moviendo el peine en todas direcciones. No había cambiado, o quizá sólo en relación con el pequeño demonio que ahora la poseía. Tuami recordó la noche en los ojos de Tanakil y renunció a la idea de dormir. Quizá lo haría luego, cuando tuviera que hacerlo, pero con la olla como ayuda. Las manos inquietas buscaron en la faja y sacaron de ella el marfil afilado, de mango sin forma. Encontró la piedra en la bolsa y se puso a afilar en medio del silencio. El viento se refrescó un poco y el remo empujaba detrás. La piragua estaba tan cargada que el viento no la podía zarandear como hacía aveces con las embarcaciones de corteza. Pero soplaba alrededor de ellos y se llevaba parte de la confusión de Tuami. Tuami trabajaba de mal humor en la hoja de la daga y no le importaba si iba o no a terminar de afilarla con tal de tener algo que hacer.

Vivani acabó de peinarse y miró a todos. Lanzó una risita que habría sido nerviosa en cualquiera menos en Vivani. Tiró de la cuerda que le sujetaba la cuna de cuero a los pechos y dejó que el sol le brillara en la piel. Detrás de Vivani se veían las colinas bajas y el verdor de los árboles con la oscuridad. La sombra se extendía sobre el agua como una línea delgada y los árboles se alzaban sobre ella verdes y jóvenes.

Vivani se inclinó y retiró a un lado la piel de oso. El pequeño demonio estaba tendido en un cuero al que se aferraba con manos y pies. Al derramarse la luz sobre él levantó la cabeza y abrió los ojos parpadeando. Se levantó apoyándose en los brazos y miró alrededor alegre y solemnemente, con rápidos movimientos del cuello y el cuerpo. Bostezó, de modo que pudieron ver que le salían los dientes, y luego movió la lengua rosada entre los labios. Olfateó, se dio vuelta, corrió a la pierna de Vivani y trepó por ella hasta el pecho. Vivani temblaba y reía como si este placer y amor fueran también temor y tormento.

Las manos y los pies del demonio se apoyaban en Vivani. Vacilando, medio avergonzada, con la misma risa asustada, Vivani inclinó la cabeza, lo acunó en los brazos y cerró los ojos. Los otros le sonreían también como si sintieran aquella boca extraña y tirante, como si a pesar de ellos mismos hubiera brotado allí un manantial de amor y de miedo. Hacían sonidos de adoración y sumisión, tendían las manos y al mismo tiempo temblaban a causa de la repulsión que sentían ante aquellos pies demasiado ágiles y aquel cabello rojo y rizado. Tuami, sintiendo en la cabeza remolinos de arena, trataba de pensar en el tiempo en que el demonio sería ya adulto. En aquellas tierras altas, a salvo de la persecución de la tribu, pero aislados de los hombres por las montañas demoníacas, ¿qué sacrificio se verían obligados a hacer a un mundo de confusión? Eran tan diferentes del grupo de audaces cazadores y magos que habían navegado río arriba hacia la cascada como una pluma mojada de una seca. Inquieto, Tuami daba vueltas al marfil en las manos. ¿Para qué servía afilarlo? ¿Para utilizarlo contra un hombre? ¿Quién afilaría una punta para vencer la oscuridad del mundo?

Marlan habló con voz ronca como luego de alguna meditación.

—Ellos se quedan en las montañas o en la oscuridad de debajo de los árboles. Nosotros nos quedaremos en el agua y las llanuras. Nos libraremos de la oscuridad de los árboles.

Sin tener conciencia de lo que hacía, Tuami volvió a mirar la línea de oscuridad que se alejaba, curvándose bajo los árboles a medida que la ribera retrocedía. El diablillo ya había comido bastante. Descendió del cuerpo inclinado de Vivani y se dejó caer en el pantoque seco. Comenzó a arrastrarse inquisitivamente, apoyado en los antebrazos y atisbando alrededor con la luz del sol en los ojos. La gente retrocedía y adoraba, reía y apretaba los puños. Hasta Marlan movió los pies y los recogió.

Era ya plena mañana y el sol se derramaba sobre ellos desde los montes. Tuami dejó de frotar la piedra contra el hueso. Sentía bajo la mano el bulto informe que sería luego el mango de la daga. No tenía fuerza en las manos ni imágenes en la cabeza. Ni la hoja ni el mango tenían importancia enaquellas aguas. Durante un momento tuvo la tentación de arrojar la daga por la borda.

Tanakil abrió la boca y pronunció las sílabas insensatas:

—¡Liku!

Twal se arrojó gritando sobre ella como si quisiera retener a la hija que la había abandonado.

La arena volvió al cerebro de Tuami. Se sentó en cuclillas y se balanceó de un lado a otro mientras daba vueltas al marfil en la mano, sin ningún propósito. El diablo examinaba el pie de Vivani.

De pronto llegó de las montañas un ruido, un estruendo tremendo que resonó alrededor y se extendió en una maraña de vibraciones a través del agua brillante. Marlan se agazapó y movió los dedos como apuñalando las montañas, y los ojos le centelleaban parecidos a piedras preciosas. Vakiti se había agachado y la pala los había desviado del viento, y la vela rechinaba. El diablo compartió toda esa confusión. Trepó rápidamente por el cuerpo de Vivani utilizando los brazos que ella había tendido instintivamente para protegerse y luego se acurrucó en la capucha de piel que Vivani tenía detrás de la cabeza y quedó allí encerrado. La capucha se agitaba.

El estruendo de las montañas dejó de oírse poco a poco. La gente, aliviada como si ya no sintiese la amenaza de un arma, volcó su risa en el demonio. Le gritaban al bulto. Vivani arqueaba la espalda y se retorcía como si una araña se le hubiera metido dentro de la piel. Luego el demonio reapareció, con el trasero hacia arriba y las pequeñas nalgas apretadas contra la nuca de Vivani. Hasta el severo Marlan retorció la cara en una sonrisa. Vakiti reía acarcajadas y no podía enderezar el rumbo, y Tuami dejó caer el marfil de las manos. El sol brillaba en la cabeza y las nalgas del diablillo y de pronto todo volvió a estar bien y las arenas descendieron al fondo del charco. Las nalgas y la cabeza se ajustaban y eran una figura que se podía palpar con las manos. Las manos esperaban en el marfil tosco del mango del cuchillo, mucho más importante que la hoja. Eran una respuesta al amor asustado y airado de la mujer y a las nalgas ridiculas e intimidantes que se balanceaban en la cabeza; eran una contraseña. Las manos de Tuami buscaron a tientas el marfil y Tuami sintió en los dedos a Vivani y al diablo.

Por fin el diablo se dio vuelta y se acomodó. Asomó la cabeza y luego la metió en el cuello de Vivani. Y la mujer se frotó la mejilla contra el pelo rizado del diablo, sonriendo y mirando desafiante a la gente. Marlan habló en medio del silencio:

—Ellos viven en la oscuridad bajo los árboles.

Tomando el marfil firmemente y sintiendo la embestida del sueño, Tuami contempló la línea de oscuridad. Estaban muy lejos y detrás había mucha agua. Atisbo hacia adelante más allá de la vela para ver qué había en la otra orilla, pero el lago era tan largo y el agua centelleaba tanto que no pudo ver si la línea de oscuridad terminaba en alguna parte.